Opinión Nacional

Los estadios Potemkin

Grigori Alexandrovich Potemkin (o Potyomkin), fue un potentado, un príncipe ruso, nacido en septiembre de 1739 y muerto a los cincuenta y dos años, en 1791. Fue el hombre fuerte de su momento, gracias a un braguetazo, cuando se convirtió en amante de la Emperatriz Catalina II, la misma que alojó y favoreció con su amistad a Francisco de Miranda. Por su actuación en la Guerra de Crimea fue designado Príncipe de Táuride y recibió el título de “Serena Alteza”. Pero la historia lo recuerda por otro tipo de acción, que tiene más que ver con la adulancia que con la guerra: a donde quiera que fuese la Emperatriz, era precedida por los hombres de su Serena Alteza, que fabricaban auténticas aldeas de utilería, que de lejos se veían prósperas y felices, para que la Emperatriz disfrutara de la prosperidad y felicidad de su pueblo, prosperidad y felicidad que escondían la verdad: el pueblo ruso vivía infeliz y en la más abyecta de las miserias. Eran las llamadas “Aldeas Potemkin”, que desde entonces han sido imitadas en el mundo entero, especialmente por los regímenes totalitarios. Y es eso lo que estamos viviendo los venezolanos en la Copa América. Miles de millones de bolívares se han gastado para que unos Estadios den la impresión de que en Venezuela hay un pueblo próspero y feliz, y todo se ha organizado para que la Emperatriz, la Prensa Internacional, no vea la miseria y la infelicidad del pueblo venezolano, aplastado por la bota totalitaria del régimen socialista del siglo XXI. Pero el desastre organizativo, la mala fe, y sobre todo la facilidad de las comunicaciones del siglo XXI van a acabar con el engaño. La Prensa Internacional no es una Emperatriz voluptuosa con alma de meretriz. Ni Chávez tiene nada de Serena Alteza. Cada día está más malhumorado, más impaciente, más sulfurado. Son las voces frescas de los estudiantes, que han venido a amargarle la fiesta. ¡Que vivan los estudiantes!…

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