Opinión Nacional

Metamorfosis

Es natural que la historia siempre propicie cambios inesperados. Esto simplemente porque avanzar es trascender circunstancias o, en el peor de los casos, repetirlas con otros actores; o como tantas veces antes, hacerlas desaparecer por cientos de años o milenios relegándolas a las latencias del tiempo.

La Venezuela de hoy no queda exenta de esa premisa sino que más bien, como ha sucedido en anterioridad, trata de retrasar momentáneamente la metamorfosis enquistándose en esquemas desgastados que, con precariedad, pretenden mantener un status quo con pretensiones eternales, pero que pragmáticamente, son imposible de sostener.

Para el hombre común, no es fácil entender el inminente futuro fracaso de tal estrategia; ya que el poder circunstancial del “bozal de arepas de hoy”, entre otras cosas, tiene, indiscutiblemente, la posibilidad de satisfacer necesidades colindantes y de esta manera bloquear la racionalidad más inmediata.

Pienso, ya que creo que no es nuevo para nadie, que no es necesario explicar lo que un bozal de arepas es capaz de lograr en circunstancias tan apremiantes como las que vivimos hoy.

Nuestra realidad inmediata (basada en la administración de dádivas) no tiene posibilidad de progreso, ya que tarde o temprano (como ya lo hemos experimentado en otras oportunidades) el artificioso sustento de un poder basado en “dádivas difíciles de mantener a largo plazo” no puede sino resultar en una reacción adversa: el pueblo se revela contra la farsa (o contra la merma) más rápido que los que sostienen el poder se esperan. Así ha pasado, y así seguirá pasando per secula seculorum.

Sin embargo, cosa posible de esperar si no actuamos a tiempo, ya agotadas las estrategias del “pan y circo”, sólo le queda a la satrapía aplicar la posible brutal represión que ejerció un Nerón, un Idi Amin, un Sadam Hussein o cualquier otro vulgar violador de las normas éticas que rigen la sana convivencia social.

Estoy plenamente convencido de que existen “maléficas pretensiones” en la mente de los sátrapas autoinvestidos de poder (ya que son simplemente necesidades inherentes a su ilegitimidad). Y me pregunto si el pueblo, la gente, los seres humanos que conforman nuestra sociedad, verdaderamente desean ser dependientes de soluciones nacidas de prebendas manipuladoras (o, en el peor de los casos, doblegarse a ejemplarizantes castigos represivos).

En realidad, creo que lo que quiere la gente sana es ser libre de cualquier condicionamiento que la obligue a una contraprestación que no sea natural.

Y por naturales contraprestaciones digo, o me atrevo a definir, que son aquellas que “naturalmente” nos obligan a actuar o a adaptarnos a una realidad absenta de la influencia de las leyes de los hombres, y en ningún momento absentas de aquellas que emanan de las leyes de la naturaleza.

El problema que nos aqueja hoy no es entonces que “esta supuesta eternidad que nos quieren imponer” (la gloria bolivariana) se haya hecho presente para establecerse como una inevitable realidad alienante que no se pueda cuestionar. Más bien, podríamos decir que el problema estriba en nuestra incapacidad de comprender que la realidad que hoy impera es simplemente una realidad virtual oxigenada artificialmente; una realidad que en un abrir y cerrar de ojos puede desaparecer sin dejar rastro en la memoria de todos los vivientes.

Los bolivarianos, extremistas alienados de toda realidad natural, no viven su tiempo sino un período que no existe, ya que lo viven como una fábula salvadora que nace de un origen supuestamente sagrado (y que neciamente pretende perdurar en el indomable embate del tiempo).

A pesar de la lógica que se desprende del discurrir del tiempo (y de los inevitables cambios que el mismo provoca) es preocupante la pasividad que la comodidad de las dádivas le impone no sólo a la población en general sino a nuestros políticos en particular.

Entre el premio o el castigo (ya lo hemos vivido en otras ocasiones), sólo existe la volátil actitud de quienes usufructúan el poder ilegítimamente. Esa es nuestra verdadera circunstancia actual.

¿Cómo es posible que sigamos mansamente esperando a que dicho siniestro cambio de actitud logre cristalizarse en nuestra realidad?

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