Opinión Nacional

Los ejercicios militares en Paraguaná

En 1968 volví a Alemania como Segundo Secretario de la Embajada de Venezuela, situada en Bad Godesberg, un suburbio de Bonn, en Arndtstrasse 16. Mientras encontraba una casa a donde mudarme vivía con mi esposa y tres hijas en Essen donde mi hermana Haydée, felizmente casada con el médico Hans Sturhahn. Viajaba a Bonn generalmente en tren. Sin embargo, de vez en cuando usaba el auto. Una mañana –lo recuerdo como si fuera hoy- lo tomamos mi esposa y yo y nos dirigimos a Bad Godesberg por la autopista que bordea el río Rin por su margen derecha.

Los dos sentidos de las autopistas alemanas de entonces se encontraban divididos por una amplia isla y constaban en cada uno de dos canales pavimentados y un hombrillo de cascajo suelto y jardín con una ligera inclinación. Se viajaba por el canal derecho y únicamente se usaba el izquierdo para adelantar. Había que tener mucho cuidado, pues en Alemania no existía límite de velocidad en las autopistas y los Mercedes y Porsches viajaban a más de 150 kilómetros por hora.

A eso de las nueve de la mañana, en las cercanías de Colonia, observé directamente delante de mí, la silueta indiscutible de un tanque. Como su velocidad era de unos 60Kph, me dispuse a pasarlo. Al tomar el canal izquierdo, me di cuenta de que no se trataba de un solo vehículo blindado sino de una columna de al menos veinte. Comencé la maniobra de adelantamiento. Cuando mi auto se encontraba a la mitad de la columna, volteé a mirar a mi esposa, situada más cerca de los blindados. Había cerrado la ventana, al igual que yo y, sin embargo, el ruido era ensordecedor. La tierra parecía temblar. Por momentos me pareció que debería disminuir la velocidad y dejarlos seguir, pues no podía controlar el auto. Finalmente pasamos el primer blindado de la columna y cesó el ruido infernal. Nos miramos a la cara y nos entró un ataque de risa. Yo le pregunté a mi esposa: ¿Te imaginas lo que debe ser una columna de cien o doscientos tanques en línea andando a campo traviesa a todo dar y disparando su artillería y sus ametralladoras? La respuesta fue: ¡Aterrador!

Recordaba esta anécdota con motivo de los ejercicios militares recién realizados en Paraguaná. Por fin sabemos para qué son los aviones F-16, los Mirages y los F-5, para qué los helicópteros rusos y franceses, para qué los tanques AMX-30 y el resto de los blindados y para qué las fragatas misilísticas. Quienes habían pensado que se habían adquirido con el propósito de defender el país, andan muy equivocados. Están ahí para que sirvan en el entrenamiento del pueblo en la guerra asimétrica. Sirven para hacer el papel del enemigo.

Fue por esos lares que Francisco de Miranda invadió por primera vez, en su intento por hacer una revolución burguesa en Venezuela. Quienes asistieron a los ejercicios, expresaron que el desembarco de las fuerzas enemigas y la respuesta de la población “civil”, fueron todo un éxito. Sin embargo, faltó algo muy importante. Cuando ese enemigo del que tanto se habla aparezca, no vendrá para un ejercicio. Sus unidades aéreas no surcarán los cielos al igual que en las paradas militares. Nada de eso. Vendrán en actitud hostil y por lo tanto cuando pasen por encima de nuestro territorio será en un operación de “ablandamiento”. Dispararán sus cañones, sus ametralladoras, dejarán caer pesadas bombas que estallarán y sembrarán la destrucción y la muerte. Será algo infernal. Similar a lo ocurrido en las barriadas de Ciudad de Panamá cuando Noriega. ¿Qué ocurrió entonces con los supuestamente aguerridos batallones de la dignidad? Que desaparecieron como por ensalmo. ¿Qué ocurrió en Bagdad? Algo parecido.

Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera, politólogo, periodista y miembro de Debate Ciudadano. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.

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