Opinión Nacional

Meritocracia: Un falso dilema

“Aumentó el amiguismo y disminuyó la meritocracia…En la directiva anterior se logró mantener la meritocracia…Los cambios son posibles con meritocracia…Se rechaza una ruptura de esquemas que atente contra la meritocracia que ha prevalecido en la empresa…Hace falta un estricto control de la meritocracia… La única solución es restablecer la meritocracia…Se ha atacado a la meritocracia… Se insiste en el respeto y garantía a la meritocracia…La meritocracia se violó en forma descarada…No a la politización, sí a la meritocracia».

Declaraciones como estas abundan en los medios de comunicación en estos días, destacados ex-presidentes de la primera industria, ex-ministros, ex-canditatos a la presidencia del país, políticos, periodistas, columnistas, articulistas, expertos del IESA, y lo más granado de la intelligentsia (término ruso que se refiere a la clase culta o a los intelectuales) criolla claman por la defensa de la meritocracia. Pocas veces hemos estado tan uniformemente de acuerdo sobre un tema en particular. Pero, no estamos solos, también destacados mandatarios como Clinton en Estados Unidos y Tony Blair en Inglaterra, se han enorgullecido al decir que sus gobiernos han sido, o son meritocráticos.

¿Qué significa Meritocracia? Por una de esas aleatorias sincronicidades de las que habló Carl Jung, fundador de la psicología analítica, mientras aquí nos desgarramos las vestiduras por la meritocracia, me entero que Michael Young, responsable del origen de esta palabra murió hace poco (el 14 de enero pasado) y que uno de sus últimos deseos fue, tal como lo manifestó semanas antes de su muerte en un artículo publicado en el diario británico (%=Link(«http://www.guardian.co.uk/guardian/»,»The Guardian»)%), que el presidente Blair dejase de usar la palabra meritocracia para ufanarse de su gobierno porque, obviamente, no había leído la obra The rise of Meritocracy en la que el autor dió origen al término.

Si aceptamos que, como dijo alguna vez Sócrates “el principio de la sabiduría está en la definición de los términos”, y que no es necesario que abdiquemos al ejercicio de pensar, podría ser interesante la exploración conceptual de tan importante asunto.

Michael Young fué uno de los más innovadores y progresistas pensadores socio-políticos de Inglaterra. Creador del concepto de la Universidad Abierta (Open University) y de la primera Asociación de Consumidores, dirigió gran parte de sus esfuerzos a garantizar el acceso a la educación universitaria para los ciudadanos que no albergan esperanza alguna de insertarse en el “sistema” educativo. Su obra The Rise Of The Meritocracy (1958) constituyó una sátira futurista en la que el autor describió el surgimiento de una nueva elite. Young acuñó el término meritocracia para referirse de manera peyorativa a una situación social altamente perniciosa y discriminatoria, que impedía el acceso al sistema educativo y laboral por parte de gente altamente talentosa, capaz e inteligente, al basar la selección en una idea abstracta de potencial en contraposición a las capacidades y logros reales. Observaba como las empresas eran habitadas por funcionarios y empleados genuflexos, apreciados en la medida en que fuesen irrestrictamente leales a los jefes de turno, muy comedidos en expresar ideas u opiniones personales, humildes en toda ocasión, y que subordinaran la identidad personal a la cultura oficial aprobada por la organización.

¿De qué se queja la gente cuando la gente se queja de los atropellos a la Meritocracia? El lector podría argumentar que lo anterior no es más que una discusión bizantina -baldía o demasiado sutil- que lo que importa no es la palabra utilizada (meritocracia en este caso) sino el fenómeno al que la misma se refiere, es decir a la selección de los mejores con base en el mérito.

En tal caso, valdría la pena examinar bajo qué condiciones es imposible que se establezca un sistema “meritocrático”.

¿De qué se quejan los defensores de la meritocracia? La respuesta sería: de la Kakistocracia, término utilizado por los griegos para señalar al “gobierno dirigido por los peores ciudadanos” (Kakistos significa malo, o loco).

Cuando el proceso de selección de personal de una empresa pública o privada lleva a los “peores” a los puestos de mando, estamos en presencia de una Kakistocracia.

¿Qué condiciones son propicias para el establecimiento de una Kakistocracia? Algunas de estas, señaladas por expertos estudiosos de los fenómenos sociales son: que el pobre se ve justificado en su pobreza y el rico se siente incómodo y pecador; que el trabajo creativo se ve obstaculizado porque el individuo siente que no tiene control sobre su destino y otros son responsables del mismo (otros le dicen qué pensar y creer, llevándole a debatirse entre la sumisión y la rebelión); que la sociedad no sabe como gerenciar el dilema de comportarse de acuerdo a los utópicos estándares morales o a la inmoralidad furtiva y la hipocresía generalizada; que la competencia sea vista como una forma de agresión; que la política gire en torno del caudillo, y la vida intelectual tienda a ajustarse al dogma establecido; que la motivación principal sea el poder y la afiliación, por lo que el disidente es execrado; que la educación forme conformistas y ciegos seguidores; que el trabajo bien hecho, el orden, la cortesía, y la puntualidad sean considerados como virtudes venidas a menos, y que se prefiera versiones telenoveleras y fatuas del amor, la justicia, el coraje y la magnanimidad; que la autoridad del jefe se manifieste de manera impredecible, no obedeciendo a lógica alguna; que el mundo sea visto como un campo de batalla en el que se depliegan fuerzas irresistibles y mágicas; que el individuo oscile entre el fanatismo y el cinismo; que la vida se conforme de accidentes que no controlamos; que el mundo sea visto como un valle de lágrimas y que la salvación radique en el más allá; y que el optimismo se reduzca a confiar en que la suerte nos sonría.

¿Meritocracia, Kakistocracia o Pseudo-meritocracia? Michael Young señaló proféticamente que la justicia social sufriría si la sociedad construía sus bases exclusivamente sobre el dogma del mérito. Con ello, la educación estaría poniendo el sello de aprobación en una minoría y el de desaprobación sobre la inmensa mayoría; que la meritocracia contemporánea justifica nuevos niveles de exclusión y desigualdad social, más peligrosos que los de otras instancias por ser más difíciles de detectar; que hemos creado un engendro postmoderno en el que el potencial determinado mediante métodos de dudosa objetividad sustituye al talento y a la capacidad demostrados a través de acciones concretas, por lo que se estigmatiza y condena a la exclusión de por vida a individuos creativos, innovadores y dueños de su pensamiento; que la elite meritocrática defiende a muerte la ideología prevaleciente del mérito a fin de preservar sus intereses económicos; que en la supuesta búsqueda de igualdad de oportunidades lo que se ha hecho sólo representa un muy simbólico reacomodo del mobiliario; que resulta inconcebible que las empresas sigan utilizando métodos de selección tan subjetivos e injustos, dando lugar a organizaciones en las que medra la ineptitud, el conformismo, la sumisión y la indolencia disfrazadas de efectividad, solidaridad y compromiso con la misión y visión de la empresa.

Ante tales denuncias, no sorprende que la obra de Young haya sido rechazada por una docena de editores antes de ser finalmente publicada. Su integridad, creatividad e incansable esfuerzo son hoy reconocidas por todos aquellos que le conocieron personalmente o a través de sus escritos. Su obra nos invita a una urgente reevaluación de nuestra noción del mérito, como paso previo hacia la construcción de una sociedad más justa y más inteligente.

Como buen rebelde, vivió de acuerdo a la frase anti-meritocrática del comediante Groucho Marx que rezaba: “Yo nunca querré pertenecer a un club que esté dispuesto a aceptarme como miembro”.

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