Opinión Nacional

Locademia de Ingeniería

En uno de sus últimos actos Rafael Caldera designó los 35 integrantes de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat; acto final del Jefe de Estado más cercano al mundo académico desde que Várgas le hizo la segunda a Páez.

Como lo reseña el libro de Carlos Maldonado Bourgoin, Venezuela posee un acervo ingenieríl digno de un ente que expanda fronteras en ese conocimiento específico, sea árbitro institucional, interlocutor con la comunidad científica mundial y guardián del patrimonio. Todas estas, en teoría, funciones de una academia nacional.

Para cumplir esas metas, es primordial que a las academias llegue, por estricto mérito intelectual, la excelencia científica. Sin ese requisito, mas que entes lo que tendremos es otro sketch en el ya profuso circo institucional. Sin el autoritas del conocimiento, quienes ostenten dignidad académica serán patéticos simuladores y las academias mamotretos sin sentido..

La nueva academia, es al nacer, otro elefante blanco. En nada se diferencia de la sitemática agresión al mérito que el Estado reserva a la comunidad intelectual; mas se parece a la rebatiña de las condecoraciones que a una reflexión sobre lo que Ignacio Avalos llama la «sociedad del conocimiento». Desde San Anselmo, Occidente entiende que nadie puede ser lo que no contiene, muchos investidos de dignidad académica, carecen del mínimo común denominador que les permita actuar en corporaciones dedicadas a expandir fronteras del saber.

Es aleccionador ver la integración de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat, su nómina, es un viaje al interior de procesos donde la grosera alteración de valores preside la vida institucional. Por alquimia, personajes honorables como para figurar en las páginas sociales, transmutan virtudes ganadas en el comercio, banca, política o burocracia en méritos intelectuales usando la Gaceta Oficial como piedra filosofal.

Visto el resultado es obvio que el Estado no tiene la mas peregrina idea del rol de una academia. En sociedades decentes estas cumplen un papel fundamental, son el instrumento para ensanchar los límites del saber. No hay incremento de bienestar sin previo incremento de la innovación y no se innova hasta que no se cambia de paradigma.

Sin palmares intelectuales, los que pasan por académicos carecen de entidad para ser interlocutores de la comunidad científica mundial, la cual no va a relajar sus standard porque en un país latinoamericano se nombra académicos con el mismo criterio con que se arma una partida de bolas criollas. Nada nuevo bajo el sol. El país del llave en mano y universidades duchas en reivindicaciones pero infecundas en la creación tiene que ser coherente en su locura, no podría ser de otra manera. Aparentar es un destino nacional.

Como no extraña el silencio por la nueva vejación. Sería esperar lo imposible que la ignorancia universal de nuestros comunicadores superara su «problemática» y, por un instante, ejerciera la profesión analizando un hecho público, no importa que lo comuniquen con el atentado gramatical que hablan y escriben.

Quien tenga tiempo, puede relajar el stress observando a nuestros opinadores de la radio y la televisión (Cesar Miguel Rondón, excluido), es un ejercicio humorístico mejor que Radio Rochela y de paso podrá entender lo antagónica que es la notoriedad con la cultura.

Pero,¿A quién le importa los elegidos a una academia ? ese tema y ahí está el detalle, carece de interés. Los medios, en sintonía con la sociedad donde operan, solo tiene ojos y oidos para chismes, loas y escándalos, mecanismos de defensa de una nación enferma.

Hijos de la arbitrariedad, desde Guaicaipuro somos condescendientes con el poder. Me viene a la memoria esa joya del pensamiento venezolano que esculpió el profesor de derecho y Gobernador del D.F., Dr. Carmelo Lauría cuando declaró «Gobierno que no abusa se desprestigia…» (sic). Es tan débil y sumiso el cuerpo social, que el poder, ni siquiera se tiene que ser coherente; siempre habrá un Combellas que explique, reinterprete y nos haga caer en cuenta que todos estabamos equivocados. Ni Stalín era tan infalible.

Como no nos ordenan las ideas ni estructuran los méritos, el carácter más sobresaliente de nuestra cultura es su culto a la mediocridad. El Contrato Social venezolano, el Estado construido por todos, es un monumento a la mediocridad disfrazado de San Francisco de Asís que induce a consumir un activo fijo no renovable declinante sin importar sus consecuencias.

En 1978 México y Venezuela eran casi mellizos, fisco y divisas eran cautivos de la renta petrolera, para no hablar de nuestra común reputación ética. Veinte años después, los mexicanos quintuplicaron sus exportaciones reduciendo un 70 % el peso del petróleo en su economía pese a que hoy producen más que hace dos décadas. Venezuela, sigue siendo una nación rehén del petróleo cuando este ya comienza a declinar en el escenario mundial. Perdimos un siglo y seguimos tan campantes.

Cómo seremos de memoriosos, que finalizando el siglo XX, seguimos debatiendo la agenda de finales del siglo XIX.. Democracia, libertades públicas, imperio de la ley, transparencia institucional, equilibrio de poderes, ubicación institucional de las Fuerzas Armadas, kinder y preparatorio de naciones son, en 1999, temas constituyentes. La bizantina discusión pública sigue siendo, como hace un siglo, el sexo de los ángeles. Mientras la nave productiva, social y cultural hace aguas por todos lados. El mero hecho de pretender refundar la república revela lo postizo de nuestra modernidad.

El nuevo esperpento académico es síntoma de un cuerpo social enfermo cuya ausencia permite a los poderes fácticos ejercer arbitrariamente el poder para dar rienda suelta a su frivolidad.

Producto de tan viciada selección, las academias son un remedo infeliz, plagadas de infertilidad que solo imitan los protocolos de sus alter egos extranjeros. «..por sus obras los conoceréis…», ¿Quién puede olvidar la divertida y patética opera bufa montada por los académicos con los Candidatos Presidenciales ? Gracias a la televisión, el país, por un instante, pudo calibrar sus académicos, mesurar su lugarcomunismo, su medianía intelectual.

¿Y cómo no van a ser oropeles academias sancocheras donde se mezclan verdaderos científicos con burócratas, políticos y empresarios? ¿Cómo pretende el Estado que el país se tome en serio la innovación con tan mal ejemplo? Investir a empresarios, políticos y burócratas, por muy relevantes que sean, de dignidad académica es un acto bárbaro que solo complace y honra nefelibatas.

Las academias son la mala conciencia de una sociedad tribal que prioriza sus atabismos en el presupuesto. Son una realidad que contradice y desnuda la retórica nacional con respecto a la ciencia la tecnología. Si nos sinceramos esas actividades son en realidad una molestia que distrae atención del bonche petrolero, los nuevos ministros, los calendarios escolares más cortos del planeta, los puentes, la cerveza y el ron, las campañas electorales que constituyen la autentica agenda nacional.

¿Cómo definimos una sociedad que le basta que fulanito aparezca en la Gaceta Oficial para ser académico ?. Confundir la excelencia intelectual con las páginas sociales es o un acto de cinismo o de imbecilidad colectiva. Y ese pecado, entendible en la fauna política es inaceptable en Rafael Caldera por aquello que Kant llamaba el deber ser, Nuestro Ex-Presidente no tiene el burladero de la ignorancia en que escudarse.

¿Qué supina ignorancia designa a Luís Giusti y Claus Graf, excelentes ejecutivos, pero sin marca mínima para integrar una academia ?. ¿Dónde esta la obra científica de Rafael Tudela, Humberto Peñaloza, Eduardo Roche Lánder, Roberto Pérez Lecuna, Rodolfo Moleiro, Alfredo Guinand Baldo, Guido Arnal, José Ferrer o Dario Brillembourg ? ¿Qué frontera del conocimiento ampliaron Alberto Urdaneta, Manuel Torres, Anibal Martinez, Julio Martí o Luis Enrique Oberto?. Acaso no ofende la trayectoria de gentes como Tomas José Sanabria igualarlos con designaciones mas propias de un festín de baltazar que del Palacio de Miraflores. Pero además hay omisiones que claman al cielo como la Juancho Otaola teórico y prácticante de nuestras obras civiles más trascendentes..

A los académicos debían elegirlos sus iguales, el colectivo de científicos, no el Presidente de la República. Se veja con fait acompli vitalicio a quienes desde universidades y centros de investigación dedican vidas enteras al estudio para tener que calarse a improvisados como iguales.

A ese disparate se le agrega el saco de gatos de asociar ingeniería con hábitat. Algo que explica porque la única iniciativa ambiental esta circunscrita al Codigo Penal. El ambiente es el áreas de mayor grado de complejidad e interrelación científica, donde la ingeniería es, de hecho, la contribución menos importante.

Hierve el alma la arbitrariedad, porque toca cosas cercanas al sistema de valores que creemos debe regir al país que deseamos. Vicios como este nos recuerdan cuan vivo está entre nosotros nuestro siniestro siglo XIX. Es como si la Cochina de Naguanagua siguiera jugándose al ajiley el presupuesto en Miraflores.

Dirán que es concha de ajo, que se trata de un mal menor frente a otros temas de mayor trascendencia. No faltará cínico que descuente la protesta como tarjeta de presentación frente a la nueva administración. Permítanme una disgresión.

Si el objeto de la Asamblea Nacional Constituyente es redactar una nueva constitución; el trabajo es redundante y estéril, y sí, como señalan los indicios (que en las sociedades opacas las cosas son por señas) se trata de un proceso para legitimizar una nueva parcialidad, sus resultados serán un adefesio, cuyo autoritarismo, en los tiempos que vivimos, durará lo que merengue en puerta de escuela. No es fácil votar sí o no, las cosas no son tan dilemáticas.

El Presidente Chávez disfruta de multitudes, ni tan extensas como pretenden los áulicos, ni tan circunstanciales como desearían sus adversarios. Pero ese bloque es tan diverso como la nación, con agendas de todo tipo, contradictorias entre sí e inconcluyentes para diseñar un camino que nos lleve a enfrentar los problemas que tiene nuestra sociedad por delante, tarea indelegable del liderazgo.

Hay consenso universal en el qué y un enorme disenso en el cómo. La divisoria entre el rentismo y lo productivo no es nítida. Mucho soberano que aclamó en Los Próceres esta imbuido de una cultura de marginalidad que le impide ser útil y no pequeña parte de los opositores son nostálgicos de privilegios ilegítimos.

Quienes miran con terror una devaluación no ven el asesinato de actividades productivas, la exportación de empleos, los supermercados y bodegas convertidas en la mas estrafalaria muestra de productos importados. Los idólatras de PDVSA ven la apertura como sacrosanta poniendo de lado el incumplimiento de promesas de generar empleo y demanda a bienes nacionales, renta a la nación para reducir pasivos y reorganizar al Estado.

Gentes como Tulio Alvarez, los Hnos. Escarrá Malavé o Ricardo Combellas socialcristianos todos, encontraron -por coincidencia- hace menos de un trimestre el camino de Damasco, circunstancia que debería prevenir les entregaran la guía de un proceso constituyente. ¿Acaso no fueron hasta antier feroces defensores de un presidente y una administración opuesta a tal camino? ¿Qué decir del MAS o del PPT cuyos radicalismos de hoy y pretensiones hegemónicas ni están validadas en las urnas ni son congruentes con el discurso de hace apenas tres meses, puede en un trimestre cambiar la entidad colectiva o se trata de una astucia más? ¿Puede este proceso ignorar a votantes de AD, COPEI, y el Proyecto Venezuela que miran con simpatía el desmontaje del esperpento que es hoy el estado ?

Una discusión fanatizada es falsa, grosera y deformante, porque carecerá del necesario consenso para que la letra constitucional sea el cuerpo vivo de la conducta de los venezolanos. Por ese camino jamás lograremos aunar todas las fuerzas de la nación, ni enfrentaremos los verdaderos problemas nacionales.

La Academia de Ingeniería es otro ejemplo de lo urgidos que estamos de renovar nuestro escenario público con criterios de excelencia. Uno esperaba que alguien protestara o que los elegidos declinaran en favor de auténticos científicos, pero ni lo uno ni lo otro. Todos los seleccionados tienen buenas y bien ganadas credenciales, pero en otros campos, era su deber cívico renunciar a esos excesos de apreciación, que mas que honrarlos los exponen al sarcasmo.

Ojalá, cosas como esta sean el epílogo y no el prólogo de la Nueva Venezuela.

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