Opinión Nacional

Los legitimadores

El síndrome de Estocolmo no es ninguna guarandinga. Sobre todo si se lo considera en sus múltiples variantes. Pues no es sólo la identidad entre víctima y victimario en condiciones extremas, entre las cuales la de la propia sobrevivencia. Cuando identificarse con el asesino puede hasta salvarte la vida. Asunto más que comprensible, pues ¿quién conoce a un ser vivo que prefiera estar muerto que seguir viviendo? Salvo el más grande entre los grandes, Jesucristo, que en el momento postrero aunque preguntó desgarrado al borde de los abismos, entre el estrépito de la tempestad que rompía los cielos: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Ni siquiera se le debe haber pasado por la mente legitimar a Satanás. Digo yo…

Sería un despropósito pedirle a los dirigentes políticos del patio una grandeza de esa metafísica y sobrehumana dimensión. Pero como nadie los está acorralando, sus negocios de todo signo y condición no parecen en peligro, sino, antes bien, avanzan a velas desplegadas, viento en popa, y al parecer nadie cuestiona sus colosales atributos secretariales, cabe preguntarse ¿qué lleva a un dignatario a cargo de un partido histórico o tributario de una gran tradición política o académica a recomendar legitimar a quien, según todos los datos disponibles, no sólo no es merecedor de legitimación alguna, sino que es la propia melcocha importadaaa, clara y obscenamente al servicio de un “poder” extranjero?

Pues una cosa es reconocer una desgracia, a ver si la superamos, y otra muy distinta considerarla una bendición dispuesta por los dioses. Una cosa es calarse un temporal porque no queda más remedio, y otra muy distinta salir a hacer rogativas para que llueva, y no precisamente “café en el campo”. Dicho en clave ideológica: una cosa es la RealPolitik y otra muy distinta es la coprofagia.

Ante lo cual cabe además una pregunta, esta aviesa, a la gallega, malpensada y con nada buenas intenciones: ¿qué gana la víctima que corre a legitimar al victimario? ¡Algún privilegio ante las otras víctimas? ¿Indulgencias, perdones, favorecimientos, contratos, conchupancias? Como dicen los filósofos y pensadores gallegos: “piensa mal y acertarás?

Si la política y la verdad no suelen ser compañeras inseparables; es más: si la mentira hay veces que rinde muchísimos más y mejores frutos que la verdad, a pesar de la sentencia gramsciana según la cual “sólo la verdad es revolucionaria”, asunto que desde Pérez Arcay a Pedro Carreño ha sido un millón de veces desmentida, en situaciones de apremio, cuando de la mentira depende que el verdugo jale la cuerda y de la verdad hacérselo difícil, si no imposible, lo único cierto y verdadero es que Nicolás Maduro no puede ser legitimado por los demócratas venezolanos a menos que acepten que la Constitución es pupú de perro, la Ley una imbecilidad y la Nación, nuestra Nación, un burdel que puede ser asaltado, explotado, reprimido y secuestrado por el primer indecente que cruce nuestras fronteras.

Sin dejar de mencionar una verdad que pareciera de Perogrullo: no conozco a un solo opositor, ni siquiera a un miembro del Grupo La Colina o cercano a Teodoro Petkoff, que ose argüir a favor del CNE y sus resultados electorales dando por ganador a Nicolás Maduro. A no ser Vicente Días, pero eso es como darle credibilidad al pato Donald.

De modo que ojo con los legitimadores de la comarca dizque opositora. Hay formas y formas de talanquearse. Pedir el reconocimiento de Maduro ¿no será la forma más chic, más astuta y más gananciosa de pasarse al borde de la otra acera?

Me pregunto yo…

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