Opinión Nacional

Los Sueños de la razón: Un libro para meditar

Los Sueños de la razón: Ensayo sobre la experiencia política
José Antonio Marina
Editorial Anagrama, Barcelona, 2003

En su columna de El Universal, el Padre Luis Ugalde, S.J., mencionaba tres
libros que estaba leyendo en ese momento, la autobiografía de Albert Speer,
la biografía de Napoleón por Max Gallo y él de (%=Link(«http://www.casadellibro.com/fichas/fichaautores/0,1463,MARINA32JOSE2ANTONIO,00.html?autor=MARINA%2C+JOSE+ANTONIO»,»José Antonio Marina»)%), que
pasamos a comentar. Los tres son aleccionadores para el momento histórico
que vivimos los venezolanos. Por pura coincidencia me encontraba releyendo
los dos primeros, por lo cual tal vez se acusó mi curiosidad por leer el
último. Debo reconocer mi ignorancia por la obra de Marina, quien tiene
ganados méritos para ser reconocido como uno de los intelectuales de peso en
la España actual. Me costó mucho trabajo encontrarlo, y cuando al fin lo
logré, comprendí muy bien su importancia para el ciudadano común de la
Venezuela presente, y por ello no vacilo en recomendar su lectura.

Se trata de un libro sobre la Revolución Francesa, y habida cuenta de que
supuestamente estamos viviendo en Venezuela los días de “la revolución
bonita”, también calificada de “revolución pacífica” y “democrática”, es de
aconsejable lectura para quienes desean interpretar con cierto grado de
objetividad y sentido histórico lo que ocurre actualmente en Venezuela y las
consecuencias negativas que nos esperan por un lapso indefinido, tan pronto
se desatan esas fuerzas negativas de odio, resentimiento social y étnico y
revancha por la explotación económica.

“La Revolución Francesa fue un atormentado esfuerzo por buscar la felicidad
política.”

Concluyó en manos del gobierno dictatorial y absolutista de Napoleón, “que
en 1800 afirmó: Hemos terminado la novela de la Revolución. Es preciso
comenzar la historia, ver sólo lo que hay de real y de posible en la
aplicación de los principios y no lo que hay de especulativo y de
hipotético. Hoy día seguir otro camino no sería gobernar, sino filosofar.”

Marina escogió un estilo sui generis, y sumamente atractivo, para algo que
de primera intención podría pensarse que es una novela histórica, pero que
así se presenta para hacernos más grata y paladeable su verdadera intención
que es adentrarse en un ensayo filosófico y político. En la Introducción el
autor confiesa: “Como filosofía aspira a la verdad, como historia aspira a
la exactitud, como narración aspira a la seducción. Si esta mezcla
alquímica no deflagra, el resultado será lo que entiendo por ensayo, que es
una poética del conocimiento.”

Además reconoce paladinamente que no es una autoridad en la materia y que se
dispone a estudiarla junto con los lectores, lo que revela en el autor una
disposición pedagógica, y un atractivo adicional para acompañarlo en esa
expedición al ignoto.

El resultado es un libro de considerable peso específico, pues condensa y
sintetiza en sus 270 páginas lo que fueron las dos grandes revoluciones del
siglo XIX, la de los Estados Unidos, que compara brevemente con la que le
sigue, la de Francia, y se concentra en esta última, dejándonos conocer a
sus personajes, su pensamiento, sus acciones, sus errores y las funestas
consecuencias de los mismos.

“Antes de convocar los Estados Generales, es decir, la representación
popular, Luis XVI había convocado a los nobles, supongo que para meter la
mano en su bolsa, pero éstos, entre genuflexiones serviles y empelucadas
protestas de fidelidad, no se dejaron. Fueron ello los que sugirieron al
rey que convocara al pueblo. No se dieron cuenta de que se estaban poniendo
la soga al cuello, o el cuello bajo la cuchilla, para ser más exactos.”

Gracias a sus lecturas, estudios y meditaciones podemos comprender mejor los
principales protagonistas de la Revolución Francesa, como son Mirabeau, La
Fayette, Robespierre, Danton, Marat, Talleyrand, Sieyes o Saint-Just, y
sus contemporáneos, coautores, testigos y víctimas como son Necker, Mme. de
Stael, Olympe de Gouges, etc.

La tragedia de lo que es una revolución plantea la cuestión de fondo: “
¿Sería inevitable esa revolución sangrienta? ¿Había sido inevitable la
Revolución Francesa?”

“La coacción, el miedo, la ignorancia, la miseria, el odio son barreras que
detienen momentáneamente –o por desgracia dilatadamente- el impulso de la
razón, el despliegue de la naturaleza humana. Y al hacerlo provocan
inevitablemente dolor y furia. Ahora interpretaba de otra manera las
revueltas populares, que me habían repugnado por su crueldad. Aquellos
terribles desfiles con las cabezas cortadas ensartadas en picas eran, a su
manera, obra de la inteligencia que buscaba su camino y se hacia destructora
al chocar contra los obstáculos que intentaban paralizarla. Por eso eran a
la vez racionales e irracionales. Eran racionales porque buscaban realizar
los fines de la razón. Eran irracionales porque el miedo, la pobreza, la
ignorancia daban un giro perverso a esa energía tan pura y la convertían en
asesina. La maleaban.”

La narrativa de Mariana no nos arroja nuevas luces acerca del personaje
ambivalente e inescrutable que fue Robespierre, pero en cambio nos revela en
una dimensión interesante al marqués de Condorcet.

“Robespierre es racional y frío como un axioma geométrico. ‘Joven -le dijo
Mirabeau en un discurso-, la exaltación de los principios no es lo sublime
de los principios.’ Para algunos fue un hombre ‘insoportablemente
honesto.’ Casto, solitario, confiado en la virtud, sobrevolaba todos los
asuntos. … El perspicaz Mirabeau le definió, como hacía él las cosas,
mezclando malignidad y agudeza: ‘Llegará lejos. Cree todo lo que dice.’ …
‘El Terror –dijo- no es más que la justicia rápida, severa, inflexible; por
lo tanto, es una emanación de la virtud. No es un principio particular, sino
una consecuencia del principio general de la democracia aplicado a las más
urgentes necesidades de la patria.’

“En julio de 1790, Marat lamentaba que no se hubiera matado a quinientos
culpables de traición. Un mes después eran ya seiscientos. A fin de año
reclamó la muerte de veinte mil. Después de la caída del rey, de cuarenta
mil. Y en noviembre de 1792 fijó una cifra definitiva: doscientos setenta
mil cadáveres … Consideran que la Revolución es una guerra total y que en la
guerra no hay mayor peligro que la bondad de corazón.”

Tal vez no sea una cifra escandalosa para un conflicto bélico, donde hay
bajas indiscriminadas de ambos bandos, pero aquí se trataba de algo
completamente diferente. “Lo espantoso es que no ha sido un movimiento de
furia sino una decisión fría, que se pretende racional … Lo ideal era poder
detener, sentenciar y ajusticiar en el mismo día, así se mantenía la máquina
bien engrasada. Los acusados no tenían defensor. ‘Defender a los traidores
es conspirar. La ley da a los patriotas, defensores calumniados, jurados
patriotas; pero no se los concede a los conspiradores.’ No habrá
interrogatorios previos al juicio. No habrá manifestaciones escritas. No
habrá testigos, si no es absolutamente necesario. Son condenados como
enemigos del pueblo los que hablan mal de los patriotas, los que depravan
las costumbres, los que impiden la educación … Un último artículo cerraba el
círculo del Terror: la prueba moral era suficiente para condenar … Con esta
ley se decretaba que el olfato del patriota y sus corazonadas eran
infalibles detectando a los conspiradores.”

Como es de suponer –y como casi siempre sucede en las revoluciones-
semejante grado de embriaguez agitadora terminaría devorando a sus
promotores.

Cuando finalmente resolvieron sacrificarlo y arrestaron a Robespierre, el
incorruptible, “introdujo una pistola en su boca y disparó, pero la bala
sólo destrozó su mandíbula, dejándolo mutilado pero vivo … Al día siguiente,
con la celeridad que ellos mismos habían impuesto, fueron conducidos al
patíbulo … Robespierre, con la cabeza envuelta por un trapo sucio, manchado
de sangre, que le sujetaba la mandíbula descerrajada, mantenía su actitud
tiesa, su mirada seca y fija … Uno de los verdugos, viendo el furor del
público, quiso halagarlo con un acto superfluo de saña, y arrancó
brutalmente la venda que sostenía el rostro de Robespierre. Este soltó un
alarido de dolor, y la muchedumbre, a quien el Terror también había
encanallado con su potencia corruptora, pudo contemplar con satisfacción la
cara destrozada del tirano … Cuando se desprecian los derechos del hombre,
que son derechos individuales, cuando se elevan ídolos abstractos, se acaba
en el Terror.”

El otro extremo está representado por un personaje menos conocido.

“Condorcet era ya famoso en el antiguo régimen. Matemático célebre,
unificaba los valores de la ciencia y de la Revolución. Pensó que se podía
salvar a la nación mediante una deliberación pública racional, mediante un
debate bienintencionado e inteligente … Condorcet había elaborado una teoría
matemática de la política que en mi juventud me pareció celestialmente
completa. Le intrigaba la gran pregunta que estaba y está en el aire: ¿Cómo
justificar que se pueda obligar a los ciudadanos a respetar las decisiones
que no han sido votadas por unanimidad? Contestó: Por la ley de la
probabilidad. Es más probable que la mayoría esté en lo cierto, siempre que
los individuos actúen racionalmente. La razón siempre unifica … ‘Un pueblo
ilustrado es un pueblo libre, porque la verdad es a la vez enemiga del poder
y enemiga de los que lo ejercen. Cuanto más se expande, menos pueden éstos
engañar a los hombres; cuanta más fuerza tiene, menos necesita la sociedad
ser gobernada.’ … Soportó su fracaso y su persecución con la idea de que
‘la especie humana, liberada de todas sus cadenas, sustraída del imperio del
azar como del de los enemigos del progreso, marcharía con paso firme y
seguro por la senda de la verdad, de la virtud y de la felicidad.’ En marzo
de 1794 abandonó su escondite para no poner en peligro a quienes le habían
acogido. Fue detenido y encarcelado, en pleno apogeo del Terror. Apareció
muerto en su celda dos días después. Robespierre había vencido a Condorcet.

Fue una desgracia.”

Entre las conclusiones de este libro, están los consejos del protagonista de
la novela a sus hijos, y entre elloos: “La inteligencia está impulsada por
una teleología implacable. Busca la felicidad contra viento y marea, y se
rebela contra todo obstáculo que se le oponga. La tiranía emerge una y otra
vez, y una y otra vez es derrotada. Y lo seguirá siendo mientras la
inteligencia humana no sea irremediablemente pervertida por la miseria
extrema, el miedo, la ignorancia, el fanatismo, el odio, o por una
intoxicación de bienestar que le haga perder el anhelo de grandeza. Os
recomiendo, pues, que trabajéis para que estas tiranías no entorpezcan la
marcha hacia la felicidad pública, en la que está inevitablemente incluida
vuestra felicidad privada.”

Tal vez no sea tarde para aprender de las lecciones más trágicas y dolorosas
de la historia universal y no tener que repetirla, con todas sus negativas
secuelas, por crasa ignorancia.

¿Será posible llevar a cabo una revolución pacífica y democrática? La
historia demuestra lo contrario.

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