Opinión Nacional

Los jueces del infierno

Venezuela está, cada vez más, repleta de presos, secuestrados, inhabilitados, exiliados y perseguidos políticos; eso sólo ha sido posible gracias a jueces cuya condición personal es penosa. Una mala persona nunca podrá ser un buen juez.

La virtuosa vida privada que los jueces deberían llevar, desde el punto de vista moral, es una condición necesaria para que desarrollen correctamente, desde un punto de vista técnico, su función jurisdiccional. Por esa razón no es de extrañar que, en los corrillos judiciales se suela decir que para ser un buen juez es necesario ser una buena persona, y si sabe Derecho, tanto mejor.

Muchos de nuestros jueces y magistrados no guardan las más mínimas apariencias de independencia e imparcialidad. Cuando lo cierto es que, la apariencia de justicia es fundamental pues no basta que la decisión de los jueces sea justa o apegada a Derecho sino que también debe parecerla. Esa mala apariencia es la que afecta la credibilidad de la población en su aparato judicial lo que apareja una inmensa desestabilización del actual régimen político y jurídico.

Una mala persona nunca será un buen juez, tampoco, porque quien se comporta incorrectamente en su vida privada también lo hace en la vida pública o en el ejercicio de su profesión, ya que no podrá mantener durante mucho tiempo una vida dividida, esquizofrénica, por lo que tarde o temprano su faceta inmoral se termina imponiendo en el ejercicio de la potestad jurisdiccional. Entonces, sus conductas como individuos desmerecen de la fuerza motivante de sus decisiones no sólo sobre los sujetos sobre los que recae sus decisión sino sobre el resto de los ciudadanos.

Poco importa que el juez tenga la obligación de fundar sus sentencias en Derecho, si es mala persona nunca será un buen juez, ya que indefectiblemente una mala persona trasladará sus convicciones personales a su actuación profesional. Los jueces no pueden aplicar el Derecho sin interpretarlo previamente, y la interpretación es una actividad no solamente descriptiva de las normas dictadas por los legisladores sino también creativa, y sujeta a las veleidades ideológicas del intérprete. Así, para cumplir técnicamente de manera impecable la función del juez habría que tener ciertos caracteres personales, cierta ideología y cierta moral como condiciones para ello, ya que hay una conexión necesaria entre la resolución de los casos judiciales y la moral privada del juez. Obviamente, el juez no deja de proyectar en cada una de sus sentencias sus propias valoraciones personales.

Pero el derrame moral e ideológico que el juez realiza en su actividad de juzgar no queda reducido al ámbito de su interpretación de las leyes, también se manifiesta en lo relativo a la evaluación de las pruebas de los hechos que van a constituir los fundamentos fácticos con que construyen sus sentencias, pues entran en juego ciertas apreciaciones particulares del juez. Esas valoraciones, a su vez, son las que le permiten definir qué es lo bueno o lo correcto en cada caso. Advirtiendo que, el juez al decidir adjudica derechos y obligaciones según su particular concepción de lo bueno y lo correcto, partiendo de la premisa de que existe una íntima conexión entre las valoraciones morales, políticas y sociales y la interpretación y aplicación del Derecho.

Un ejemplo, de que una mala persona nunca podrá ser un buen juez, es Esteban mismo, quien refiriéndose a la juez María Lourdes Afiuni, sentenció: «tiene que pagar con todo el rigor de la ley lo que ha hecho», «yo exijo dureza contra esa jueza», y luego pidió a la Fiscal General de la República, que en nombre de la dignidad del país se le aplique pena máxima.

Como relata la mitología griega: al morir, el barquero Caronte recogía al muerto en su barca y lo llevaba hacia el otro extremo del río Estigia. Allí, era juzgado por el tribunal del infierno y sus jueces: Radamantis, Minos, Éaco y, ahora, Esteban (dido).


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