Opinión Nacional

Mi CAP

Uno sabía que no estaba bien. Algunas fotos que recorrieron la red  decían de su salud. Y es que, haciendo esfuerzos, “la procesión que iba por dentro” golpeaba duramente. Yo lo conocí hace más de sesenta años cuando con Blanquita, recién casados, salían ya para el exilio. Luego lo compartimos. El vínculo afectivo se estrechó, nacieron sus hijos, la vida en común nos permitió conocer esa personalidad  que en cada prueba que le ponía el destino, demostraba un valor impresionante. Pasé más de la mitad de mi vida peleando con él. Cuando lo llamé para su primera candidatura para ofrecerle mi apoyo, su respuesta era predecible: “Tendré que  agradecerle al cielo esta llamada”. Esa campaña motivó al país, aquel hombre que si “caminaba” llenó de entusiasmo a Venezuela. Su energía, su carisma, y esa pasión por Venezuela, por América. Fui a entrevistarlo cuando tenía su casa por cárcel, y ya frente a la cámara. Dijo:” Estoy aquí con una mujer que quiero mucho y  es verdad. En este divorcio que hemos pasado, ella me dejó a mí”.

No voy aquí a hacer una confesión íntima de mi relación con él. Porque  siempre lo he querido y lo quiero, lo importante hoy es reconocerlo en su devoción democrática, en esa entrega suya, absoluta, a  la lucha por la libertad. Protagonista apasionado de  esa lucha se metió en el corazón de este continente en convulsa e inconclusa búsqueda. Se atrevió a enfrentar estructuras políticas,  desafió esquemas y  mitos. Respetuoso en su rebeldía, siguió adelante contra traidores y avestruces. En cada ser humano obligado a exponer lo que es, hay mundos distintos. Uno que  se enseña y otro que se  controla. Esa confrontación personal  costaba  atención, sentimientos y culpas. Pero por encima de todo, este país que exigió todo de él, incluyendo esa necesidad de libertad que  defendió siempre.

Yo lo admiraba mucho. Para mí era una gran felicidad  estar cerca de él y verlo debatir asuntos que en el exilio parecían imposibles, reconocer esa fuerza propia que era un distintivo humano innegable, y esa paciencia fruto del cariño que soportaba mis reclamos y críticas. Cuando fui a hacer una entrevista imaginaria del Mariscal de Ayacucho, hice una encuesta en las calles de Lima. La pregunta era: ¿De qué venezolano le gustaría hablar? Esperaba que me dijeran Bolívar o Sucre. La historia estaba allí, a nuestros ojos. Y la mayoría me contestaba: «Carlos Andrés”. Cuando se lo conté, una noche en La Casona, se rió. “Bastante malagradecidos”, dijo.

Carlos Andrés se había salido de nuestras fronteras en ese empecinado sentimiento americanista. Yo sé como sentía la lejanía….Por esa fortaleza suya  soportó  dolor y canalladas. Había que verlo a los ojos para enfrentarlo en igualdad de condiciones: la humana. Murió ya un poco con tanta saña de enemigos pequeños. Su cuerpo esperará la Venezuela libre. Su espíritu, impaciente, se eleva sobre nosotros esperando  que  continuemos luchando, y cuando nos abracemos con los presos y los que regresan, descansará en paz. Suspirará tranquilo seguro de nuestro Destino.

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