Opinión Nacional

Metáfora verde oliva, ¡vuelvan carajo!

 En búsqueda de mi metáfora, regalo del Ávila cada vez que lo visito, los cangrejos del río han desfilado a mi paso, las mariposas azules me escoltan y en ocasiones se posan en mis manos, algún que otro cuarzo brilla más de lo normal, las guacharacas cortejan mi caminata, pequeñas iguanas se asoman entre la paja, las libélulas se visten de azul turquesa para saludarme y hasta un pequeño venado se ha cruzado en mi camino. Mi compañera la cascada refresca mis pensamientos, abre las compuertas de la magia y el silencio. Un aura poderosa me abstrae del tiempo y me conduce a la nada para reencontrarme con mi interior, mi feminidad, mi fuente de creación, apertura, recepción, fuerza e inspiración.

En ese estado íntimo me encontraba recibiendo la brisa mañanera en mi cascada amada, con manos y pies empapados, rodeada de bosque, rayos de sol intercalados entre ramas y arbustos húmedos, cuando un movimiento repetido en lo alto hacia la izquierda llamó mi atención. La brisa y el encandilamiento no me permitían discriminar el objeto, hasta que descubrí la silueta de una mano balanceando una gorra y la sonrisa de un hombre que me miraba desde lo alto del cerro.

¡Desde cuando estaría allí!¡ Un inmenso terror penetró hasta el tuétano de mis huesos, la invasión a mi intimidad me dejó desarmada y violada! ¡Llegué a sentir que su mirada había traspasado las costuras de mi ropa! El estado de indefensión angustiante activó todavía más mi consternación. Me desplacé de inmediato por el borde de la cascada para tratar de salir de su campo visual, entonces me acerqué a un joven que también visitaba el sitio, para implorarle sin saber si quiera quien era: ¡No te vayas, no me dejes sola, hay un hombre en la montaña que me observa, estoy asustada!

El hombre de la montaña comenzó a desplazarse, quizás decidió alejarse al ver que no estaba sola. Pude diferenciar su ropa, era verde oliva y usaba botas, en vez de tomar el camino de regreso, bajó hacia la cascada. En ese momento lo identifiqué, era un guardia nacional. –

.- ¡Muchacho del carajo! ¡Qué susto me has dado! ¡Eres buena gente!

.- Sra. paso revista por la zona, ¡al verla tan asustada bajé a tranquilizarla!

El alma huída me regresó al cuerpo, el llanto fue mi desahogo hasta que pude sonreír y agradecer al joven por su trabajo y al desconocido que fungió de protector. Jamás en el viaje a mi cascada amada había sentido la necesidad de llorar, entregaba a la corriente de agua mis dudas, fantasías, sueños y secretos, mas este desasosiego se presentaba como nuevo.

Todavía con ganas de llorar a pesar de haber superado el miedo, me estacioné en mis sentimientos, entonces un estremecimiento sobrenatural anidó en mi cuerpo. Pensé en tantos hombres y mujeres venezolanos que han vivido o conviven día a día con el terror, que han sido robados, violados, perseguidos, atacados impunemente sin la posibilidad de recibir protección y sanación al despojo y al dolor.

Imploré entonces por justicia humana y divina, transmuté el dolor y el terror de tantas víctimas y rogué por protección para todos. Mi camino de regreso significó una procesión de silencio y duelo, compromiso y promesa de justicia. Desee que todos los guardias, militares y agentes policiales protegieran a mi gente y a todos los venezolanos como había hecho este muchacho y a todas las fuerzas encargadas de velar por la seguridad de mi Patria les digo: ¡es la gente quien los necesita, no el caudillo!, ¡vuelvan caras, carajo!

 

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