Opinión Nacional

Monumento al fracaso

Sin lugar a dudas, el cierre del viaducto 1 de la autopista Caracas-La Guaira, pasará a la historia como uno de los monumentos más representativos de la corrupción, la incapacidad y la desidia de la “revolución” bolivariana. Luego de ocho largos años de gobernar al país a su antojo y conveniencia, Chávez, en el Aló Presidente del pasado domingo, reconoció –agobiado por la cruda realidad- la muerte del viaducto. No podía ser de otra manera. Esta catástrofe nacional, cuyos efectos negativos todavía están por sentirse en su verdadera dimensión, pone de manifiesto lo que hemos venido repitiendo machaconamente: el comportamiento hiperactivo del Presidente impide su dedicación a gobernar.

Su incansable peregrinar por todos los confines del mundo, firmando convenios de todo tipo, generalmente sin ningún beneficio para los venezolanos; su dependencia y compromiso enfermizos con el dictador Fidel Castro; su obsesiva veneración por los tiempos de la Venezuela heroica; su lenidad ante la corrupción para ganar lealtades; su desprecio por las actividades administrativas de supervisión de la ejecución de las políticas públicas; su poco tino para rodearse de funcionarios capaces, nos hacen concluir que el comandante de la “revolución” no está preparado para gobernar de verdad. Con respecto a los problemas nacionales vive en un limbo creado por su fecunda imaginación. De otra forma no habría explicación, para que sucediera el colapso del viaducto de una manera tan estúpida, sin que el gobierno haya tomado previsión alguna –más allá del arreglo de la carretera vieja-, como ha quedado evidenciado.

Hagamos el ejercicio necio de preguntarnos por qué no se inició la construcción de un nuevo viaducto o de otra vía a La Guaira, tal como estaba previsto desde hace tanto tiempo. ¿Es qué no había dinero para ello? Solamente utilizando una tajada de lo que le regalamos a Cuba y otros países del Caribe y Sur América, se hubiese financiado buena parte (sino toda) de la solución para la vialidad del Litoral Central. Pero, hay que destacarlo: eso no era prioridad para el “proceso revolucionario”. Chávez cree que las revoluciones se hacen con discursos de seis horas, reprimiendo y cercenando las libertades ciudadanas; destruyendo la economía privada, de acuerdo a los esquemas del comunismo del siglo pasado. Y no, creando economías fuertes, prósperas, como lo están haciendo Brasil, Chile y otros países latinoamericanos. Sin nombrar, por supuesto, el espectacular desarrollo capitalista de China, que sirve de modelo político, pero no económico. ¡Qué contradicción tan lamentable!
Pero, más lamentable aún, es que el país, como un todo, se está cayendo a pedazos. Hoy, más que nunca, dependemos del ingreso petrolero (muy elevado, por cierto) porque no hay una política económica tendente a crear las condiciones para potenciar, diversificar el aparato productivo nacional. Los inmensos ingresos petroleros son dilapidados, sin misericordia, en el exterior, para comprar un reconocimiento internacional, que durará tanto como duren los recursos. Luego vendrá el sabor amargo del fin de una fantasía alimentada con los dineros de todos los venezolanos.

El pueblo va despertando del aparente letargo en que se encuentra. La frustración es cada vez mayor, la gente pierde la confianza en quien una vez representó una expectativa de cambio; pero, cambio para mejorar. No para retroceder. Así como al viaducto, poco a poco le llega el fin de esta revolución de mentira.

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