Opinión Nacional

Los nombres de las personas (1)

El origen y significado de los nombres de las personas (“nombre de pila” o “de bautismo”) siempre ha causado interés y curiosidad. Cada quien quiere saber de dónde viene y qué significa el suyo. Y no siempre es posible, porque los hay demasiado personales, a veces invención de padres o madres, o bien son la conversión de palabras comunes en nombres de personas.

En el Concilio de Trento (1545-1563) la Iglesia dispuso la obligación por los católicos de escoger el nombre de sus hijos entre los de los santos reconocidos por ella. Lo cual se cumplió durante un tiempo, pero después se fue relajando. Todavía hay algunos curas que se niegan a poner ciertos nombres a los niños al bautizarlos.

Durante mucho tiempo se tuvo la costumbre de poner el nombre a los recién nacidos según los registrados en los almanaques para la fecha del nacimiento. Lo cual a veces producía verdaderas catástrofes onomásticas, como lo sugiere el poeta guayanés Héctor Guillermo Villalobos en un poema que comienza diciendo: “Domitila, Gumersinda, / Críspula o como te llames, / mujer de nombre infeliz / que te puso el almanaque”.

Siempre se ha atribuido a los maracuchos la costumbre de poner nombres raros. Al principio se utilizaron nombres clásicos, sobre todo griegos: Hermágoras, Heraclio, Demóstenes, Epaminondas, Epifanio, Herminio, Eumelia… Después esos nombres fueron siendo desplazados por los anglosajones, y luego se llegó al nombre inventado, cuyo prototipo más conspicuo es, sin duda, el famoso Usnavy (U. S. Navy). Este nombre, por cierto, se conoce también en Puerto Rico. La costumbre no es, pues, sólo nuestra: en México se ha registrado el nombre Masiosare, tomado de una estrofa del Himno Nacional mexicano: “Mas si osare un extraño enemigo…”.

También en Coro, capital del Estado Falcón, suelen usarse nombres raros, a la usanza maracucha, producto quizás de la cercanía geográfica y cultural, aunque no sé si la influencia ha sido de Maracaibo sobre Coro, o a la inversa. Esto último podría ser, dada la mayor antigüedad de la región coriana, con sus modos y costumbres. Pero en materia onomástica lo más notable en Coro es la costumbre de llamar a la gente, no por sus nombres, sino por sus hipocorísticos: Moncho (Ramón), Chema (José Manuel o José María), Fay y Fayito (Rafael y Rafaelito), Manche (Guzmán), Meche (Mercedes), Chucha (Jesusa), Chendo (Rosendo), Chinca (Chiquinquirá), Carlucho (Carlos)… Sin exagerar, son numerosos los corianos cuyos verdaderos nombres muchos otros no conocen.

Legislar sobre nombres de personas es difícil y delicado. Hacerlo roza un principio que la gente defiende con mucho celo, como es el derecho a la intimidad. Pero, además, poner nombre a los hijos es mucho más complejo de lo que se cree, pues responde a criterios y sentimientos muy respetables. El combate a la costumbre de poner nombres inapropiados, ridículos, ambiguos y hasta infamantes debe hacerse mediante campañas educativas y de persuasión, sin medidas impositivas o atentatorias contra la libertad individual. Lo que sí debería establecerse por vía legislativa es la facilidad para cambiarse el nombre, cuando a bien se tenga y haya una razón que lo justifique.

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