Opinión Nacional

Los apuntes

Pertenecemos al grupo de jóvenes que estudiaron por apuntes. Recibían ese nombre las notas que tomábamos durante las clases que recibíamos. Eran muy escasos los libros de texto, especialmente los escritos en español.

Nos viene el tema al presente cuando tenemos el privilegio de leer el cuaderno de apuntes que escribió en el Curso de Caminos el ingeniero Agustín Aveledo en 1855. De acuerdo con lo que publica el Diccionario de la Historia de Venezuela, editado por la Fundación de Empresas Polar, Agustín Aveledo fue un singular ingeniero y educador, hijo de Ramón Aveledo Díaz y de Adelaida Tovar Gallegos; nació el 1° de enero de 1837 y falleció el 5 de julio de 1926. Tuvo eminentes profesores durante todos sus estudios y se graduó de ingeniero en la Academia de Matemáticas en 1855 y se doctoró en Filosofía en 1880 en la Universidad Central de Venezuela. Comparte sus inquietudes profesionales con la docencia y pertenece a elencos de profesores y a colegios cimeros de la sociedad de Caracas. Más lo que llama nuestra atención de manera singular es la calidad de la letra con que está escrito este maravilloso cuaderno de apuntes. Con una letra Palmer, de obligatorio aprendizaje en todos los colegios de la época. Con una uniformidad que se acerca a lo que puede producir una máquina. Con una precisión digna de industrias de gran desarrollo y con una redacción impecable, nos encontramos con las descripciones que le hizo un profesor de quien no se registró su nombre, pero que no esconde sus estudios en universidades francesas. También vienen a nuestra memoria los años finales de la década de los cincuenta, cuando íbamos a la casa de los esposos Tello Kochen en El Paraíso y donde admiramos y disfrutamos los apuntes de los dos últimos años de sus estudios de Ingeniería del doctor Manuel Tello Berrizbeitia, singular geólogo petrolero y fundador, con Eugenio Mendoza Goiticoa y su primo Enrique Thielen, de la empresa cementera más grande del país, quien guardaba sus apuntes como real tesoro de su paso por las aulas francesas. Para nosotros, mientras estudiábamos tanto en el liceo como en la universidad, era un privilegio contar con algún compañero que tomara magníficos apuntes. De lo contrario, teníamos que conformarnos con los que nos permitía la propia habilidad. Los apuntes tenían sus desventajas, pero también aportaban al estudiante valores que hoy están perdidos, entre ellos podemos anotar la imprescindible atención que tiene que tener el alumno para lograr unos buenos apuntes, la calidad de la letra que se le va formando al estudiante por su ejercicio diario y la buena redacción que se adquiere cuando se toman apuntes de clases dictadas por profesores excelentes. En aquellos años no se hablaba de currículo, ni siquiera de pensa, los programas del ministerio solo estipulaban las materias que debía cubrirse en cada grado de primaria o en cada año de secundaria. Los profesores decidían la forma y la extensión de cada materia. Había una real libertad de cátedra. Era una sociedad plural y respetuosa.

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