Opinión Nacional

Los daños del sectarismo

El sectarismo, visto como un mal de la persona colectiva, tiene a su alrededor todo un juego de palabras con las cuales en su andar se relaciona para su mayor o menor daño: la sobreestimación propia y la subestimación de los demás, en especial de los contrarios, el fanatismo, la prepotencia, la intransigencia, la alucinación, la fantasía, la confusión, el espejismo, la pretensión dominante-hegemónica, el complejo de superioridad… El sectarismo en una institución u organización política, se puede convertir en una especie de enfermedad amenazante y hasta maléfica, por los daños que pudiera ocasionar al mismo ente colectivo y a la sociedad en general.

Héctor Pérez Marcano hace en reciente artículo ( ENP, 25-08-13) un recordatorio razonable de los casos que, en su opinión, han pasado por el sectarismo político, partiendo del tristemente famoso «sectarismo adeco» del trienio 1945-1948, después de la «Revolución de Octubre», con el respetable Maestro de Maestros, Luis B. Prieto F, como su principal vocero en aquellos años.

Se refiere también al MAS en su mejor tiempo, a su líder Teodoro Petkoff y a la misma izquierda de entonces, cuyos reiterados esfuerzos por la unidad resultaron todos en vano.

No podían faltar «La Causa R» como partido político y Andrés Velásquez en su destacado liderazgo. Cierra su señalamiento con «Primero Justicia» y sus principales líderes (omite a Henrique Capriles Radonski). Los casos ya señalados por HPM son sólo del campo de la Oposición Democrática. Si se hubiera metido con los del gobierno, donde el sectarismo hace de las suyas, seguramente tendría que hacer varios artículos más. No olvidar en esto que el sectarismo político estimula desmedidamente a quienes lo siguen, en especial al secuaz, que lo hace de manera extrema.

Lo clave es entender el sectarismo político como una grave enfermedad, ¿sicológica?, en el ajetreo político, que pudiera causar, como lo ha causado, hasta el derrumbe de quien la padece. Debe evitarse caer en tan dañina enfermedad, sobre todo por parte de quienes se creen y se sienten como si estuvieran en la cumbre o muy cerca de ella.

¿Qué hacer, entonces para cuidarse del sectarismo político, en la Oposición democrática, mucho más en estos tiempos de inevitable y duradera unidad democrática, por la circunstancia del presente? El mejor antídoto parece ser, conociendo el juego de las ya señaladas palabras maléficas que andan alrededor del sectarismo político, procurar, más allá del tamaño que se crea tener, no caer en tan diabólico juego y cultivar y ejercer todo lo contrario (la solidaridad, la humildad, la sencillez, la comprensión, el realismo, el compromiso colectivo, el profundo sentido de la unidad…). Así y sólo así se evita caer en el maléfico sectarismo político del que todos debiéramos cuidarnos, empezando por quienes tienen poder o se sienten muy cerca del mismo.

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