Opinión Nacional

Los intelectuales que queremos

En su artículo «La ciencia que queremos» ( Últimas Noticias del 20-09-2009), Luis Britto García (LBG), quizás inspirado por el denuesto presidencial contra los científicos del IVIC en mayo del 2009, nos alecciona sobre la pertinencia social de la ciencia. Sin embargo, él llega muy tarde a esta discusión ya que este tema ha sido ampliamente debatido durante las últimas décadas entre los científicos de Venezuela (y de la mayor parte de los países del tercer mundo).

Así, hace 15 años, al recibir el Premio Nacional de Ciencia decía: «…buena parte de lo que hacemos en ciencia sigue los lineamientos establecidos en laboratorios del primer mundo… Hemos aprendido a jugar el juego de la publicación intrascendente que abulta nuestro currículo y que nos permite hacer carrera científica…».

Y también, anotando «la masiva fuga de cerebros», proponía: «…detener el éxodo por medio del establecimiento de condiciones adecuadas de trabajo… sentar las bases para que la actividad científica esté íntimamente ligada al desarrollo…

cambiar la dirección de la producción industrial para que se dirija a los mercados internos y colocar los cimientos de la innovación tecnológica para que nuestros productos puedan competir en los mercados extranjeros».

Es extraño que LBG, al parecer, desconozca la profunda revisión de metas que se dio en la ciencia venezolana a partir de la década de los setenta y de los proyectos de gran trascendencia nacional que de allí se originaron. Parece desconocer que del Centro de Petróleo y Química del IVIC surgió el Intevep, el cual fue una institución que logró notables éxitos en la generación endógena de tecnología para la industria petrolera.

Sin embargo, en el 2003 se despidió a la mayor parte de su personal, no por ineptitud científica sino porque éste no cupo dentro de una determinada visión ideológica.

En el año 2000, los científicos del IVIC, por intermedio de la Asociación de Investigadores del IVIC, entregamos al ministro de Sanidad de entonces un proyecto para la elaboración de los principios activos de una serie de medicinas de uso extendido en la población. Este proyecto no tuvo ninguna respuesta por parte del gobierno.

Inclusive, al ser reintroducido como un proyecto de la iniciativa Milenio promocionada por el gobierno y entidades externas, tampoco fue acogido. Y para dar otro ejemplo puntual, en el año 2006, luego de la jubilación del investigador Julio Urbina del IVIC, el Laboratorio de Bioquímica Biológica que éste dirigía y que hizo importantes aportes en el desarrollo de nuevos tratamientos para el Mal de Chagas fue clausurado, aunque había quedado intacta su capacidad operativa y existían investigadores en el propio instituto que podían continuar esa labor.

Muchos de los que hacemos ciencia «dura» creemos que una intelectualidad incapaz de entrar en el debate y en la generación de las más importantes ideas que han surgido en los últimos dos siglos, por desconocer el lenguaje físico o matemático en que estas se expresan, se vuelve intrascendente.

Es demasiado fácil pretender ser «intelectual» repitiendo textos de Marx o utilizando un lenguaje críptico y aparentemente informado, como aquél que denunció Sokal en su célebre alerta sobre las imposturas intelectuales.

Para nosotros, el compromiso intelectual involucra análisis crítico de las estructuras y aplicación del poder, en cualquier ámbito en que éste se ejerza, y sobre todo, la creación de ideas nuevas, ya sean estas de tipo científico, humanístico o tecnológico.

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