Opinión Nacional

Malos precedentes

Los políticos que se creen pragmáticos desprecian a quienes sostenemos que la vida pública debe regirse por principios éticos y alegamos que el pragmatismo lleva sembradas las semillas de su propia destrucción. Las condenas recientes a los golpes de estado, por una parte, y los golpes de pecho ante los intentos reeleccionistas de quienes se encuentran en el poder, por otra, olvidan que la mayoría de quienes ahora sustentan tales posiciones hace pocos años tenían exactamente la posición contraria y que en ambos casos han llegado a ellas, y han transitado de unas a otras, porque han sido víctimas de su pragmatismo, que entendían como un desdén por los valores éticos.

Me explico. Quienes ahora denuncian a cualquier golpe de estado como inaceptable y dicen que cualesquiera sean sus motivaciones constituyen un precedente inaceptable, que pudiera abrir la caja de Pandora de la violencia y la ilegalidad, son los mismos que durante décadas proclamaron la necesidad de la lucha y la insurrección armada y el desprecio a la legalidad “formal”, instrumento de explotación y represión burguesa. La vía violenta era natural y justificada, bien fuera a través del pueblo en armas o de los militares populares. Lamentablemente este enfoque pragmático condujo a que a través de la lucha armada, que indefectiblemente ganaban los ejércitos, fueran aniquilados, y en muchos casos masacrados, los movimientos progresistas de la región, incluyendo los que eran pacíficos. Ante la derrota casi total de su enfoque “pragmático”, a los violentos no les quedó más remedio que convertirse al formalismo y ahora invocan las leyes democráticas burguesas y tratados internacionales de muy dudoso origen y cuestionable historia, como los de la OEA, para tratar de salvar a un aliado, también de dudoso origen y cuestionable historia. Lo que evidentemente les da la oportunidad a sus adversarios de recordarles todos sus antiguos argumentos contra los principios de la democracia formal.

Por otra parte, y no menos importante, tenemos a quienes ahora se horrorizan de los afanes reeleccionistas de los caudillos en el poder. Son los mismos que, cuando creían detentarlo, promovieron la política de los candados que pretendía hacer a las reformas liberales de mercado irreversibles. En nuestro continente, consideraron que los principios éticos y los precedentes históricos que habían llevado a prohibir la continuidad en el poder de los caudillos (“Sufragio efectivo, no reelección” fue la consigna de la revolución mexicana) eran simples prejuicios anacrónicos que impedían el avance a la modernización y la globalización y promovieron la reelección sucesiva de los caudillos neoliberales con el objeto de que los candados no fueran a ser violados. Lo lograron en Perú, Argentina y Brasil y parecen intentarlo en Colombia. Con ello, por ser pragmáticos, establecieron un precedente del que ahora se arrepienten. A nivel mundial, las fallidas rondas de la OMC y el ALCA intentaron hacer irreversibles las prácticas neoliberales, en contravención de los principios democráticos que sus proponentes decían promover.

En un artículo que apareció en Siete días de este diario el pasado 12 de julio, Juan Tokaltian cita a Bentham, cuando afirmaba que “cuanto más expuesto se está al ejercicio del poder político, mayores serán las tentaciones”. Ambas facciones cuando detentaron el poder cayeron en esas tentaciones, para luego tener que arrepentirse. También cayeron en la debilidad de creerse exentos de deberes cuando el poder les era esquivo y se consideraban víctimas. La actitud de estos pragmáticos se puede resumir fácilmente en las siguientes frases: “Cuando no estoy en el poder se justifica la violencia” y “Cuando estoy en el poder mi deber es mantenerlo y hacerlo irreversible”. Cada una de ellas viola el principio ético de la soberanía del pueblo, aunque en cada caso invocan los intereses populares para justificarse. Y siempre resultan derrotados por la historia, que es la depositaria de esos principios y termina por imponerse ante los “vivos” que se creen pragmáticos.

Afortunadamente, en Venezuela hemos tenidos ejemplos de políticos que se han atenido a la ética y que nos han permitido avances en el indetenible camino hacia la democracia. Uno fue el de Rómulo Gallegos, quien prefirió ser derrocado antes que aceptar un pliego de peticiones políticas del Alto Mando Militar que atentaba contra la integridad de las instituciones. Un segundo fue el de Wolfgang Larrazábal, que reconoció su derrota electoral en 1958, cuando las masas de Caracas y el inevitable Alto Mando Militar le pedían que la desconociera. Y un tercero, el de Rómulo Betancourt, quien se negó a aceptar una reelección que tenía asegurada, para que se supiera que no era la ambición de poder sino el avance cultural y material de los venezolanos el principio ético que había guiado sus acciones.

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