Opinión Nacional

No es el momento del puño en alto, es el momento de la mano extendida

Ese hombre vociferante, cínicamente sonriente, llenándose la boca con la afirmación obscena “que la mayoría revolucionaria “había” votado en apego a la ley” el allanamiento a Mardo, es una de las agresiones más indecentes a los venezolanos y está en tela de juicio desde que comenzó su obscura trayectoria en la política y el poder. Denunciado varias veces, protegido por el tenebroso poder y los compromisos y vicios, a Diosdado Cabello se le atribuyen señalamientos y denuncias, despojos públicos en la gobernación de Miranda, ser el hombre más rico del chavismo, negocios turbios, compromisos incalculables que lo señalan también en barriles de petróleo que engrosan cada día sus cuentas bancarias en dólares. Todo se ha dicho, hasta desde la boca de un canalla de la misma cuerdita que en una grabación que dio la vuelta al mundo desentraña acusadoramente sus manejos.

Mario Silva no se guardó nada. Y desde entonces Maduro comienza a fortalecerlo, pegaditos en todas partes, en el exterior y en rincones públicos aparentes que le dan vuelo para auto designarse como el “guardián” del gobierno, de Maduro y del poder. Hay una animadversión hacia su figura desde hace mucho tiempo. Yo ponía mi vida en sus manos desde el micrófono de “CNB” y “Reencuentro de media noche” por la reacción de los oyentes de todas partes del país a sus desmanes. Hoy desde ese teatro de marionetas que es la Asamblea Nacional demostró otra vez esa Venezuela que nos hiere y ofende, la del deleite personal ante el agravio y la maldad. Esta tarde trágica para la Democracia, las marionetas en arremetida feroz gritaban, celebraban la cuchillada. Pobre Venezuela! ¿Es que no somos capaces de detener este horror? ¿Quien puede entonces? ¿Quien lo va a hacer? Una perversidad depurada, una mediocridad enfermiza, un insulto sin proferir, latente allí en el alma endiosada y enferma!

Yo no soy “golpe de pecho”. Una religiosa ordenada, cumplida, no soy. Yo “hablo” con mis muertos y con mis santos. Pero confieso que sentí una gran paz, una paz sin estridencias ni amenazas, no me lo permití y me tragué cada mensaje, cada frase, cada gesto y cada rostro lleno de brillo y amor que las cámaras buscaban y encontraban en las multitudes.

Una sola vez se me escapó el control de la TV y tropecé con la imagen de siempre. Me permitió asumir la diferencia. La pantalla compartida por minutos en el acto cursi, insultante y mentiroso, y en una esquinita, diminuta, la del Papa sonriendo, bendiciendo, abrazando, compartiendo la ansiedad de un mundo quebrado en principios y emociones. No les interesaba el mensaje….Lo de esta tarde es lo de ellos. Agredir, violentar, mentir, demoler, armar de odio y venganza la mente y los brazos de armas contra los mismos hermanos de tierra e historia.

“No es el momento del puño en alto, es el momento de la mano extendida”. No lo quieren oirá, no saben cómo. El mensaje de paz, de honor, rebota en el enconado ánimo de la opresión.

 

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