Opinión Nacional

Lo lejano es lo intimo

“Allá arriba el sol brillante,
las estrellas allá arriba:
aquí abajo los reflejos
de lo que tan lejos brilla.”
Augusto Ferrán.

INTIMIDAD ES LEJANIA

“El pasado de nuestra vida -cantaba el poeta inglés Dante Gabriel Rosetti- se parece al cielo cuando se pone el sol; porque es más claro mientras más lejano”. La memoria o recuerdo de lo pasado se aclara con su lejanía.

Lo lejano es lo íntimo por la memoria o el recuerdo de la vida pasada; y este recuerdo, esta memoria, es el alma misma del hombre. La lejanía es, o nos parece, la intimidad del alma. Distancia en el tiempo, lejanía temporal que, por serlo, esclarece para nosotros su sentido. “Como el cielo al ponerse el sol: tanto más claro, cuanto más lejano”.

Decimos que nuestra mirada se pierde en el horizonte. Y al atardecer, cuando se pone el sol, si miramos al cielo, contra el poniente, mientras más alejado de la puesta, lo vemos más claro. Como el pasado de nuestra vida, por su recuerdo, por la memoria: por el alma. Lo lejano es lo íntimo. Intimidad es lejanía. Tenemos que volver los ojos a lo pasado para encontrar en su lejanía lo que creíamos más cerca de nosotros: nuestra intimidad, nuestra alma.

Los más próximos de nosotros, nuestros prójimos, ¿serán para nosotros los más íntimos por sernos prójimos o próximos, o por el contrario, por ser o hacérsenos lejanos? ¿Tendremos que alejar de nosotros al prójimo para poder sentirle íntimamente? ¿La intimidad exige lejanía? ¿No podemos tener intimidad de lo cercano, de lo próximo, ni de nuestro prójimo, ni de nosotros mismos?

La lejanía que nos adentra en la intimidad de los seres queridos al separarnos de ellos también es la que nos ofrece de las cosas, como de las lecturas, esa honda intimidad cuando se nos alejan en el tiempo y por la distancia. Las cosas toman, gracias al recuerdo, su intimidad en la lejanía. Recordamos las cosas que se fueron o alejaron de nuestra presencia como si adquirieran entonces su alma propia. Un alma íntima, que hasta que se apartaron de nosotros no les conocimos, ni habíamos encontrado, ni sentido en ellas. Así sentimos y pensamos, por el recuerdo, las ciudades en que vivimos, mucho o poco tiempo: largos años de nuestra vida o sólo breves horas; los campos por los que pasamos o en los que detuvimos nuestro afán largamente. Y con las ciudades y los campos se adentran en nosotros cosas, otras cosas, que decimos más íntimas. Interiores en donde gozamos o sufrimos; en donde pensamos o soñamos o sentimos pasar las horas, inquieta o sosegadamente.

Con razón se ha dicho o pensado que nunca fueron los poetas o escritores excelsos enteramente comprendidos por sus contemporáneos, y que solamente por el tiempo, por esa distancia o lejanía de lo temporal se comprenden enteramente. Ni a Cervantes ni a Shakespeare, los comprendieron sus contemporáneos tan entera y verdaderamente como nosotros, tan íntimamente. Nos es más fácil, casi siempre, y solemos hacerlo antes, comprender y gustar los escritores ajenos que los propios; los de otros países y otra lengua, por más lejanos o distantes, y más si se nos alejan también en el tiempo. Nos es más fácil leer y entender a un clásico que a un contemporáneo. Porque la lejanía nos lo hace más íntimos.

Todo lo que pasa en nuestra vida, al irse alejando de nosotros se nos va aclarando por el recuerdo; íntimamente se nos va haciendo alma y vida propia.

Intimidad y lejanía son términos que funden en nuestra conciencia por el recuerdo, ahora, todas aquellas cosas pasadas, nos aclara como el cielo contra el poniente y se nos hacen alma y vida propia, haciéndola en nosotros intimidad y lejanía. Y es que, como dijo el poeta: “Por eso me parece / cada vez que te veo / que estás mucho más cerca / y estás mucho más lejos”.

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