Opinión Nacional

Manuelita

El presente artículo intenta ser un desagravio a Manuela Sáenz, la libertadora de El Libertador. El pasado 5 de julio, dentro de los actos de conmemoración del bicentenario de la independencia, sus llamados “restos simbólicos” fueron depositados en el Panteón Nacional, contiguos a los restos de Simón Bolívar, en una ceremonia llena de soldados vestidos con trajes de opereta acompañados por coristas a sueldo disfrazados de pueblo, ataviados con camisetas rojas. El acto fue presidido por el Primer Magistrado de la República y su colega ecuatoriano. Además se elevó a Manuela Sáenz a Generala de Honor del Ejército Bolivariano. Tanta ridiculez es más bien irrespeto.

Como bien observa Alberto Barrera Tyszka en su columna del pasado 4 julio en este mismo diario, titulada acertadamente “la tragedia y la joda”: “pasé días tratando de imaginar que podían ser los “restos simbólicos” de Manuelita Sáenz. Había algo que no encajaba bien dentro de esas comillas. Finalmente conseguí la información: se trata de dos urnas simbólicas contentivas de tierra de Paita”. Agrega el mismo autor: “¿Cómo no sentirse ridículo frente a todo esto? (…) probablemente, si Manuelita Sáenz viviera, estaría indignada con tanta cursilería inútil, con tanta pompa destinada a sacralizar a los poderosos”.

El desagravio pudiera ser también al Panteón Nacional, que empieza a utilizarse para actos de proselitismo, al igual que el Teresa Carreño, y para la bandera nacional que se ha banalizado pintándola en las piedras de camino, en los árboles centenarios del Palacio Blanco y en las indecorosas prendas de vestir de las que hace gala, uso y abuso el Comandante.

Pero volvamos a nuestra heroína. Manuela Sáenz murió en Paita, un pequeño y desolado pueblo del norte del Perú, en donde se exiló, después de la muerte de Bolívar, y permaneció durante los últimos veinte años de su vida. Debido a que muere de difteria, su cadáver fue incinerado, al igual que sus pertenencias. Por ello no se tiene trazas de sus restos.

El gran poeta Pablo Neruda, quien además de Premio Nóbel de Literatura, fue senador y candidato presidencial del Partido Comunista, le dedico un poema (más bien, un poemario) titulado “La insepulta de Paita”. Neruda, que era un hombre serio, cuando visitó esa ciudad peruana no pretendió recoger tierra en el camino para inventar “restos simbólicos”, sino que señaló la significación espiritual de su ausencia o, mejor dicho, su presencia. Y pudo producir versos tan depurados como los siguientes:

Libertadora, tu que no tienes tumba,
Recibe una corona desangrada en tus huesos,
Recibe un nuevo beso de amor sobre el olvido,
Adiós, adiós, adiós, Julieta huracanada

El respeto por Manuela Sáenz, presente en las palabras del poeta chileno, es lo que transgrede la burda manipulación de su figura, el ridículo viaje de pedazos de tierra en una urnita rococó que recorrió Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela para construir un espectáculo en el que el Comandante quiere hacerse pasar por hijo de Manuela, con el objeto de darle a su propia figura un nuevo lustre. Pero que, en vez de eso, la embadurna.

El libro de Neruda tiene como epígrafe una frase de Manuela Sáenz, extraída de una carta escrita en Kingston, Jamaica, en mayo de 1834: “Yo amé al Libertador; muerto lo venero”. La veneración implica respeto. Intentar convertir la gesta y los amores de Bolívar en un simple ardid publicitario para que ésta recaiga en un funcionario público del presente, como es el caso de la consigna “independencia y revolución”, es una treta infantil que ya intentaron casi todos los líderes políticos venezolanos de los siglos XIX y XX, y que ahora se pretende reeditar en el siglo XXI. Resulta una falta de respeto incluir en ese sainete a una mujer digna y respetable, como Manuela Sáenz. Vincular a la libertadora de El Libertador con el ejército que ejerce los más altos y rentables cargos burocráticos, nombrándola Generala post-mortem, es una bofetada a su memoria.

Porque, volviendo a versos de Neruda, en su canto para Bolívar:

“Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos
La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron
De nuestra joven sangre venida de tu sangre
Saldrá paz, pan y trigo para el mundo que haremos”
Y dicen, finalmente:
“Yo conocí a Bolívar, una mañana larga
En Madrid, en la boca del Quinto Regimiento.

“padre”, le dije; “¿eres, o no eres, o quien eres?”
Y mirando al Cuartel de la Montaña, dijo:
“Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”

Bolívar no era un payaso ni una payasada. Tampoco lo era Manuela Sáenz. Respetemos la memoria de ambos. No la ensuciemos. Ni hagamos de ella un espectáculo para satisfacer las vanidades personales de quienes no sólo irrespetan a los héroes, sino también al pueblo.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba