Opinión Nacional

Los primeros treinta…

Parece que hubiera sido ayer, sin embargo ya han pasado treinta años desde que un hombre visionario, de mente brillante, sentido de la trascendencia y arraigados valores humanos llevara a cabo una de las obras más importantes que se hayan realizado en Venezuela y de la que hoy, con inmenso orgullo, recogemos los frutos.

Cuando José Antonio Abreu fundó la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar como parte del Sistema de Orquestas, tal vez fue la única persona que pudo imaginar cómo sería ésta a la vuelta de unas décadas, pues él es el único que conoce lo ilimitadas que son su persistencia y su capacidad de su ser que parece no agotarse nunca.

Y es que el Maestro Abreu ha sido de una constancia y una dedicación que son únicas en Venezuela. Esto ha representado un cambio radical y positivo en las vidas de ya varios centenares de miles de jóvenes venezolanos. Quienes creemos con todo fervor en este programa deseamos que cada año sean muchos más los que se integren.

El concierto del domingo 27 de julio en el Aula Magna fue de antología. El programa, todo Tchaikovsky, fue el mismo del concierto inaugural hace treinta años: el Concierto No. 1 para piano, en esta oportunidad interpretado por Sergio Daniel Tiempo, un joven que salió de las filas del Sistema y hoy es uno de los pianistas cuyo nombre suena en todo el mundo, y la Sinfonía No. 4, dirigidos ambos por Gustavo Dudamel, quien merece un artículo aparte, que ya tiene nombre: ¡Dudamel Superstar!
El puesto de primer violín fue cedido por Alejandro Carreño a Ramón Román. Ulises Ascanio, quien hoy está dedicado a las orquestas infantiles, estaba confundido entre los violines, cerca de Christian Vásquez, una de las jóvenes promesas en dirección, junto a Diego Matheuz, quien también estaba allí. El flautista Pedro Eustache, quizás el más internacional de nuestros músicos, se veía feliz de estar de nuevo con la orquesta. Frank Di Polo, una de las «manos derechas» de José Antonio Abreu, tomó su violín para celebrar los treinta años de la institución que ayudó a fundar. Lo mismo hizo Eduardo Méndez, otra de esas «manos derechas», quien de ser músico pasó a ser administrador y es muestra palpable de que la disciplina que da la orquesta es beneficiosa para cualquier otra tarea que se emprenda en la vida. También estaba el violinista Dietrich Paredes, otro que se prepara con el Maestro Abreu en dirección orquestal. Otro veterano entre los veteranos, Valdemar Rodríguez, también formó parte de la orquesta esa noche.

Antes de comenzar la Sinfonía, Dudamel se dirigió al público: «en Venezuela estamos haciendo historia. La historia de la música clásica hoy se está escribiendo aquí, porque lo que sucede aquí es un hito»… Los aplausos no se hicieron esperar. Dudamel entonces habló de la Orquesta. De quienes la fundaron y de quienes la forman hoy. De «aquéllos jóvenes» y de «nosotros». Habló del camino recorrido y del que queda por recorrer. «Y todo eso», dijo, «gracias a la voluntad, al esfuerzo y al trabajo de un hombre que quizás porque lo vemos –o hablamos con él- todos los días, no lo valoramos en su justa dimensión… me refiero, por supuesto, a José Antonio Abreu…» El público se puso de pie. La ovación fue «la» ovación.

Con su habitual humildad, el Maestro Abreu agradeció el homenaje. Señalaba a los músicos, a Dudamel, a Rubén Cova que estaba a su lado, a tanta gente querida que estaba allí para testimoniarle admiración, afecto y respeto.

El frenesí colectivo vino al final. En medio de la algarabía, los aplausos, los «bravo», Dudamel bajó al escenario e invitó al Maestro a que dirigiera el último movimiento de la Sinfonía y le entregó la batuta. Para ese momento, el público entero coreaba: «que dirija, que dirija». Abreu, visiblemente emocionado, comenzó a dirigir. Dudamel mismo tomó uno de los violines y tocó. Una de las jóvenes violistas bajó del escenario a buscar a Jesús Alfonzo, quien estaba entre el público, le entregó su viola y le cedió su puesto.

El concierto terminó con el público entero en euforia total bailando el Mambo de Bernstein, coreando el Himno Nacional y el Cumpleaños Feliz. Me uno al júbilo nacional y espero que cumplan cientos –o miles- de años más.

¡Muy Feliz Cumpleaños OSJVSB!

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