Opinión Nacional

Ludopatía y política

De entrada aclaro que estos dos vocablos no son familias, ni tienen parentesco conceptual alguno. Tampoco los une el sonido fresco de los fonemas, cuyas voces andan por allí como fantasmas, tratando de impregnar el lenguaje para que las palabras sean signos blindados y no se corrompan en la pronunciación. Sin embargo, estas dos palabras pueden llegar a ser grandes amigas cuando se juntan en la mente estrecha de aquellos individuos que creen tener el poder agarrado por el bigote.

La ludopatía se define como la adicción patológica a los juegos de azar; mientras que la política designa la actividad humana que procura el poder para mantener, reformar o cambiar un determinado orden de convivencia político-social.

Si se hiciera una investigación para tratar de encontrar culpables y determinar quién corrompe a quién, pudiéramos decir que el ludópata arrastra a la política hacia la perdición, y termina llevándola hasta las salas de bingo para que allí pierda sus principios y valores. Sin duda, se trata de una mala junta, que no solamente corrompe a la política, sino que también termina arrastrando a otros miembros de la familia como lo son el liderazgo, la reputación, la imagen y la estima del sujeto político.

Ahora que el ludópata está tras las rejas, es necesario reflexionar sobre cada una de estas cuestiones, pues los liderazgos ni se inventan ni se fabrican en los casinos. Los verdaderos líderes nacen después de haber auscultado las palpitaciones del alma popular, y se forman después de haberse asomado al interior de sí mismo y visto su propio corazón. Un líder auténtico vive día y noche pensando en el presente y el futuro de su pueblo. Además, ejerce el mandato con firmeza, con humildad, es decir, que manda y sabe mandar.

Por ello es importante saber diferenciar los liderazgos. Por un lado, los hay de franqueza honrada, de integridad mental y carácter firme, que andan montados en los hombros del pueblo, que visionan y luchan por profundizar los cambios y lograr una patria nueva. Por el otro, están los disfrazados de siempre, los que utilizan máscaras para ocultar su insaciable demagogia. De allí que hay que educar al pueblo para que no permita que falsos liderazgos y jugadores de bingo lo lleven hasta las puertas del sepulcro.

Hay que dejar el cinismo de un lado. Los grupos opositores y jugadores de bingo, más que exigir respeto por los derechos humanos del ludópata, deben explicarle al país, a sus seguidores y al pueblo en general, por qué respaldaron a este jugador empedernido, que llevó a la miseria a millones de venezolanos. Cómo es eso de que el señor ludópata se gastaba millones de bolívares jugando bingo, cuando muchos padres de familia perdieron sus empleos, impulsados por la irracionalidad de los jugadores. De verdad, ¿quién le daba el dinero?. ¿Quién le financiaba sus vicios?. ¿Quién lo protegió mientras andaba disfrazado de Saddam Hussein?. De dónde salía el dinero para jugar bingo, porque según declaraciones, ese jugador ya lo había perdido todo. Para concluir, parece que fue un joven quien lo descubrió, y en su lenguaje de chamo le dijo: CTV el bigote. Así fue como lo atraparon.

(*): Politólogo

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