Opinión Nacional

Los investigadores en Colombia

Un descontento generalizado se ha proyectado sobre las condiciones bajo las cuales desarrollan su trabajo los investigadores. Y aunque son varias las causas de este descontento, destacamos una en particular: el sistema de clasificación de los grupos que realiza Colciencias. Mientras promueve el trabajo interdisciplinario e interinstitucional como una ideal, socava las posibilidades del mismo con medidas de una torpeza singular. Sus resultados: libros, patentes, capítulos y el resto de la producción se somete por puntajes a un diferendo que termina por lesionar a los grupos con los cuales trabaja. Tales medidas obran sobre el esfuerzo científico como quien divide salchichas. Ahora el activismo impera en los centros de investigación como presagiando los días finales de la humanidad.

Este cuadro nos enseña, además, que la innovación no siempre propicia progresos. Los sistemas de programación y clasificación de la información de Colciencias reproducen una improvisación crónica. Como en las guerras por la supervivencia, cada población defiende como puede su pequeño territorio. Y quienes administran la estampida poblacional logran transformar al investigador en un empleado obsesionado por el snobismo. El ambiente y el esfuerzo mental para lograr avanzar científicamente se confunden con una sala de audiencia de tribunales de trabajo. Y la luminosidad de las ideas cede su espacio a la revelación de circunstancias que generan sus miserias. En este juego fantasioso son ganadores los burócratas.

Marx dijo que el ser social condiciona la conciencia; pero también que sólo en la sociedad sin clases la conciencia será adecuada a aquel ser. En consecuencia, el ser social, en el Estado clasista, es inhumano en la medida en que la conciencia de las diversas clases no puede corresponderse adecuadamente con el ser sino de forma mediana, inapropiada y tardía. Y en vista de que esa falsa conciencia de las clases inferiores está fundada en el interés de las superiores, y la de éstas, en las contradicciones de su condición económica, la tarea es forjar una conciencia correcta entre las clases inferiores. Nada de este lenguaje crítico del marxismo queda por fuera de nuestras circunstancias actuales.

Los desvaríos en las condiciones de la investigación científica no deberían vincularse únicamente al presupuesto que administra Colciencias, ni a los salarios que reciben los científicos de sus empleadores. Las preguntas centrales deberían hacerse sobre cómo Colciencias y estas instituciones de control forjan una identidad equivocada de las ciencias. Los investigadores son empleados impotentes frente al sistema. Muchos resultados de investigación han dejado de representar avances culturales decisivos y se convierten en medicamentos usados en tiempos de emergencia.

La politización de los investigadores se ha logrado también gracias al lenguaje. Una uniformidad conformista y adaptada a los cambios, sin reaccionar, suele desprenderse de un proceso de actos de habla ritualizados. Conseguir hacer que las palabras adornen el convencionalismo burocrático de algunos funcionarios. Nuestro burócrata enseña sus dientes ante la posibilidad de controvertir las medidas de actualización de los grupos, y afirma: “es la norma”. Este acto de habla celebra el entumecimiento psicológico de una mayoría de investigadores empleados que dependen de un salario mensual.

Ahora reina en los centros de investigación una afanosa actividad para lograr aparecer entre los grupos mejor calificados por Colciencias. Pero buena parte de la información recogida, quedará luego como un depósito de cosas inútiles. Y los investigadores, atrapados entre copiosas pruebas solicitadas por sus jefes, corren por la calle de la agonía. A pocos se les ha ocurrido preguntar si los males de una época como la nuestra no dependerán acaso de una inversión radical en la posición crítica que debemos sustentar.

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