Opinión Nacional

Manuela Sáenz. Lo sabemos, el homenaje no es para ella

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El gobierno sigue administrando el culto a Bolívar. No tiene otra forma de hacer historia, por ello debe mantener el proceso de creación del «santoral» bolivariano. Es así como se ha inventado una serie de actos para supuestamente homenajear a Manuela Sáenz (1797-1856), cuando el objetivo es intentar tapar el desprestigio que le ha generado el escándalo de los alimentos podridos y la caída en su popularidad. Nos están diciendo: «somos malos gobernando, no podemos resolver los principales problemas del país (inseguridad (esta se ha triplicado en 12 años), la inflación más alta del continente, desempleo, déficit en vivienda, desabastecimiento, caída de la productividad económica, dependencia del petróleo, y un largo etcétera), pero somos los herederos de Bolívar». Vamos a sincerarnos: la tierrita que simboliza las cenizas de Manuelita no nos salvarán del malandro del barrio, y mucho menos de la incapacidad a la hora de dirigir una sociedad. Pero vayamos a la historia.

Manuela Sáenz tiene unos méritos. Fue una mujer ilustrada y algunos hablan de su condición como luchadora por los derechos de las mujeres, además de participar en las batallas de Pichincha y Ayacucho; eso ya es suficiente para valorarla pero no para «llevarla» al Panteón Nacional. La real importancia para la «religión bolivariana» es lo que ahora citaremos y transcribimos:

En los eventos de entrada triunfal de Simón Bolívar a Quito, el 16 de junio de 1822, Manuela Sáenz de Thorne lo ve por primera vez, en un evento narrado por ella en su diario de Quito:

«Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tome la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé para que cayera al frente del caballo de S.E.; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la casaca, justo en el pecho de S. E. Me ruboricé de la vergüenza, pues el Libertador alzó su mirada y me descubrió aún con los brazos estirados en tal acto; pero S. E. se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano.»
Manuela Sáenz

En un encuentro posterior, en el baile de bienvenida al Libertador, él le manifiesta: «Señora: si mis soldados tuvieran su puntería, ya habríamos ganado la guerra a España». Manuela y Simón Bolívar se convirtieron en amantes y compañeros de lucha durante ocho años, hasta la muerte de éste en 1830.

El ser amante de Bolívar y el famoso hecho de haberlo salvado del antentado que le hicieron en Bogotá el 25 de septiembre de 1828, son los dos aspectos que hoy se exaltan. Es su cercanía a Bolívar lo que importa para el culto, ¿y qué mayor cercanía que la de compartir su hamaca?. Siempre fue defensora de su persona e ideales, su fidelidad fue absoluta. No hay más, todo gira en torno al gran hombre, y por transferencia, con su sumo sacerdote. Se intenta transmitirnos un modelo, y hacer del patriotismo algo esponsal (incluso diría: amor de amantes, que cada quien interprete). El eslogan (o el mantra o jaculatoria) es la frase de Manuela:

«Vivo adoré a Bolívar, muerto lo venero».

No hacen falta más explicaciones.

Post scriptum: Lo lamentable, además, es que el Poder Nacional ignoró el bicentenario del natalicio de un héroe civil: Rafael María Baralt.

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