Opinión Nacional

Lucha de clases, un atractivo fracaso

Cierto que la pobreza y la desigualdad son graves problemas históricos que
han afectado severamente a la mayoría de los países de América Latina, pero
también lo es que la instigación de la lucha de clases como fórmula  
política para alcanzar la «redención socialista» o el nirvana
comunista, ha sido un estrepitoso fracaso no sólo en nuestra parte del
mundo sino por doquier. La historia del siglo XX es un testimonio
inapelable al respecto. Y sin embargo la lucha de clases sigue manteniendo
un atractivo político que tratan de aprovechar los demagogos del
neo-populismo o peor, de las neo-dictaduras de nuestra América.

Y debe apuntarse una cierta contradicción propia del contradictorio siglo
XXI: mientras los niveles de pobreza y desigualdad en la distribución del
ingreso se han venido atenuando en gran parte de América Latina –con más
vigor la reducción de la pobreza que la disminución de la desigualdad,
también se ha producido un resurgimiento de la lucha de clases como bandera
socio-política en diversos países de la región, comenzando por la Venezuela
«bolivariana» y siguiendo con Bolivia, Ecuador, Nicaragua y en menor u 
oblicua medida Argentina y hasta Paraguay. De Cuba no se necesita glosar
mucho, porque el régimen de la familia Castro Ruz se encuentra petrificado
en el anciano comunismo, al menos en términos políticos.

Ahora bien, no estamos es presencia de una estrategia ortodoxa de lucha de clases para provocar una conmoción revolucionaria que le abra paso a la dictadura del proletariado… Observamos, más bien, la manipulación irresponsable de las brechas socio-económicas para acuerpar resentimientos, avivar divisiones, reabrir antiguas heridas y promover la polarización política en las coordenadas de pobres contra ricos, como si toda la frondosa realidad de cualquiera de nuestros países pudiera reducirse a ese guión tan elemental. Así ha sido en el caso de la «revolución bolivariana» de Venezuela, y en algunos de sus sucedáneos continentales.

Y con resultados políticos que no se deben subestimar, porque el neo-populismo será en extremo incapaz para la transformación positiva de las realidades económicas y sociales, pero en cambio es habilidoso para el activismo y la comunicación persuasiva en el dominio de la público. Un viejo analista venezolano solía comentar que pocas cosas hay que agraden más a sus compatriotas que el que «frieguen» –castiguen– a un rico… Y esa empatía natural por la vindicación de los necesitados en relación con los más pudientes, se la aprovecha, retuerce y transmuta en una campaña incesante de propaganda política con el fin de dominar las conciencias.

Pero en el campo de la reformas necesarias para la modernización, la lucha de clases sólo deja desiertos estériles. Comparemos, por ejemplo, la estrategia de inclusión plural de Brasil o Chile con la denominada dictadura clasista de Cuba. ¿Quién está en el siglo XXI y quién en las cavernas de la historia? No hay que ser muy perspicaz para encontrar la respuesta, porque ésta fue plenamente dada a lo largo del siglo XX, cuando los totalitarismos de clase arruinaron moral y materialmente a las naciones donde se impusieron, desde la China esclavizada por la siniestra «Revolución Cultural», hasta la Camboya del genocidio de los Jemeres Rojos, pasando por el hiper-burocratizado orden soviético que incluye a la máxima expresión del despotismo absoluto y dinástico: la Corea norteña de la familia Kim.

 

Y no obstante tan contundentes evidencias, el fantasma de la lucha de clases sigue rondando en nuestro Continente, y no de manera espontánea o naturalmente derivada de las diferencias e inequidades sociales, sino como efecto perverso de una de las manifestaciones más demenciales y dañinas de manipulación política. El camino hacia la igualdad de oportunidades y la integración e inclusión societal, no se avanza con guerras sociales instigadas desde el poder o con enfrentamientos viscerales entre sectores sociales y políticos. Se recorre gracias al desarrollo económico con apertura social, y a la incorporación del conjunto nacional en procesos de modernización, respetando las libertades y alentando la superación humana, en lo personal y colectivo. Y nada de eso se aviene con la lucha de clases, una fórmula históricamente fracasada que, sin embargo, aún mantiene un peligroso atractivo.

 

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