Opinión Nacional

Lo que no entiendo

Puedo comprender que los empleados públicos hayan votado el domingo pasado por el Sí. Cómo no lo voy a entender si la economía venezolana ha sido asfixiada por el mismo gobierno que aspira a mantenerse indefinidamente en el poder; y es el caso que los puestos de trabajo en el sector privado no solo no han crecido sino que han disminuido, como consecuencia de ese sistemático ataque a la producción nacional (y correspondiente privilegio a las industrias chinas, rusas, norteamericanas e iraníes, por mencionar un puñado, que han redituado a manos llenas de los recursos de Venezuela).

Este afluente de votos debió ser caudaloso, por la evidente y grotesca intimidación a la que sometió al funcionariado, pero también porque éste se ha incrementado notablemente en estos diez años. Baste recordar que la nacionalización, en 2008, de industrias como Sidor, las cementeras Holcim, Cemex y Lafarge, el servicio de transporte de gasolina Rialca y Lácteos Los Andes, arreó hacia la nómina estatal más de 17.000 trabajadores. Y un año antes, en 2007, ese camino había sido recorrido por Cantv, el sector eléctrico y la distribución de gas para el uso doméstico, instituciones que avenaron 10.000 empleados más al elenco gubernamental. Como en tantos aspectos de lo público, no contamos con cifras claras y confiables, el Ministerio del Trabajo carece de una estimación formal acerca del número de empleados públicos. En suma, más gente amarrada al Estado empleador, único patrón en vastas zonas del país, y caporal inescrupuloso que no se ahorró amenazas, la suma no puede arrojar sino una alta votación por el Sí.

Estoy en capacidad de entender que esos improvisados y mediocres que ocupan altos cargos o se han enriquecido con empresitas creadas a imagen y semejanza de las garrapatas para pegarlas al gobierno y a los amiguitos enchufados, hayan votado por el Sí. Quién puede esperar que los muchos Nicolás Maduro del régimen, esos que ocupan puestos de letrados con credenciales de eternos fugitivos de las aulas, vayan a decir No al mago que los trasmutó de esquineros en cancilleres. Y cómo esperaríamos cosa distinta de quienes hicieron inútiles antesalas a adecos y a copeyanos, y solo ahora han conseguido el contacto que los puso bajo el chorro que desangra a la Nación.

De éstos solo podemos esperar nocturnidad en las acciones y ostentaciones de sus súbitas posesiones. Ese Sí era la guarida de muchos astutos anodinos. Eso se entiende.

Entiendo que haya esos que llaman los resentidos, que encuentran en Chávez el vengador de sus viejos agravios: la pobreza en que se creció, la piñata a la que no lo invitaron, las afrentosas chivas de las parientes ricas, la carrera que no se hizo, la obra que no se escribió, el grupo de donde lo excluyeron, la forma de hablar reveladora del odiado origen, la condescendencia en lugar del respeto… digan Sí a Chávez, el cobrador. Eso lo entiendo.

Lo que no entiendo es que en Barinas 53,63% del electorado haya suscrito la fantasía de permanencia ilimitada del clan Chávez, señalado por la más conspicua prensa internacional por su ostensible enriquecimiento ilícito, la compra de muchas casas y haciendas para cada uno de los miembros de la «familia real», que anda rodeada por un centenar de escoltas; y denunciado, entre otros, por Wilmer Azuaje. «Mientras en otros caseríos rurales no están asfaltadas las carreteras de penetración agrícola, la vía que conduce a las fincas de Argenis Chávez parece una carretera de Mónaco», ha dicho Azuaje. Por su parte, Rafael Simón Jiménez, barinés y conocedor del clan desde su adolescencia, se ha desgañitado señalando la corrupción de la familia Chávez Frías y sus testaferros, muy difícil de ocultar, observa el ex parlamentario, en un lugar pequeño como Barinas; así como la ausencia de obras del gobierno regional.

«La única obra, hecha bajo el signo de la corrupción, fue la remodelación del estadio La Carolina para la Copa América en 2007, presidida por Adelis Chávez», dice Jiménez.

Las revistas extranjeras ponen en portada las fotos de la señora Elena, operada, enjoyada, con lentes y bolso de costosa marcas. Sus hijos y nietos desfilan por las calles de Barinas en lujosas camionetas… y esto no lo ven -o, peor, lo premian- los barineses, cuyo estado es la pasarela de un desfile de corrupción, asesinato y extorsión. Eso no lo entiendo.

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