Opinión Nacional

Lucha contra las clases

El 13 de septiembre, la Asociación de Profesores de la Universidad del Zulia, APUZ, convocó una asamblea, algo excepcional por tratarse del periodo de vacaciones. Pero era necesario tomar una decisión con respecto a la fecha de regreso a clases, tras el asueto de agosto.

El ministro de Educación Superior, Edgardo Ramírez, había insistido en que las actividades debían reanudarse el 4 de octubre, «una vez culminado el proceso de elecciones»; un argumento endeble, puesto que el citado proceso terminará el mismo 26 de septiembre, con rápidos escrutinios, como ha anunciado el CNE; y las universidades no son siquiera centros de votación. Despojado de razones, el funcionario apeló a lo que pudiera ocurrir y anunció que las aulas debían permanecer desiertas «por las pretensiones de sectores de la oposición de desconocer los resultados de los comicios parlamentarios, en vista de un escenario de derrota».

Las autoridades rectorales de la Universidad del Zulia, así como la gran mayoría de los decanos de las 11 facultades y los dos núcleos, eran partidarios de reanudar las actividades antes del 15 de septiembre, pensando en la conveniencia de los estudiantes y de las labores de investigación y extensión; y dando un rodeo a la cláusula 34 del Convenio de Trabajo, que establece que las vacaciones de los profesores comenzarán el día que el Ejecutivo se digne a suministrar los recursos que corresponden a los docentes. Desde luego, como resume el periodista Jesús Urbina Serjant, profesor de LUZ, se tenía «la muy clara impresión de que el retraso en el pago del bono vacacional y otras acreencias a las universidades seguía un guión político para la desmovilización de los universitarios» en la víspera de las elecciones parlamentarias.

La asamblea se efectuó con la participación de 430 docentes (LUZ tiene 3.428 profesores activos y 2.705 jubilados). Hubo una veintena de intervenciones, masivamente inclinadas a la reincorporación inmediata a labores. Parecía que en esto derivaría el acuerdo. No fue así. Con la diferencia de una docena de votos, y cierta coincidencia entre el PSUV y grupos ligados a Acción Democrática, la voluntad mayoritaria se escoró hacia «ratificar la cláusula 34»; y volver a clases el 27 de septiembre.

«El Gobierno calculó muy bien», analiza Urbina. «Como profesor universitario que es, el ministro conoce los convenios de trabajo y sabe que si a los profesores no nos pagan el bono vacacional a tiempo, las vacaciones se iniciarán fuera del período normal y terminarán después de las elecciones.

El Gobierno logró, sin ningún esfuerzo, que miles de estudiantes dejaran de concentrarse y de protestar contra el cerco presupuestario. En fechas preelectorales, esto es ganancia para el chavismo».

Este penoso episodio se inscribe en la tragedia de la educación venezolana, cuya puesta en escena es el deterioro de la infraestructura y el recorte arbitrario del calendario escolar. Da la impresión de que muy pocos sectores en el país están interesados en que los niños y jóvenes estén en las aulas el tiempo necesario para adquirir una formación que les permita discernir el mundo con criterio propio y desarrollar sus habilidades. Con excepción de los padres y representantes, quienes han manifestado muy claramente sus inquietudes al respecto.

La mediocridad del equipo ministerial, de todos los cargos designados por el Ejecutivo y éste mismo, en grado sumo, evidencia la escasa valoración que el régimen tiene de la preparación y la excelencia.

Revolución y rigor son conceptos que se repelen. Y el propio Presidente revela, en sus vergonzantes peroratas, su inclinación a las tonterías, , el mal gusto, la conseja popular sobre los datos comprobables en la realidad, una gran ignorancia, mil desvaríos, tosquedad de alma, en fin, un diletantismo de arrabal. Y ése es el modelo. De él emana el «currículo socialista», una especie de folklore que va a recalar en Zamora y en Maradona. Si se jactan de graduar neurocirujanos en un puñado de «semestres intensivos» (en cuyas manos se cuidan mucho, por cierto, de poner las propias cabezas), qué puede quedar para el resto de las disciplinas.

La revolución no quiere saberes. Exige claudicación y obediencia. Todavía estamos esperando el manual del Pensamiento de Chávez, que María de Queipo dijo que se debería estudiar en las escuelas.

Cuando la diputada haga buenas sus palabras, a lo mejor descubrimos que el gran ideólogo interpretó la frase «lucha de clases» como la guerra contra las clases del calendario escolar.

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