Opinión Nacional

Lo que somos y tenemos para ser o sin miedo a Virginia Woolf

Virginia Woolf fue, sobre todo, una novelista, aunque escribió ensayos, biografías y crítica social y literaria. Sus novelas son las que exigen y recompensan la mayor atención. Su historia personal está consumida en sus novelas; ahí es donde la vida se transforma en arte. La crítica de sus novelas comienza con la observación de que las experiencias, sentimientos e ideas creadas en ellas no pueden ser tomadas simplemente como las propias de Virginia Woolf, por más cercanamente que se asemejen a lo que se conoce de ella.

A menudo se ha asumido que cualquiera de las críticas que en general se le hicieron al «Grupo de Bloomsbury» también pudieran ser hechas a Virginia Woolf, su figura principal, sin distinguir entre la persona y las novelas. Una de las tales críticas más conocidas ha sido la de D. H. Lawrence, quizás hecha con la levedad de tantos egos que se llenan de conciencia diestra y endurecida autocompasión: «hablan interminablemente, pero interminablemente, y nunca, nunca se dice una buena cosa. Están cubiertas por una dura pequeña concha propia y de estos hablan palabras. Nunca hay por un segundo alguna salida de sentimiento y ninguna reverencia, ni un grano o migaja de reverencia. No lo aguanto.»

Esa es una crítica que puede aplicarse muy justamente a varios personajes de las novelas tempranas de Woolf, como a St. John Hirst, en «The Voyage Out», indudable representante de Bloomsbury, tal como lo califica Woolf menos histéricamente: «Ella estaba pensando en los hábiles, honestos e interesantes hombres jóvenes que conocía, de quienes Hirst era un buen ejemplo, y se preguntaba si era necesario que pensamiento y academicismo debían por esto maltratar a sus cuerpos, y si así debían elevar sus mentes a una muy alta torre desde donde la raza humana les parecía a ellos como ratas o ratones serpenteando sobre el piso.»

Virginia Woolf era al menos tan capaz como Lawrence de penetración desapasionada en su propio círculo. Sus novelas no son «Bloomsbury» en el sentido simple. Es obvio que la vida y experiencia de Woolf no entraban directamente en su arte, sino que eran sólo materia prima. Un caso bastante simple es el uso que hizo de su propio padre, Leslie Stephen, el distinguido alpinista, pensador, crítico, biógrafo y editor victoriano. Su padre es Ridley Ambrose en «The Voyage Out» y el Sr. Ramsay en «To the Lighthouse»; los dos personajes utilizan un lado del carácter de Stephen: el amor a la sencilla razón, acompañado por una intolerancia de sentimiento en otros, y una tendencia a la indulgencia de sus propias fuertes emociones en formas bastante disociadas de la razón. Las cualidades que Woolf sonsacó de su padre han sido desarrolladas mucho más allá de lo que había en él, haciéndolo el comprensivo estudio de un tipo de hombre egoísta y de intelecto; su desprendida imaginación utilizó la materia prima de la experiencia y de ahí realizó percepciones que el padre no pudo haberle entregado a la respetuosa hija.

Como hija de Sir Stephen Leslie Stephen, Virginia Woolf (apellido del marido que retuvo) nació en lo que se ha llamado «la aristocracia intelectual». Esto era el medio ambiente social y cultural donde ella obtuvo mucha de su experiencia en la vida, y de donde sacó mucho del material para sus novelas. Estaba compuesto por cierto número de familias relativamente bajo, muchas conectadas por matrimonio, cuyos miembros habían subido a través del siglo 19 a una posición dominante en las profesiones públicas, especialmente en las universidades y el servicio público. Se convirtieron en la capa superior de la clase media, primordialmente por virtud de la habilidad intelectual y la responsabilidad moral, aunque inevitablemente esto luego tomó la forma de exclusividad social. Por supuesto que no eran radicales o rebeldes; eran una fortaleza de principios y respetabilidad victorianas; consejeros de la reina, fuera y dentro del Imperio; académicos y jefes universitarios; escribían en los grandes periódicos victorianos. En pocas palabras, fundaron en el siglo 19, sobre la mente y la moralidad, lo que llegó a llamarse en el siglo 20 «el Establecimiento.»

Ahora bien, la ley natural, que en la sociedad inglesa es prenaturalmente exagerada, y por medio de la cual cualquier grupo que está conciente de si mismo como grupo hace valer ampliamente esta conciencia por vía de la exclusión de extraños, tiende a continuar operando también dentro del grupo, para dividirlo en subgrupos más pequeños y exclusivos. «Bloomsbury» era un subgrupo tal dentro del Establecimiento. Floreció después de la muerte de la reina Victoria hasta la Segunda Guerra Mundial. Los miembros principales eran hombres de Cambridge, amigos de Adrian y Thoby Stephen, y de Virginia y su hermana Vanessa; comenzaron a reunirse en la casa de Stephen en Bloomsbury, el distrito que rodea al British Museum, en 1904. Los nombres más comúnmente mencionados son los de Clive Bell, crítico de arte y autor de «Civilisation», Litton Strachey, más conocido por su «Eminent Victorians», y J. M. Keynes, el economista. El carácter distinguido del Grupo de Bloomsbury se derivaba mayormente del King’s College, Cambridge, y principalmente del filósofo G. E. Moore, autor de «Principia Ethica». La influencia de Moore puede ser descrita como un regreso dentro de la «aristocracia intelectual» a la forma ideal de la Cultura de Arnold, o a ese aspecto de ella que llevó a Eliot a conectar a Arnold con Pater. El ideal de los seguidores de Moore era la búsqueda exclusiva y estrictamente poco práctica de «dulzura y luz»; «amor, belleza y verdad» eran sus propios términos. Tenían el requisito residual de la conciencia hebraica, expresado mayormente por el recto desdén por lo bárbaro, filistino y plebeyo, adonde eran consignados los extraños; y suscribían la herencia griega. Debido a que su preocupación era toda por la civilización en la mente, consideraban extraño al cuerpo principal del Establecimiento interesados por los prácticos problemas de gobernar y civilizar. Así establecieron a sus elegidos culturales dentro de la elite del Establecimiento.

Este trasfondo ofrece una áspera indicación del alcance social e intelectual de la experiencia directamente disponible para Virginia Woolf como material para sus novelas. Su utilización, al igual que de Leslie Stephen, era crítica y creativa. Tuvo habilidad para preservar una desprendida conciencia del Grupo de Bloomsbury aunque era su centro; la ayudó en esto el que no estudió en Cambridge, ni fue influenciada por las ideas y personalidad de G. E. Moore. Del medio social en que nació estaba aún más desprendida; aquí su experiencia personal estaba sin dudas reforzada por las actitudes de sus amigos hacia el tardío Establecimiento victoriano.

En las primeras novelas hay mucha crítica directa a la familia victoriana de clase media alta y del sistema social, y muchas caricaturas de rectores, servidores públicos distinguidos, estetas, políticos, hombres de letras, y sus esposas y formas de vida. Al mismo tiempo contra lo establecido que implica la lucha del espíritu libre e iluminado para lograr su libertad y una forma de vida personal. Este último interés es el impulso motor, y que llevó a Woolf gradualmente hacia un interés más maduro en su mundo y sus miembros individuales. En vez de meramente golpear la superficie de su idiosincracia, comenzó a ver aquellos signos y síntomas del ser humano natural interior; lo que le pasa al ser humano en la sociedad anfitriona; estudios de algún tipo de mente básica en vez de una persona o grupo particular.

Esta progresiva crítica y exploración de su mundo real, y la firme clarificación de sus penetraciones en su arte, fueron acompañadas por el desarrollo de un más profundo y lleno reconocimiento del inmenso alcance de la naturaleza humana, y así de lo que debe constituir la civilización. Desde un principio, no compartiendo la complacencia de Bloomsbury, y estando por encima de su cerrazón, había visto lo inadecuado de una civilización meramente de la mente. Rachel Vinrace rechaza a Hirst precisamente sobre estas bases, exigiendo no meramente contemplar sino realmente sentir las cosas, darse totalmente, desde las fuentes más profundas de su ser hacia afuera a través de la mente, y hacia relaciones personales y sociales. Esta exigencia le dio a Virginia Woolf una perspectiva en la cual colocar el logro de la mente sólo contra otros tipos de logros humanos, de tal manera que pudiera ella celebrar su función vital sin ignorar, como lo hizo Bloomsbury, que eso sería monstruoso e inefectivo por su propia cuenta.

Este es un aspecto en el logro de Virginia Woolf que requiere ser enfatizado. Su propia experiencia de la vida fue relativamente muy limitada. Pese a ello llegó al extremo de la vida que sí conocía, preservando, en su presentación de ella, una conciencia clara y positiva de otras formas de vida que eran valiosas. Así pudo ver su propio mundo con una equilibrada impersonalidad, y de comprender su lugar y valor dentro del todo del cual era parte.

Dicho eso, los efectos de la limitación deben ser tomados en cuenta. El suyo, obviamente, no era un genio universal. En sus novelas hay una conciencia de otras formas de vida existentes más allá de su propio grupo social, pero es sólo la vida que ella conoció directamente la que se trae viva para la imaginación. Como ella lo reconoció explícitamente al registrar sus impresiones de las mujeres trabajadoras, sin importar con cuánta simpatía observaba sus experiencias de la vida, nunca podía conocerlas y sentirlas como ellas; sólo podía ser una observadora desde afuera, externa.

Esto significaba por supuesto que ella fue lanzada casi exclusivamente sobre la vida de la clase media alta. Por eso es que su reacción a las vidas que no sean las propias permanecen como evidencia sobre ellas mismas más que otra cosa. Pero más allá de eso estaban las cualidades cuyas vidas simplemente no podía Virginia Woolf permitirse. Había una carencia, sobre todo y como ella confesó, de profunda y espontánea emoción natural. Los intentos en «The Voyage Out» y «Night and Day» por presentar tales emociones caen vagamente en retórica gestual. Después, con la excepción de la Sra. Ramsay en «To The Lighthouse», que es un caso especial, fue alrededor de la ausencia de una vitalidad natural cumplida que escribió sus novelas. Sus «héroes» -Jacob Flanders, Percival- se vuelven conspicuos por su ausencia. Hasta la Sra. Manresa en «Between the Acts», «la salvaje niña de la naturaleza», sólo representa pero no encarna lo que está faltando en Giles Rover y en el resto. Así es que Woolf estaba limitada, en última instancia, por las virtudes y defectos de la clase media alta intelectual, profesional y la gente «de sociedad». Su diagnóstico de la «civilización» que ellos representaban era impersonal y penetrante; ella reveló con impresionante fuerza y cordura las causas radicales de su enferma condición, y lo que necesitaba si había de recuperar su salud e integridad. Pero su crítica autoritaria de la vida de esa clase no tiene la misma autoridad como la crítica de la vida en general. En otro lugar el énfasis caería diferentemente, las virtudes y defectos no serían justamente los mismo.

Hasta aquí se ha considerado sólo la conciencia del mundo alrededor de Virginia Woolf, pero esto sugiere cuán atípico era su propio lugar en el mundo. Como artista estaba en él pero no era de él, parada aparte de la vida que conoció, para comprenderla y valorarla en la imaginación. Sería una exageración, pero aún verdad en algún sentido, decir que la única forma de vida con la cual estaba total y efectivamente comprometida era la de la imaginación. Este compromiso se distinguió a través de toda su vida por un disciplinado propósito que es la antitesis del esteticismo. Ella se deleitaba en los más livianos placeres de la imaginación, y también tenía una tendencia hacia sus formas más recesivas: fantasía, o lirismo, o idealismo desasociado. Pero éstas eran tendencias que no trataba con indulgencia en sus novelas, sino que objetivizaba y criticaba. En Clarissa Dalloway, en Rhoda de «The Waves», e Isa Oliver en «Between the Acts», las examinó con un escudriñar firmemente desprendido que muestra una extraordinaria autoconciencia, y que logra una penetración impersonal hacia una tendencia permanente de la mente.

Por un más sorprendente desarrollo de esa autoconcincia ella se hizo concientemente capaz de registrar dentro de sus novelas la función y el valor de la actividad por la cual fueron creados. En efecto, utilizó su propia experiencia de escribir justamente de la misma manera que utilizó su experiencia de Leslie Stephen o de Bloomsbury; desarrolló de ello una comprensión crítica de esa forma de actividad humana. En «To the Lighthouse» el autor es transformado en Lilly Briscoe; en «The Waves» en Bernard; y en «Between the Acts» en Miss Latrobe. Estas caracterizaciones de la imaginación en su trabajo proveen una escrupulosa y justa definición de ello. Está la insistencia básica reforzada a través de los aspectos que hacen inadecuados a estos personajes como seres humanos, de que la imaginación no controla o perfecciona la vida directamente, de que no es faustiana o tipo dios. Es una facultad entre el resto, y a menos que funcione en conjunción con el total alcance de las energías humanas será inválida, o estéril: Lilly Briscoe necesita a la Sra. Ramsay, y Miss Latrobe necesita a su audiencia y su historia. Concedido esto, se hace evidente que la imaginación tiene una función central y vital en la vida humana; que la Sra. Ramsay y los Oliver necesitan muy profundamente a sus artistas. Porque el artista preserva y hace permanentemente disponible los significados y valores de sus vidas particulares, como la de la Sra. Ramsay, que de otra manera estaría perdida en el flujo del vivir. Además, el artista promociona la salud presente y mayor desarrollo de la vida humana por permitirnos ver, como en los espejos de Miss Latrobe, lo que de hecho somos y lo que está en nosotros para llegar a ser.

El propio arte de Virginia Woolf, en su mejor punto, trabaja de estas maneras.

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