Opinión Nacional

Los militares dieron paso a un gobierno civil

La Venezuela nacida en 1830 con resplandores civilistas, fue forjada por militares en los campos de batalla, como el resto de los países bolivarianos. Le tocó a José Antonio Páez, hombre de caballo y lanza, marcar los primeros pasos hacia un país democrático, en el sentido que se le podía dar en esa época a esa palabra. Y fueron los mismos militares, y algunos doctores, que en todo caso conformaban la minoría, quienes dieron perfil legal a las primeras elecciones presidenciales que tuvieron lugar el 6 de febrero de 1835, y que llevan a la presidencia en forma sorprendente a un civil llamado José María Vargas, quien por lo demás mientras la patria nacía en el parto de la fusilería y de los cañonazos, se formaba, muy lejos, como médico. Y eso hizo que posteriormente su patriotismo fuese puesto en dudas, como parte de la primera guerra sucia que se escenificó en Venezuela. Algunos no podían entender, en ese momento, los valores de la cultura, y mucho menos que ésta se pusiese por encima del sable, o del trabuco.

El Congreso vs Páez

La separación de Venezuela de la Colombia forjada por el Libertador, comienza por el deseo del Congreso de la República, con asiento en Bogotá, de interpelar a Páez, entonces jefe del Departamento de Venezuela. El general José Antonio Páez –sostiene Eleonora Gabaldón– Comandante de Venezuela, designado por el gobierno de Bogotá, es acusado por la municipalidad de Caracas ante el ejecutivo de Bogotá y ante la Cámara de Representantes por actos de arbitrariedad en la aplicación de una ley de milicias. Páez es suspendido del cargo de Comandante General del Departamento por el Senado, quien le ordena presentarse ante la Comisión designada para instruir el proceso. Es el momento en que intrigas y maniobras funcionan en busca de objetivos concretos: los mantuanos acusadores aprovechan el impasse para dar salida al plan separatista. Salcedo Bastardo lo explica así.” Tras parecer sumiso en un primer momento, Páez, incitado por sus amigos, entre ellos Miguel Peña, y por sectores influyentes de Valencia, capitaneados por su municipalidad, resuelve reasumir el mando y desconocer a la Constitución y al Congreso. Definidas así las cosas, hay un viraje: el Cabildo acusador, y los círculos “venezolanos”, se tornan soportes del rebelde”.

Luego viene el Congreso de Valencia, la formación del Estado venezolano, y la primera presidencia de Páez.

Militares y civiles

Esa primera presidencia de Páez, ejercida desde 1830, deja profundas huellas civiles en el ánimo de los habitantes de la naciente República. Y llega 1834 con la necesidad de aprestarse para el cambio de gobierno. Salen los nombres de héroes, de cuyo patriotismo nadie podía dudar: Santiago Mariño, Carlos Soublette, Bartolomé Salom y Francisco Esteban Gómez. Del otro lado es decir enfrentados a las charreteras, están Diego Bautista Urbaneja y José María Vargas, el civil sabio, modesto, probo, científico y parlamentario que se había distinguido en el Congreso de Valencia como defensor de la causa de la democracia, y por lo tanto de la búsqueda de la felicidad popular con la naturales limitaciones de la época. Desde su llegada al país predicó los valores de la vida civil, y se enfrentó, por supuesto, a los militares que habían ganado batallas y privilegios en las azarosas campañas guerreras.

Pero, ya Páez había puesto la gran piedra ciliar del civilismo, cuando en 1830, desde la Presidencia de la República, expresó sus principios republicanos: “¡Venezolanos!: no más actas; no más pronunciamientos; no más que obediencia al soberano Congreso. Busquemos en el sistema republicano, popular, representativo, alternativo y responsable que hemos establecido, esa felicidad porque anhelamos veinte años ha”.

A eso se debe agregar la tolerancia oficial a la libertad de expresión, durante el primer gobierno del centauro llanero.

La merma de los fueros

Por supuesto que no todo fue fácil. Muchos militares vieron cómo mermaron sus fueros por las decisiones del Congreso de 1830, y cómo se profundizaría esa merma a lo largo del discurrir constitucional de la República. Más tarde habría un estertor encabezado entre otros por Pedro Carujo, pero cuya trascendencia no fue más allá que el gasto de algunos barriles de pólvora.

Mariano Espinal se refiere a esos hechos: “Tan frecuentes trastornos fueron todos promovidos por militares que sin verdadera conciencia de la forma republicana, y extraños a sus prácticas, veían minorarse con el influjo de las leyes la preponderancia que adquirieron en la guerra, que se imaginaban les había conferido derecho exclusivo al mando absoluto del país. Así lo revelaron desembozadamente los reformistas, al proclamar en Barcelona, como uno de los propósitos de la revolución que “los empleos públicos de todas clases, debían estar en manos de los fundadores de la libertad y antiguos patriotas”.

¡No se extravíen!

Pero allí estaba la palabra de Tomás Lander, quien si bien no marchaba al lado de Vargas en la lucha electoral, le planteó a los militares:
“No se extravíen ustedes. Acuérdense que en errores parecidos incurrieron los Bolívares, los Sucres, los Flores, los Bermúdez. La presidencia de Venezuela no es un galardón de los guerreros. El candidato de ustedes podrá ser émulo o imitador de Alejandro, pero Venezuela no imitará el imperio que se dividió por su muerte en treinta y dos gobiernos o patrimonios de otros tantos generales”.

Extranjero en su tierra

No podía faltar, por supuesto con las pasiones desbordadas, lo que ahora llamamos guerra sucia. Carujo, aquel que atentó contra la vida de Bolívar en Bogotá, hizo los primeros disparos. “El patriotismo del doctor Vargas no puede inspirarnos la mayor confianza. Este señor es hoy mismo más extranjero que venezolano, atendida su larga y no interrumpida separación del suelo patrio, las estrechas relaciones que ha contraído en los países en donde ha hecho mansión, y la inconstancia con que reside en nuestro Estado… Acostumbrado a andar de país en país, viviendo en todos igualmente, puesto que se ha consagrado con exclusión a las ciencias médicas, verosímilmente afectado de un espíritu cosmopolita, lo cual es bien compatible con su profesión, no podemos decir hoy que el Dr. Vargas es más bien venezolano que alemán, inglés, francés norteamericano, español, etc., sino porque Venezuela es el país de su nacimiento”.

Este mismo Carujo se enfrentaría después al legítimo gobierno de Vargas, y daría lugar a la histórica frase que se refiere al hombre justo.

La guerra sucia

Al referirse al clima electoral de entonces, González Guinán hace la siguiente acotación, que es lapidaria: El proceso electoral había seguido su curso bajo el amparo de la ley; los círculos disputaron la victoria reñidamente, aun apelando a veces a medios que la civilización condena; los denuestos personales corrieron como padrón de infamia en las hojas periódicas; los círculos de Vargas y Soublette, a imitación de los de Urbaneja y Mariño, se refundieron y complementaron”.

El voto rentista

La Constitución de 1830 restringió el voto a pocas personas, a quienes poseían renta, es decir que llenasen los siguientes requisitos: “… dueños de una propiedad raíz cuya renta anual sea de cincuenta pesos, o tener una profesión, oficio, o industria útil que produzca cien pesos anuales, sin dependencia de otro en clase de sirviente doméstico, o gozar de un sueldo anual de ciento cincuenta pesos”.

El ejercicio del voto era asunto de privilegiados, o mejor dicho, de los mismos que habían promulgado la Constitución. Eso sin embargo, no resquebraja el valor civilista de aquella carta magna, hecha a la medida de su tiempo, y de las especiales circunstancias que vivía el País.

Era un ensayo válido, cuya trascendencia en la vida institucional de Venezuela vale la pena recordar en estos tiempos, cuando se oyen constantes prédicas contra la democracia, y se asocia a ese sistema político con los malos gobiernos. Cuando uno percibe que la dirigencia política, y aun muchos intelectuales parecieran no saber distinguir entre dictadura y tiranía. Esa ha sido tal vez una de nuestras peores rémoras, y mientras persista, el pueblo tendrá dificultades para entender las bondades de la democracia, que precisamente le permite quitarse de encima a los malos gobiernos y buscar otros caminos para la solución de sus problemas.

Las limitaciones para los electores serán una constante en los instrumentos electorales del País, hasta muy cercana la mitad de este siglo, cuando se inicia, y todavía continúa, el perfeccionamiento del sistema.

La tarea de Páez

La primera tarea que debió llevar a cabo el centauro llanero como Presidente, fue la organización de la República. Los personajes más distinguidos de la política estuvieron a su lado, y le ayudaron a conformar un gobierno de tendencia claramente civilista, que si bien aún no reconocía los valores del pueblo, puesto que el voto no era universal, y la elección primera elección resultó de segundo grado, mantenía un profundo respeto por las leyes, aunque alguna de ellas fuesen verdaderamente inconvenientes.

Cabe destacar la presencia de intelectuales como Santos Michelena, Andrés Narvarte, Diego Bautista Urbaneja, Tomás Lander y Miguel Peña en la búsqueda del mejor destino para el país, y en la discusión de los tópicos que interesaban a la nación, que iban desde la Hacienda Pública hasta la producción agropecuaria, pasando por la incipiente industria representada por los curtidores de pieles, o por los ingenios para procesar la caña de azúcar.

Páez, uno de los hombres que han tenido mas larga figuración política en Venezuela, venido de los campos de batalla, el hombre que había aprendido inglés oyendo en la sabana apureña a los legionarios británicos, sabía que el gobierno es una cosa muy distinta al vivac, y por eso buscó consejo, y lo encontró entre los venezolanos más distinguido, y entre ellos estaba José María Vargas.

Y tan civilista fue el primer gobierno de Páez, que logró impulsar y tal vez imponer al médico como Presidente de la República. Después debería defenderlo, y en ocasiones situarse en el lado contrario.

El valor de la elección de Vargas

Sigamos lo que planteó Eleonora Gabaldón sobre el proceso electoral que llevó a Vargas a la Presidencia de la República:
La elección de los Colegios electorales está fijada para el mes de agosto. El ocho de ese mes Vargas se dirige a los cuerpos electorales a través de un manifiesto donde expresa la necesidad de impedir su elección:
“Abrumado de gratitud por la estimación, y honrosas esperanzas con que me favorecen algunos señores, experimento la angustia de tener que resistir a este noble sentimiento, y romper ya mi silencio como el único medio que me queda de evitar que con mi nombre se pueda perjudicar de cualquier modo el negocio más sagrado de la patria, el acertado nombramiento de su Primer Magistrado, en que muy bien se puede influir el extravío de un solo voto electoral. Si creo poder impedirlo con la franca y pública exposición de mis sentimientos, yo debo hacerlo”.

No fue del todo apacible el proceso electoral. En oriente surgen problemas que terminarán con la anulación de las elecciones en Cumaná, lo que intensifica ese malestar militar que viene operando. Se disuelve el Colegio Electoral a raíz de la separación de la minoría y de la decisión de la mayoría que era mariñista, de constituirse y proceder a elegir al Presidente de la República y a los miembros del Congreso, sin el número requerido.

En Maracaibo dos grupos políticos “tembleques y campesinos” se enfrentaron con motivo de las elecciones, “… hubo derramamiento de sangre y hasta fue depuesto el gobernador de la provincia…”, no obstante la intervención militar del gobierno devolvió el orden y la tranquilidad pública.

El resultado de las elecciones primarias desde un principio da amplia ventaja a Vargas, quien obtiene 103 votos, frente a Soublette 45 y Mariño 27, Urbaneja y Salom 10, y Francisco Esteban Gómez, 5.

Como ninguno de los candidatos obtiene las dos terceras partes requeridas por la Ley, es necesario que el Congreso perfeccione la elección concretando entre los tres primeros candidatos.

… El seis de febrero se reúne el Congreso en la Capilla del Seminario y procede a perfeccionar la elección. En la primera vuelta es Vargas quien nuevamente obtiene el mayor número de votos, sin alcanzar la mayoría en este segundo intento. No será sino hasta la tercera “concretación” que logra más de los dos tercios requeridos por la Ley, obteniendo 43 votos contra 14 de Soublette.

El entusiasmo civil que plenaba las barras, se desbordó hacia la calle y hasta la casa de Vargas. Allí lo declaran popularmente Presidente de la República y el nueve de febrero el Congreso recibe el juramento constitucional del nuevo mandatario. Vargas inicia su mandato lleno de angustias e incertidumbre; los hechos venideros le darían la razón.

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