Opinión Nacional

Los mercenarios del presidente saliente

Nunca se sabrá a ciencia cierta cuántos magnicidios, reales o imaginarios, habrán acaecido en la atormentada psique de un teniente coronel avenido en presidente saliente de una ex-república, la misma que antes fue respetada y reconocida en el concierto de las naciones libres como República de Venezuela, sin necesidad de fallidos apodos, ni de innecesarias estrellas adicionales en su bandera, tampoco de caballos devueltos sobre sus huellas en el escudo nacional.

De lo que no cabe duda es que magnicidio y mercenario son elementos relacionados para la ejecución del asesinato de una figura pública y eso lo han descubierto, aunque tardíamente, los asesores cubanos del teniente coronel. Por eso aparece recientemente Eduardo Acosta, ciudadano dominicano y tránsfuga de la justicia colombiana, un fugado de la cárcel de La Ceja en Colombia, a donde fue recluido tras ser capturado transportando dediles de droga en su estómago con destino a Nueva York, pero que misteriosamente es capturado en suelo venezolano, y es “reposicionado” bajo la figura de El hombre más buscado, en el primero y por ahora el único mercenario del que tenemos noticias, con nombre y apellido y hasta fotografía.

Aparece precedido por una descripción cinematográfica del presidente saliente y ahora, luego de varias decenas de magnicidios fallidos anteriores, con una épica tragicómica de asuntos peliagudos e inextricables (escritos en clave en una libretita que pretendió tragarse al ser descubierto) se le exhibe como el tal mercenario, y con un récord de entradas y salidas a países donde las fuerzas estadounidenses han operado militarmente, con la extraña ¿casualidad? de ser, entre muchos otros, los de sus Amigos absolutos Saddam Husein y Muamar el Gadafi.

El chico del tambor

Hace años que los asesores cubanos intuían que algo faltaba en la ecuación persuasiva de los anteriores magnicidios, y por fin dieron con ese algo, el mercenario, y lo han presentado públicamente, aunque el sujeto ha resultado ser un narcotraficante caribeño de tercera línea. El templete propagandístico que se ha montado con El peregrino secreto tiene los mismos acordes de aquel otro, el que se orquestó con Geovanny Vázquez, El espía que surgió del frío colombiano, el tristemente célebre testigo-estrella con el que El honorable colegial Isaías Rodríguez , entonces Fiscal General de la República, adelantó encauzamiento judicial a una veintena de figuras públicas venezolanas, todas vinculadas al ejercicio crítico de la gestión pública del teniente coronel, acusados fallidamente de ser instigadores y autores intelectuales del asesinato del Fiscal Danilo Anderson, el mismo que adelantaba investigaciones sobre corruptelas y tráfico de influencias que vinculaban hasta los tuétanos a relevantes jerarcas del chavecismo robo-lucionario. La verdad salió a flote como los… (ya sabe a qué me refiero) y meses después, El espía que surgió del frío colombiano se estrelló contra la pared de sus contradicciones y confesó lo inimaginable a tambor batiente: que todo lo dicho bajo juramento fue una gran mentira acordada con la Fiscalía, y que esas mentiras fueron convenientemente canceladas. Aquella revelación lo convirtió, por antigüedad y por concepto, en el primer mercenario del presidente saliente, o al menos en el más notorio.

El espejo de los mercenarios

¡Un mercenario! ¿Y eso se come con qué? sería la pregunta del inefable Luis Miquilena, el primer asesor político del teniente coronel en 1998, hoy defenestrado de sus afectos pero volcado hacia las oposiciones que respaldan la candidatura presidencial del venezolano Henrique Capriles Radonski. Y para saber dónde estamos parados cabe la necesaria definición: Se asume como mercenario, un vocablo que proviene del latín merces, – edis, que significa salario, paga, recompensa, al que ejecuta una acción, usualmente militar aunque no exclusivamente, sin ser parte del conflicto y por el solo hecho de que se le cancela por sus habilidades y experticias. Tal concepto se refiere a los milite mercede arcessere, soldados reclutados mercenarios por el ejército Romano, pero también a los mercennárium que son los combatientes asalariados, comprados o sobornados de otras naciones en conflicto con el Imperio Romano, cuya participación interesada en las luchas internas o en los conflictos externos tienen, ayer como hoy, un beneficio económico y personal, con abstracción de la ideología, la nacionalidad o las preferencias políticas del bando de quien le contrata.

El término latino también involucra a los testis tribuit se mercennarium comitem regi (testigos puestos a sueldo por un Rey) y por extensión a todo aquel que realiza cualquier testificación, cierta o falsa, a favor de otro por una recompensa, o merced, sustituyendo la testificación verdadera de otra persona por el salario que se le da. En el mundo militar se les identifica como asesinos a sueldo y apátridas, y en las organizaciones criminales (también en las que no lo son, pero que les contratan) los llaman por su otro nombre: sicarios, que se refiere a una persona que mata por encargo a cambio de un precio, nada nuevo ni de origen colombiano, porque sicario es una figura conocidísima en el Derecho Romano originario que reguló su condena penal por la particular crueldad con que se conducían estos asesinos. Tal definición y regulación de las penas imputables generaron jurisprudencia con la lex Cornelia de sicariis et veneficis (ley Cornelia sobre apuñaladores y envenenadores) del año 81 antes de la Era cristiana.

Un mercenario perfecto

Los primeros datos sobre la existencia de agrupaciones militarizadas con el rango de mercenarios provienen del antiguo Egipto y se remontan a los conflictos armados emprendidos por el faraón Ramsés II, unos mil quinientos años antes de la Era cristiana. En esos entonces, eln faraón reclutó a 18.000 de soldados mercenarios, a quienes pagó con un décimo de lo que saqueaban, más la comida, sal y agua. Tres mil quinientos años después, el 8 de junio de 1977, las naciones occidentales suscriben un protocolo adicional a la Convención de Ginebra del 12 de agosto de 1949 (protocolo I, de APGC77), relativa a la protección de las víctimas de conflictos armados internacionales. Allí se establece que un mercenario perfecto es cualquier persona que ha sido reclutada o embarcada específicamente con el fin de luchar en un conflicto, (sea militar o de cualquier otra índole), que toma parte activa en esas hostilidades y que su motivación para tomar parte es el beneficio personal, pues de hecho se le promete una recompensa material que excede de forma sustancial al pago que los partidarios originarios reciben con similares responsabilidades o funciones dentro del mismo teatro de operaciones conflictivas.

Este concepto de mercenario perfecto también incluye por extensión a todo aquel que no es parte en conflicto, así sea residente del territorio controlado por el contratante, miembro o no-miembro de las fuerzas organizacionales (políticas, militares, etc.) en conflicto y que no ha sido enviado por ningún tercero, ajeno a las partes en conflicto, en cumplimiento de un deber institucional como miembro de un equipo de paz o de intermediación en el conflicto. Como podemos evidenciar, el concepto de mercenario perfecto se le aplica in extensis a Geovanny Vásquez, el chico del tambor, mas no al dominicano con ciudadanía estadounidense Eduardo Acosta, El peregrino secreto, a quien –de ser ciertas las acusaciones de evasión y tráfico de estupefacientes- debe tratársele como lo que es: un delincuente común evadido.

Un traidor como los nuestros

Ni Vásquez ni Acosta se comparan, en peligrosidad y astucia, con los verdaderos mercenarios del presidente saliente. Me refiero a los traidores a la Ética del Periodista, los comunicadores sociales que amparados en carnet que les ha expedido el Colegio Nacional de Periodistas de Venezuela y en las canonjías y prebendas que les permite el desgobierno chavista, laboran en la extensa red de medios de comunicación del Estado venezolano, que en teoría son medios públicos, pero que en la práctica se han transformado en empresas de mercenarios persuasivos, organizaciones delincuenciales que utilizan sus sólidas experticias en los medios públicos o comunales para la manipulación de los hechos y para la mentira sistemática, las únicas herramientas persuasivas que pueden esgrimir para captarle adeptos al presidente saliente en las batallas de una guerra comunicacional que desarrollan en apoyo a la reelección infinita del teniente coronel.

 

Esa acción persuasiva es un Asesinato de calidad no solo a la fe y la confianza de las audiencias en los medios de comunicación públicos, sino también al más importante bien intangible de cualquier República: La honestidad del funcionario público y la transparencia de sus acciones. Esos periodistas son los verdaderos mercenarios del presidente saliente. Cada uno de ellos es El infiltrado que miente y manipula los hechos para la desinformación de los electores, en cuyos hogares no existe otra opción que sintonizar los medios oficiales y las señales abiertas que constantemente “encadena” el teniente coronel.

 

 

 

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