Opinión Nacional

Los Mariscales de la derrota

En su ocaso, Napoleón definió a sus generales más importantes, a aquellos que se lo debían todo pero que ahora platicaban amablemente con el enemigo, como los «mariscales de la derrota». Casi todos ellos ya estaban satisfechos: tenían poder, dinero, ascenso social y el perdón misericordioso del sistema establecido, al cual ya estaban integrados. En definitiva, y desde su particular punto de vista, ya no había ningún motivo para continuar al lado del Emperador.

Salvando las distancias, esos «mariscales de la derrota», en Venezuela, son los ilustres miembros del «saco de gatos». Lo que este «club» ha logrado hasta ahora es casi un milagro, pero al revés. Ha conseguido lo más difícil: perder aceleradamente poder en el momento del ascenso. En algo más de un año ha transformado una espectacular victoria (la de diciembre de 1998) en una probable patética derrota, que es esta interminable carrera de obstáculos que no se sabe cómo, cuándo y dónde va a terminar. Y todo para recién empezar a gobernar.

Con la suspensión del acto electoral, las incertidumbres sobre el futuro de Venezuela se incrementan de forma exponencial. Ahora no sólo se perderán numerosas gobernaciones; algo mucho peor ya ha sucedido: el propio impulso inercial del proceso político ha sido sustancialmente frenado. Un verdadero regalo para los enemigos de la revolución.

La incapacidad, el oportunismo y las indecencias operativas del «saco de gatos» es el origen inconfundible de todas estas «pequeñas derrotas», cuya suma puede conducir al conjunto del proceso al punto de no retorno de la entropía política. Hicieron exactamente lo contraindicado: perder tiempo, enfriar el sistema, desprenderse de lo único que ya no se puede recuperar.

La penúltima creación de los gatos de la bolsa (llamó la atención la extraordinaria actividad interna del Ministro de asuntos externos) fue el intento de racionalizar la entrega al enemigo de un amplio espacio político interior, organizado en torno a gobernaciones y alcaldías. Esta maravilla de la «falsa astucia» se fundamentó en una auténtica superstición: ofertar una imagen «democrática» a nivel internacional. Es por ello probablemente cierto lo que dijo alguien que acaba de salir de su tumba, también gracias a la «astucia» de los gatos: «Chávez sabe que AD lo ha derrotado internacionalmente» (Timoteo Zambrano a EUD, el 080500).

Pero la obra maestra de su incompetencia y traición fue la «incapacidad» de las personas designadas a dedo y con prolongada anterioridad, por los propios «mariscales», para organizar, simplemente organizar un proceso electoral, cuya dilación, como mínimo, enfriará expectativas, congelará alianzas inestables, expulsará lealtades dudosas y, sobre todo, lo más doloroso y costoso; exigirá un nuevo sacrificio popular: un plus casi salvaje de esperanza hambrienta y sedienta a cambio, aún, de nada.

Los gatos – esta reencarnación subdesarrollada y miserable de los mariscales traidores – pretenden convencernos que es mejor mostrar nuestro cuello al verdugo, porque a todo lo que aspiran es a obtener su perdón. En estas circunstancias, hemos llegado a un punto impensable, a partir del cual todo se puede aún perder.

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