Mi universidad
Estudié en la UCV, enorme, caótica, en perpetua efervescencia. Se conocía en esa época, gente de todas las clases sociales y de todas las regiones del país. Me atrajo la actividad política, participaba en interminables discusiones en los cafetines, fui delegada al Consejo de Facultad, en Economía totalmente dominada por la izquierda. En la Escuela de Estudios Internacionales tuve profesores extraordinarios como Carlos Guerón, Gonzalo García Bustillos y Demetrio Boersner, mucho mejores que los que me tocaron luego en universidades más famosas.
De los venezolanos que estudiamos postgrado en Boston, todos regresamos. Veníamos al IVIC, a la UCV y a la USB, nueva universidad, cuyo rector Ernesto Maíz Vallenilla quería incorporarnos al plantel de profesores. Los sueldos en ese momento eran equivalentes a lo de nuestros colegas en otras partes del mundo, alrededor de 2.000 dólares mensuales. Hoy más de 30 años después, mi jubilación no llega a la mitad de eso. Pasé 25 años en la USB. Trabajamos allí venezolanos que habíamos estudiado en todas partes, gracias a los programas de becas. También había profesores extranjeros que venían buscando refugio en nuestra democracia. Teníamos un rector filósofo y jardinero y estudiantes brillantes, que se enfrentaban a él con energía y respeto. Los estudiantes que tuve el privilegio de conocer durante esos años fueron tantos que no puedo recordarlos a todos, pero sí es inolvidable su entusiasmo, inteligencia y ganas de cambiar el país. Hoy me los encuentro dispersos y exitosos en todas partes del mundo. Sólo una, Carolina, decidió ser profesora universitaria y quedarse en Venezuela. Por ella y por esos estudiantes que resisten en una universidad paupérrima, escribo este artículo. Me duele muchísimo mi universidad.
