Opinión Nacional

Menos de lo mismo

No le hizo falta, a la vuelta de dos años y hasta el presente, el barco no ha dejado de hacer agua y cada nueva medida que se toma no es más que el reconocimiento desacertado y a destiempo de que el camino estatista y controlador tiene las piernas muy cortas.

En materia política y de estabilidad podríamos decir lo mismo. No es posible que bajo condiciones diferentes, los mismos procedimientos políticos tengan los resultados esperados. La forma como el Gobierno de 2002 y 2003 enfrentó su crisis de gobernabilidad no puede ser la formula salvadora desde la cual este gobierno oriente su estrategia. Si le resulta, habría que quemar varios anaqueles de estantería de libros.

Las diferencias de condiciones son obvias. Para no cansar al lector con lo que ya sabe, la actual administración carece del liderazgo, los recursos económicos, la novedad o capacidad de improvisación de su antecesor. Además de la unidad de mando y (de lo más importante) no cuenta con una oposición que se caracterizó por su extrema ingenuidad, cuando no brutalidad, basada en la subestimación del adversario.

Lógicamente y, en materia de estupidez, nunca debemos olvidar al economista italiano Carlo María Cipolla, quien en su ensayo sobre la teoría de la estupidez (autor sobre el cual escribiremos algún día menos tórrido de los que corren), señaló como primer postulado de su teoría que “Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación”. O lo que es lo mismo, siempre la oposición, o el Gobierno, nos puede sorprender y cambiar los escenarios de probabilidad en base al número de estúpidos que los dirija.

Dejando de lado la nunca despreciable capacidad explicativa de los errores que se cometen, a nuestro juicio, el Gobierno se equivoca si pretende combatir los problemas de orden público, el malestar general y los reclamos de cambio, en base a la estrategia de confrontación y la táctica del desgaste, con la cual se enfrentaron las manifestaciones, alteraciones de orden público y acciones conspirativas de abril de 2002.

Muy distinto a esa manía de copiar el pasado, el gobierno actual debió haberse convertido en un auténtico gobierno de transición, que le permitiera pasar de un modo de dominación carismático a uno racional-legal (siguiendo las tipologías de dominación de Max Weber). El tipo de país que tenían delante, más las condiciones económicas apremiantes que dejó la inviabilidad del Socialismo Petrolero más el agobiante proceso político de los últimos dos o tres años, eran señales más que suficientes para hacer gobierno de una manera muy distinta a como lo han hecho en los escasos meses que llevan mandando.

Específicamente, en la crisis actual, ese cinismo de confrontar y reprimir con la mano derecha y disimular o llamar al diálogo con la izquierda, sólo funciona bajo condiciones inéditas, con alta credibilidad, disponiendo de una capacidad de convencimiento no convencional y, finalmente, si se disfruta del conferimiento de capacidades especiales, que son las que le permiten al líder ser carismático. En ausencia de ello la copia de los procedimientos del fundador, sólo se justifican pretendiendo legitimar las acciones propias desde el simple, pero eficaz, “así se comportaría el maestro”.

Esta fórmula también es sugerida por Weber. Por lo general, dice el autor, las relaciones de dominación basadas en el pasado (dominación tradicional), el intento de justificar el presente en base a la tradición (¿por qué lo que ayer funcionó, no va a funcionar hoy?), es la forma de transición predominante de los regímenes carismáticos.

Lo anterior es cierto, y  opera establemente, cuando las condiciones sobre las cuales actuaba el líder carismático se mantienen para los que heredan el mandato y, por lo tanto, basan su autoridad en el legado del líder. En las sociedades pre-modernas, donde para Weber tenían lugar estos dos modos de dominación, la probabilidad de que las condiciones se mantuvieran estables era alta. Finalmente ellas dependían de la naturaleza, los condicionantes de la vida de los seres humanos oscilaba entre los grados de fertilidad de la tierra, el clima y el comportamiento amigo-enemigo de los vecinos (verdadera fuente de incertidumbre).

En las sociedades que han transitado la modernidad obviamente las condiciones son más cambiantes. Para el caso de la Venezuela que le ha tocado lidiar con la transición del carisma chavista al régimen actual, todavía más. Finalmente la dominación tradicional (basada en el pasado) funciona cuando el seguimiento del pasado da resultados aproximados a los que antes ocurría. Las consecuencias de las medidas tomadas hoy eran similares a las del pasado. No se trata sólo de imitar al pasado, sino que el presente efectivamente se parezca al él, en razón de las cosas que el Gobierno hace. Esto, claramente, y por las condiciones económicas y políticas de Venezuela, hoy, es imposible que ocurra.

No sabemos si el Gobierno tiene con qué establecer una transición diferente a la planteada. Tiempo para rectificar tienen, claridad, horizonte y voluntad para hacerlo probablemente no. Pero la historia de hoy, y lo más importante la del futuro, sería muy distinta si en vez de optar por la cómoda y “segura” senda de imitar el pasado, se hubiesen atrevido a ensayar una transición guiada por la Constitución y los consensos sociales del país. Esos donde diálogo y entendimiento es la única forma de lograr relanzar al país por la senda de los objetivos de progreso, paz y bienestar al que llevamos esperando por años.

Para lograrlo, y sin para ello tener que traicionar el legado del líder carismático, hubiese bastado mantener los principios que tanto enarboló el presidente Chávez, pero cambiando los procedimientos en razón de que las condiciones cambiaron.

El pueblo chavista lo habría entendido y el no chavista se lo habría agradecido.

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