Opinión Nacional

Mátenme, por favor

Año tras año, ha implorado el Teniente Coronal que lo maten. Los supuestos intentos de magnicidio (sin ningún tipo de pruebas) se suceden como una ristra interminable, más bien discurren como una pesada letanía que, prácticamente, ensordece nuestra capacidad de entendimiento y nos obliga a pensar que, finalmente, el magnicidio ha de ser una realidad que debe llegar.

No es la oposición la que aúpa tales actitudes. Es el “propio Teniente Coronel” quien las alimenta desde la palestra, posiblemente anestesiado por la crasa necesidad de “seguir siendo alguien” después de muerto.

Dicen que tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe.

Es cierto que para algunos ciudadanos venezolanos, presionados por esta continua e inmensa perorata sobre los homicidios políticos, la posibilidad del aniquilamiento “brusco” de un indeseable, empieza a ser una verdadera posibilidad. Sobre todo, si es el mismo afectado quien lo busca con vehemencia.

Anunciar nuestra propia muerte es señal de tirar la toalla antes de tiempo. Es como aceptar que hasta aquí hemos llegado y que de aquí en adelante todo sólo puede ser “lo bueno que pudo ser”.

Yo por mi parte, al igual que Rafael Poleo y otros insignes batalladores por la libertad democrática en Venezuela, prefiero pensar que nada de magnicidio: más bien pienso en mucho encarcelamiento por faltas a los derechos humanos de los venezolanos (simplemente algo así como La hojilla de la Haya).

El G2 cubano, inequívocamente, insiste en la versión estrambótica del magnicidio (igual que como hicieron con el pobre Allende, que lo mataron antes de que capitulara). Chávez ya está montado en la misma olla: o corre o se encarama, o se prepara para ser “un mártir productivo”. El G2 cubano no es de jugar, al igual que no lo era la Stasi alemana (Staatssicherheit), ni tampoco el ahora sobreviviente, tenebroso y reivindicado KGB soviético.

Chávez ha caído en la trampa y se ha apartado de la benevolencia de la idiosincrasia nacional, que tradicionalmente ha perdonado todo, y a todos (y él lo sabe por propia experiencia).

Su exacerbada agresividad sólo lo acerca cada vez más a eso que el mismo pregona: una inmolación a priori.

No entiendo entonces por qué tanta alharaca con las reflexiones de Rafael Poleo y otros venezolanos.

Si en realidad estamos alimentados, 24 horas diarias, con la idea de la desaparición del líder, ¿qué hay de malo entonces en pensar que sí existe una posibilidad?

Yo mismo he llegado a pensar, luego de las innumerables y fastidiosas descripciones oficialistas sobre los repetidos planes magnicidas, que sí es posible que exista la posibilidad de que sea cierto que existe algún verdadero riesgo “o intención” de cometer tal atrocidad.

Pero, como soy demócrata, al igual que Poleo y otros tantos compatriotas, quiero dejar en claro que, por mi parte, nada de magnicidios. Más bien cárcel por traición a la patria, por traición a los principios democráticos, por traición a los valores de hermandad que siempre han caracterizado a la sociedad venezolana.

Espero que los aprendices a “esbirro nacional-socialista” de la oficialidad venezolana entiendan que, mientras más se afanen en crear una realidad inexistente, más la hacen posible, aunque les sea adversa.

A final de cuentas (qué contradicción), los que pueden matar a nuestro presidente serán los que dicen que lo pueden matar.

Así de enmarañada es la vida.

Estocolmo, 2008-10-23

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