Opinión Nacional

Movidos por la pasión de la justicia

Somos seres sociables que podemos mejorar el bienestar de la comunidad y el propio. La mutua solidaridad incrementa lo mejor de cada uno para el servicio de los demás.

Al profundizar en la dimensión antropológica de la solidaridad, esta se expresa como una necesidad de restaurar la unidad de derechos originaria.

No es de extrañar que el voluntariado se plantee como plataforma de reivindicación de justicia para que la solidaridad sea algo real. La compasión no basta, aunque sea esencial para el compromiso. Es bueno reflexionar sobre sus características que nos revelan sus señas de identidad.

– La gratuidad, pues es la donación de sí mismo y la conciencia de ser para los demás lo que sostiene su concepción de la vida
– La continuidad, ya que no se pueden crear necesidades en aquellas personas que no estemos dispuestos a seguir ayudando.

– La preferencia vocacional del voluntario, ya que uno hace mejor aquello que le gusta y para lo que está más preparado.

– La responsabilidad personal sostenida por su equipo que desarrolla el proyecto de la Organización con la que trabaja.

– El conocimiento, respeto y valoración de los diferentes personas o pueblos que pueda encontrarse en la realización de su tarea.

De ahí, que nada se aleje más de un auténtico voluntariado social que:
– Invadir el terreno de los profesionales. Es preciso colaborar con los profesionales en tareas que sería más difícil realizar puesto que se trata de un modo de actuar que no se encuentra en el mercado laboral.

– Imponer ideologías, políticas, culturales o religiosas, aunque es natural que cada uno tenga sus opciones personales no tiene derecho a imponerlas en su actividad como voluntario social.

– Utilizar al excluido como herramienta para satisfacer su curiosidad o sus necesidades profesionales como si los demás fueran objetos de su curiosidad o, lo que es peor, de su experimentación. Las personas son sujetos, un fin en sí mismas, nunca objetos.

– Crear dependencia con el asistencialismo, pues el voluntario quiere desarrollar en las personas y en los grupos capacidades que les lleven a la autonomía. Reconocemos que muchas veces puede existir un componente asistencial que cubre necesidades urgentes y prepara una actuación para la autonomía a largo plazo del sujeto.

– Dar limosna desde la compasión, pues supera la relación de alteridad para insertarse en la más profunda reciprocidad. En el voluntariado social tenemos claro que lo que se debe en justicia no se ofrece en caridad.

– Confundir los deseos con la realidad. El voluntariado sabe asumir sus límites. En la organización del trabajo voluntario, hay que diseñar programas realistas y factibles pues de otra forma se fomentan la desilusión y la desesperanza, cuando no la pérdida de la confianza en las capacidades de desarrollo humano, económico y social de las personas.

Hoy la situación de millones de seres humanos se hace insoportable y, con la complicidad de los medios de comunicación, nos sabemos vagabundos de Internet capaces de hacer realidad lo que soñamos.

Admiramos a las personas capaces de comprometerse con ideales generosos y de superar ideologías que hacen del ser humano un objeto de mercado, de fascinación o de intercambio. Los jóvenes rechazan la guerra, los paraísos fiscales, los grupos de poder que controlan un modelo de desarrollo inhumano e injusto en el que se confunde valor con precio. Se alzan cada día contra la explotación del hombre por el hombre, y de los nuevos imperialismos sin imperios sobre el resto de la humanidad que habita tierras ricas en lo que ellos denominan «recursos», buenos para ser explotados. Se alzan y protestan ante esta gestión financiera y mercantilista de una globalización para que los condenados del mundo hagan escuchar su grito contra la injusticia y puedan construir unas formas de convivencia más cordiales y más humanas.

Desean participar en la cosa pública, sabiéndose cada uno igual a los demás y que, todos juntos, pueden más que los mandatarios que los gobiernan. Cada vez más los jóvenes convocan a las personas mayores que corrían el riesgo de resignarse. Ni unos ni otros desean que sus descendientes sientan vergüenza de ellos porque, habiendo podido tanto, se hayan atrevido a tan poco. Ya es común la conciencia de que no nos juzgarán tanto por nuestros fallos como por silencios que nos hacen cómplices de crímenes contra la humanidad.

Saben que es posible la esperanza porque es posible decir no y ponernos en camino junto a millares de personas que no quieren resignarse. Nadie nos había prometido que fuera fácil y, si nadie tiene que mandarnos, ¿a qué esperamos?
El voluntariado siempre será necesario porque aporta un plus de humanidad. Nos movemos acuciados por la pasión por la justicia y, en nuestra tarea aportamos la delicadeza en el modo y la firmeza en los fines.

Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del CCS

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