Opinión Nacional

Los cerros no bajan en autobús

En su irresponsabilidad como gobernante, Chávez vuelve a su amenaza principal: “¡Que bajen los cerros!”. En una combinación de desprecio por los más pobres y de arrogancia en su poder de convocatoria, pide que salgan de sus viviendas, bajen las escalinatas y se entreguen a la violencia para perjudicar a quienes están un poco o mucho mejor que ellos.

Esa equívoca convocatoria no tiene eco. Los cerros no bajan cuando alguien los manipula de manera tan evidente. Chávez perdió su crédito en los cerros de Caracas desde hace años. Es más, ese poder nunca fue homogéneo o unánime. Entre los menos favorecidos también hay diferencias, se discute y se sufren las consecuencias de un gobierno que no se ocupa de la inseguridad, ni del desempleo, ni del costo de la vida, ni mucho menos de la corrupción en metástasis.

También es cierto que en los cerros está muy vivo el recuerdo del Caracazo. Aquellos días funestos en los cuales al grito de “¡Saqueo!” se vaciaron anaqueles y depósitos, pero también se llenaron las morgues, los hospitales y las cárceles. El recuerdo de aquella violencia espontánea, repelida por los militares y la policía desbordada no es grato para nadie. O para casi nadie.

El régimen ha hecho del 27 de febrero una fecha patria. Día de reivindicación popular. Sangre vengadora de las injusticias. Pero también oportunidad para manipular el resentimiento. Celebración de las diferencias como detonantes del odio y la retaliación.

Chávez y sus más cercanos adulantes han amenazado casi un día sí y otro también con un estallido popular de las dimensiones de aquel febrero de 1989. Cuando regresó de La Orchila, después de su renuncia a la Presidencia –según anunció en abril de 2002 el jefe del alto mando militar, Lucas Rincón- confesó que creía que Caracas estaba ardiendo toda como Bogotá en 1948. Sería, pensaba él, un merecido homenaje a su falsa inmolación.

Hoy, ante la protesta de los estudiantes (muchos de ellos viven en los cerros) que rechaza el cierre de un medio de comunicación independiente, Chávez no muestra mayor imaginación. Repite otra vez la amenaza: “¡Que bajen los cerros!”. (“Eso los caga”, dijo José Vicente Rangel -en aquellos días de abril de 2002- antes de prometer que se cambiaría el casette, al creer que su jefe no volvería a mandar).

Pero cada vez que intenta digitar la bajada de los habitantes de los barrios pobres de Caracas, éstos no hacen caso. Los frena el recuerdo de la represión militar desproporcionada de 1989 pero también la usurpación de su voluntad para amenazar a sus conciudadanos pacíficos. Y, al sacar cuentas, no ven cuál es la deuda con un gobierno cuya única contribución a su causa ha sido la utilización demagógica de sus carencias.

Si Chávez no puede convocar una manifestación en Caracas sin traer bajo coacción a miles de empleados públicos y beneficiarios de las misiones, ¿cómo aspira a que obedezcan su orden de que bajen los cerros? Cada vez que trata de llenar la avenida Bolívar de Caracas, las preguntas que se hace todo el mundo son: ¿Cuántos autobuses trajeron de toda Venezuela? ¿Cuánto dinero tuvo que darle a cada manifestante remolón? Porque son pocos los caraqueños que se animan a oír la perorata del día.

No sé si los cerros volverán a bajar algún día. Pero no bajan en autobuses pagados por el gobierno. No los necesitan. Además, su problema fundamental no es alimentar el ego de un caudillo narcisista e irresponsable. A lo mejor bajan para exigir el cumplimiento de promesas y la inversión del dinero de los venezolanos en la solución de los problemas de los venezolanos.

Y es ingenuo pensar que de un estallido social -como el Caracazo- el grupo en el poder saldrá ileso. En una situación como la que plantea cada tanto Chávez, una lucha entre el Este y el Oeste de Caracas, entre los pobres y los menos pobres de cada ciudad venezolana, el primer responsable de las terribles consecuencias sería Chávez. Por incitarla, por permitirla y porque en todas partes y siempre el gobierno está para mantener el orden público.

(Por cierto que Chávez siempre se ha burlado de que Carlos Andrés Pérez haya dicho que el Caracazo fue una lucha entre pobres y ricos y no contra su gobierno. Para el chavismo el Caracazo fue una digna protesta popular contra el paquete de medidas económicas de Pérez quien tenía menos de un mes en el poder. ¿Por qué ahora un estallido social tendría otras causas y otras consecuencias?).

La desconexión con la realidad parece reinar en el alto gobierno y los demás poderes públicos. El cierre de RCTV es un indicio de tal brecha. Algún lúcido debe quedar en esos predios para hacerle entender al caudillo que no debe jugar con candela, sobre todo cuando los pipotes de gasolina son abundantes y están llenos. Y el primer achicharrado puede ser él.

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