Opinión Nacional

Los hampones de comunicación social

De las polvaredas del golpismo, levantándose por entre las caballerías, los cuarteles y las barriadas del abandono, emergieron no pocos aprendices de asambleistas que hicieron sus pinitos en las huestes de la conspiración. Corrieron cual cachorros de hienas al festín de la putrefacción de la Cuarta. Y se llevaron colgando del hocico más de un costillar, una cabellera, una oreja o cualquier rastrojo sanguinolento. Muchos de ellos salieron de Comunicación Social, la escuela que prohijara a varios de los actuales administradores del Poder.

Nos debe Comunicación Social más de una reflexión sobre ese hecho tan lamentable de la picaresca nacional: iluminados desde las cátedras de periodismo social salieron muchos de los actuales asambleistas, embajadores, alcaldes, ministros, gobernadores de la putrefacción reinante. Nombrarlos no tiene sentido: los que no están enriqueciéndose entre los laberintos del Poder ejercen de Catones en programas de opinión de ese canal de la ignominia, verdadero estercolero de la mentira y la falsedad. Desde allí destilan sus babas infestadas de rabia, su escatología visceral, su mediocridad desaforada. Basura, inmundicia comunicacional.

Los peores están en las filas de la revolución rojo-rojita. Choreando a manos llenas los más pillos: paseándose por Moscú, por Praga, por Madrid o por Paris, visitando El Corte Inglés o parloteando de la revolución en algún hotel cinco estrellas del Quartier Latin. Con sueldos de todos nosotros, esquilmados y asaltados en comandita por los herederos del Ché Guevara. Formados por el profesor Eleazar Díaz Rangel en el arte del birlibirloque. Mentir y chorear en nombre de los pobres es de alcurnia. Asesinar en nombre de la revolución, justicia plena. Todo sea por la causa. Todos, cual más cual menos, portadores eventuales de maletines de ocasión.

También se han coleado en las filas opositoras. Prestan su servicio de plomeros de la política al partido que mejor les retribuya. Debe ese partido ser nuevo y tener alguna importante caja de caudales como para financiar una campaña por aquí y otra por allá, cambiarla a la ocasión, patinar de un cargo al otro, siempre obsecuente al mandamás. Que finalmente decide dónde colocarlos a cambio de qué canonjía o puesto saliente.

Quien crea que con estos tercios superaremos el amargo trago de la decadencia nacional, se equivoca. Pillos, estafadores, negociantes, bolicheros: entre todos ellos no suman un miligramo de integridad moral. Siempre al acecho de asaltar el poder y colocarse donde “haiga algo”. El pueblo tendrá que aprender a distinguir los billetes falsos de estos falsos demócratas. Suman miles y miles de billones. A ver si terminamos por aprender a desenmascararlos.

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