Opinión Nacional

¿Marihuana legal?

El referendo del próximo 2 de noviembre en California para legalizar el consumo de la marihuana puede que no pase, según el veredicto de las últimas encuestas. Sin embargo, ya cumplió con parte de su cometido: que se volviera a hablar de un tema tabú en Estados Unidos y que saliera a flote el sentimiento colectivo de que se ha fracasado en el intento mundial de controlar las drogas con la represión.

Nunca antes, como en los últimos años, la derrota de la ‘Guerra contra las drogas’ había sido tan clara. El 76 por ciento de los norteamericanos considera que fracasó. La crisis de México, que al finalizar este año sumará 30.000 muertos, es la prueba de que la violencia que produce el narcotráfico es una epidemia para la cual aún no se ha descubierto la cura. Y la ONU hace cuatro meses lanzó un SOS advirtiéndole al mundo que las mafias están poniendo en serio peligro a los Estados.

Es cierto que otras veces en la historia se ha ondeado la bandera de la legalización. La diferencia ahora es que ya no son unos extremistas libertarios, casi hippies, o unos visionarios incomprendidos, como Milton Friedman y Álvaro Gómez, los que la llevan al hombro. Se ha comenzado a masificar de tal manera esa convicción que no es nada estrambótico pronosticar que en unos años el mundo estará siendo testigo de esta revolución.

En las ciudades de todo el mundo se está dando una dinámica contundente para legalizar la marihuana. Sin embargo, por ahora, y por prudencia, los líderes políticos solo hablan a favor de despenalizar su consumo. Lo que piensan en privado, sin embargo, no corresponde necesariamente a lo que dicen en público, por temor a un suicidio político. De ahí que la mayoría de los jefes de Estado que comienzan con intenciones de legalizar recurren siempre al libreto de que esta solo será posible cuando sea decisión global y no unilateral de uno o varios países. Pero lo cierto es que la despenalización es prácticamente ya una realidad. Y despenalizar sin legalizar es como estar un poquito preñado. Y eso es muy difícil. Por eso, más temprano que tarde se llegará a la legalización.

Uno de los argumentos más fuertes a favor de esta iniciativa es que ya está probado que la cárcel le hace más daño a un consumidor de marihuana que fumar la yerba misma. Pero el problema para pasar de la despenalización a la legalización es que así como es posible equiparar el fenómeno de la marihuana con el del alcohol, no ocurre lo mismo con la cocaína. Y legalizar la producción y el consumo de cocaína es visto como una aventura más riesgosa que la de la marihuana. De no ser porque el libre mercado de la una pareciera abrir la puerta a la otra, ya hace rato se habría legalizado la primera.

Ya ni siquiera sorprende o escandaliza que un personaje salga del clóset en contra de la prohibición. El pronunciamiento más reciente fue de George Soros, el multimillonario que además sacó de su bolsillo un millón de dólares para la campaña en favor de la legalización. En una columna publicada el jueves pasado en The Wall Street Journal, habla bellezas de lo útiles que serían los 1,4 billones que California recibiría en materia de impuestos si se legalizara la marihuana.

La paradoja de lo que se dice en público y lo que se hace en privado ha quedado reflejada en las últimas encuestas en California. A pesar de que hay unos 400.000 consumidores de marihuana medicinal y 700 dispensarios legales en donde se consigue la yerba, las encuestas dicen que el 51 por ciento está en contra de legalizarla. Sin embargo, al principio del mes los sondeos decían lo contrario. En todo caso, si el referendo llegara a pasar en California se abrirían inmediatamente las compuertas para que los países productores, comenzando por los de América Latina, le exijan a los Estados Unidos una política coherente. Como el propio presidente Juan Manuel Santos manifestó, es muy difícil explicarle a un campesino colombiano que puede ir a la cárcel por sembrar marihuana, cuando en el estado más rico de los Estados Unidos se puede producir, vender y consumir libremente.

Ese riesgo de abrir la compuerta de la rebelión de los países productores ha hecho que los cruzados de la prohibición blandan sus espadas para ponerles coto a las tendencias liberacionistas. Hasta centros de pensamiento, como la Rand Corporation, patrocinada por el Pentágono, publicaron informes para disuadir a los latinos de votar por el ‘Sí’. La tesis central del estudio es que la legalización en California no tiene ningún efecto sobre la violencia en México. Eso puede ser así, pero lo que es indiscutible es que la legalización a nivel mundial erradicaría la violencia que han generado las mafias que surgen por la ilegalidad.

Para los abanderados de la legalización, perder el referendo no significa perder la guerra. Ya se están preparando para la próxima batalla, que tendrá lugar en Davos, el foro de la élite económica del mundo, en enero. Para entonces, la comisión que lideran los ex presidentes César Gaviria, Fernando Henrique Cardoso y Ernesto Zedillo, y que está a favor de eliminar la prohibición de la marihuana, se va a ampliar con otras figuras de talla mundial como el ex secretario de Defensa de Estados Unidos William Perry y el ex secretario del Consejo de la Unión Europea Javier Solana. Que el futuro de la política sobre las drogas llegue al corazón de un foro de esa importancia y deje de ser dominio exclusivo de los agentes de las tres letras (el FBI, la CIA y la DEA) puede cambiar por completo el manejo que se le da a ese problema.

La crónica del fracaso

No se necesita ser muy inteligente para concluir que 40 años después de que Richard Nixon declaró de manera oficial la «Guerra contra las drogas», esta ha fracasado. Las cifras son elocuentes. La coca se extendió a más países -de 44 en 1980 a 130 hoy- y el consumo en el mundo es impresionante -cerca de 250 millones de personas usan drogas ilícitas al menos una vez al año-. La traba azota por igual a ricos y a pobres. En Estados Unidos, hace 30 años los detenidos por delitos relacionados con la droga no llegaban a 50.000. Hoy, al año, arrestan cerca de 1,6 millones de personas, de las cuales 700.000 resultan condenadas. En Europa, los números también son escandalosos: el gobierno británico informó que la abundancia de cocaína es tal en su país que es tan fácil de obtener como una cerveza o una copa de vino.

Lo peor es que no son solo ciudadanos de a pie los que han terminado involucrados en este mundo de la ilegalidad. Es de conocimiento público que los últimos tres presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, Bill Clinton y George Bush, consumieron drogas. Clinton, para protegerse, aclaró que fumó marihuana pero que no la inhaló, con lo cual hizo un oso mundial. Barack Obama, según sus propias palabras, no solamente la probó sino que la inhaló «frecuentemente, porque de eso se trataba». Bush se negó a contestar preguntas sobre el tema pero todos sus compañeros de clase dicen que consumían con él. ¿Por qué no fueron encarcelados estos tres presidentes? (por no hablar de los candidatos de la reciente contienda presidencial en Colombia, cuatro de los cuales admitieron haber fumado marihuana, incluyendo al hoy presidente, Juan Manuel Santos).

En el mundo pobre o en desarrollo la guerra ha sido aún más devastadora. Ese próspero mercado ilegal les da sentido a las mafias, que no solo producen aterradoras estadísticas de sangre, sino que carcomen las instituciones de un país. Se ha demostrado que en mayor o menor grado corrompen a la justicia, a los partidos políticos, al Congreso, a los organismos de seguridad, a los gobiernos y hasta a las guerrillas, como ocurrió en Colombia.

The Economist plantea que «la guerra contra las drogas ha sido un desastre pues ha producido estados fallidos en el mundo en desarrollo». Y los ejemplos pululan. Al presidente de Guinea Bisseau lo mataron por un lío que tenía con uno de los carteles. Y en Afganistán, el mercado de la amapola es una tercera parte del producto interno bruto. El general James Jones, ex comandante de la Otan, antes de ser asesor de seguridad de Obama dijo que la situación en Afganistán se deterioró «por el tráfico de drogas, que es sin duda alguna la fuerza económica que nutre el resurgimiento de los talibanes».

En América Latina la situación no es mejor. El tráfico en Guatemala, Honduras y El Salvador está aumentando vertiginosamente. El primo del Presidente panameño ha sido detenido por lavado de dólares. Y México está aún peor que Colombia. Se han visto los peores horrores de esta guerra, masacres de 72 personas y cuerpos sin cabeza colgando de puentes. La semana pasada fue calificada como una de las más violentas, con seis matanzas, la mayoría de ellas contra mujeres y jóvenes, y la última de ellas, una emboscada el viernes en la que murieron nueve policías en Jalisco. El miedo es tal que en Tamaulipas les pidieron a los adultos que no se disfrazaran en la Noche de las Brujas. Así como alguna vez le tocó a un antiguo paraíso como Medellín verse convertido en un infierno como el Chicago en los tiempos de Al Capone, ahora el turno es para las ciudades mexicanas.

La situación es tan grave en el país azteca que el ex zar antidrogas de los Estados Unidos Barry McCaffrey dijo que México estaba en riesgo de convertirse en un Estado fallido y lo tildó de «narcoestado». La lección es muy clara: el negocio no se acaba sino que se trasforma. En Colombia se ha presentado una transformación del mismo por cuenta del bloqueo al tráfico por el Caribe, el cual hizo que el principal destino de las drogas colombianas no sea ya Estados Unidos sino México. De ahí, los mexicanos inundan a los gringos.

Pero ese cambio geográfico no ha disminuido los costos para el país. Colombia tuvo que triplicar su fuerza pública hasta convertirla en una de las más grandes de la región por número de habitantes, y por ende su mantenimiento amarra las finanzas del Estado. Los resultados, aunque buenos apenas en los dos últimos años, están lejos de ser óptimos. Cuando empezó el Plan Colombia había coca en ocho departamentos, hoy hay en 24. La producción sigue siendo la más alta del mundo y el narcohuracán dejó a su paso una dañina estela de corrupción.

Los generales más consagrados de la guerra contra las drogas tienen su propio arsenal de argumentos para mantener el statu quo. Esgrimen los datos más recientes que muestran una caída mundial en el cultivo de coca -13 por ciento de 2007 a 2009- y en el consumo en Estados Unidos -de 10,5 millones de consumidores en los 80 a 5,3 en 2008-. El problema es que esas mejoras que se han visto sobre todo en los dos últimos años no garantizan que sean definitivas, pues también se ha visto en otros periodos una caída de los indicadores seguida de un alza.

Lo único que de verdad ha sido constante es la teoría de que el mercado de la droga es como un globo al que si se le aprieta por un lado se expande por el otro. Así como baja el consumo en Estados, Unidos crece en Europa. Así como baja el cultivo en Colombia 58 por ciento, crece de nuevo en Bolivia 110 por ciento, y en Perú, 38 por ciento. Las anfetaminas, con 30 millones de consumidores, tienden a superar a los usuarios de la coca. Y, según los expertos, solo falta que se logre diseñar una droga de laboratorio que sea compatible con el alcohol para que la coca pase a la historia.

Tras estos 40 años de sangre, sudor y lágrimas no solo está claro que la guerra se ha perdido, sino también que leyes severas en materia de drogas no producen automáticamente una reducción de su uso. Para la muestra están países como Estados Unidos y Gran Bretaña, que siendo los más estrictos en la prohibición, son también los que padecen más el consumo.

Huele a legalización

A pesar de todas esas evidencias, a la hora de tomar las decisiones políticas se produce un extraño efecto y a todos los presidentes en ejercicio les da miedo reconocer que el paradigma de la prohibición fracasó. El caso más dramático es el del propio Barack Obama, quien cuando hacía campaña para el Senado, en 2004, dijo que «la guerra contra las drogas es un fracaso completo», y ahora como Presidente ha tenido que mantener la caña de la prohibición. Sin embargo, con tacto, ha dado pasos. Primero, en mayo del año pasado, su zar antidrogas, Gil Kerlikowske, advirtió que el gobierno no iba a utilizar la expresión «Guerra contra las drogas» porque era «contraproducente». Y en octubre, el fiscal general, Eric Holder, anunció que no perseguirán la venta de marihuana en los estados donde esté permitido su uso medicinal.

Muchos, en ese momento, se preguntaron si eso significaba que la marihuana había sido legalizada por la puerta de atrás. Pero lo cierto es que se trata de un fenómeno que sin mayor escándalo está recorriendo el mundo. En Suramérica y Europa -con excepción de Suecia-, en la década que terminó, prácticamente todos los países despenalizaron, en mayor o menor grado el consumo. Ecuador, incluso, decidió indultar por Constitución a las llamadas ‘mulas’. Y en Estados Unidos, a los 13 estados en los que se puede comprar legalmente la yerba se les van a sumar probablemente unos 15 más en el futuro cercano. Eso quiere decir que, en pocos años, más de la mitad de los estados de la Unión habrían legalizado la marihuana.

A esa corriente libertaria la ayuda el hecho de que en países como Holanda, donde la venta de cannabis es abierta, el consumo no es mayor que en países vecinos como Alemania y Bélgica, y es más bajo que en Inglaterra, Francia o España.

Pero hoy existe un elemento nuevo a favor del cambio, que la revista Fortune definió así: «Estamos sumidos en la peor situación económica desde la Gran Depresión, lo que hace que la perspectiva de recaudar impuestos por la venta de marihuana sea tan atractivo para los políticos contemporáneos como lo fueron los impuestos de la cerveza, el vino y el licor para el presidente Roosevelt cuando asumió el cargo en 1933, año en que la prohibición fue derogada». Que el tema se vaya a discutir en el foro de Davos no es solo una mera coincidencia. Ni tampoco es coincidencia que George Soros diga en su columna lo productivo que sería para su país legalizar la marihuana no solo por la cantidad de dinero que se ahorraría -13.500 millones de dólares que se gasta en reprimir el consumo, según un estudio de Harvard-, sino también por los impuestos que esta industria generaría -en el mundo mueve 106.000 millones de dólares según el último informe de la ONU-. En países como México podría convertirse en una multinacional que generaría cientos de miles de empleos y 20.000 millones de dólares en ventas.

Es decir, los gánsteres quedarían a un lado para darles paso a los empresarios legítimos y a las arcas del Estado. Sin duda, la legalización puede llevar a un aumento en el mercado de las drogas. Pero el problema dejaría de ser de mafias que amenazan a los gobiernos, para pasar a ser un asunto de educación y salud pública. En cambio, sobre lo que sí existe un amplio consenso es en que estar atrapado en el sistema de justicia penal hace más daño a los jóvenes que la marihuana en sí misma.

En la historia se ha cometido el error de insistir en guerras perdidas. Ese fue el caso de Vietnam, hace 30 años, o el de Afganistán e Irak en la actualidad. Ojalá no se prolongue indefinidamente ese error en la guerra contra las drogas.

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