Opinión Nacional

Memorias de Costaguana: Escándalo al desayuno

 ¿Quiere un gran escándalo, uno mediano o el más pequeño? Es el comunicador matinal del canal oficial de la República de Costaguana que se asoma discretamente a la pequeña pantalla y golpea a las sienes de nuestra recién desperezada consciencia con su menú de inmundicias. Apenas sale el sol, y ya comienza la jauría.

Sobran los escándalos. Los hay de traiciones a la soberanía nacional. Suelen ser las más jugosas, pero ya se han añejado, señor, explica con su voz impostada de locutor de los servicios de la BBC de Londres. Aunque es un rotoso arribista de Sulaco que pasó de vendedor de golosinas en el mercado central a cantante de los números de la lotería en la feria del barrio norte, el de las aduanas junto a los vertederos de basura. Un golpe de suerte lo puso en el camino de una sobrinita del coronel Monasterios, adjunto al ministro de la defensa, con lo cual sus senderos se alzaron del barrio de la camorra al Country Club de Sulaco.

Los hay también de delaciones a gran escala, por ahora los más requeridos por los escandaleros, agrega Saturnino Comeflor, que así le llaman al ex militante de los Emblemas Púrpuras de Costaguana, grupúsculo de ultraizquierda que dirige los destinos de la cancillería costaguanense. En la que hoy le ofrezco arrastran por los suelos de la traición y dejan estercolado de pies a cabeza al capitán Ventura, ladrón egregio del cuartel del cementerio, como llaman a la cantina en donde se comercia coca al por mayor, se trafica con armas y se rematan honras vírgenes al mejor postor. Allí acaban de violar en cambote a la ahijada del teniente Semprún, caído en desgracia por denunciar al coronel Malazaña. Un narcotraficante de espectaculares negocios, cuyo escándalo ha bajado de precio pero también cargo conmigo. Está a su orden, Sr.

Escarba en su maleta de cartón y se vuelve desencantado. Los más consumidos, me dice, tanto que se me han agotado varias veces, son los escándalos filtrados desde el Zeta 28 referente al embalsamamiento del Coronel Tapioca, muerto en combate sobre un lecho de la embajada de Transcaucasia, en el macizo central de la Cordillera de Santa María Purísima. Juran que lo embalsamaron para contrabandear proclamas del Santón de Jalisco, un revolucionario morocho que se vendió por una barcaza de lingotes de oro.

Estoy adormecido y no atino a escoger el escándalo con que acompañaré la tortilla de huevos achaparrados y el refresco de anís El Gorila. Le pregunto por algún banquero ladrón, de esos que se pregonan a bajos precios en los alrededores de Palacio. Tengo una reunión con el subsecretario de finanzas y quisiera un perfil del ladrón medio. Se agotaron, me responde desde su pequeña pantalla Saturnino Comeflor. ¡Pero aguarde, q aquí llega un camión cargado de los últimos escándalos! Les regalo todos estos, ya están añejos…

Me levanto a regañadientes, abrumado por escándalos que no valen nada. ¿Qué le diré al ministro?

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