Opinión Nacional

No es una manzana podrida

 El Gobierno norteamericano ha resuelto tratar a los miembros del Secret Service envueltos en el escándalo de las chicas de Cartagena como «manzanas podridas», es decir, como excepciones en la sobria organización de pelones con Ray-Ban que tiene como misión cuidar al Presidente de Estados Unidos. Para defenderse del masivo ataque republicano ha destacado que uno de los jefes de la juerga en Colombia, David Randall Chaney, colgó varias fotos suyas en Facebook en eventos muy festivos de apoyo a la candidata Sarah Palin durante las elecciones de 2008. En otras palabras, ¡ese «guacal» no es sólo demócrata! Esta, la de las «manzanas podridas», es una estrategia clásica que utilizan instituciones y políticos para defenderse comunicacionalmente, en épocas de escándalo, y preservar el pundonor propio, o el de sus allegados. Hay otras estrategias, claro, como la de reconocer la culpa y rectificar o como la de negarlo todo. Esta última tiene entre sus tácticas la de «descalificar al mensajero» o contraatacar colocándose como víctima de una «gran conspiración».

No son pocos los que realizan sinceros actos de contrición y arrepentimiento, como el que acaba de hacer el cazaelefantes que ostenta la corona española.

Algunos políticos y funcionarios han llegado a suicidarse o renunciar, y otros, como Nixon, que al principio pretendía ocultar la verdad del escándalo Watergate, terminó entregando la Presidencia de Estados Unidos.

Son muchos los políticos que enloquecen cuando un escándalo les explota en las narices.

En nuestra época son frecuentes los eventos escandalosos, que se entienden como respuesta indignada, en la plaza pública, a hechos que transgreden las normas. Muchas veces esas normas se expresan en textos legales, pero en la mayoría de los casos provienen de las costumbres y de los valores. Por eso hay escándalos sexuales que se refieren a transgresiones de normas morales, como hay muchos escándalos políticos que transgreden reglas del juego no escritas.

La plaza pública de hoy, donde se acusa, se delibera, condena o perdona, tiene muchos escenarios que van desde el café, la tasca, la fábrica y la oficina hasta los medios de comunicación, convertidos en una suerte de gran plató al que concurren potentemente todos los reflectores y todos los actores. Es allí donde patinan quienes lo niegan todo de entrada. La defensa «amateur» del escándalo responde automáticamente al impulso de ensombrecer la «plaza pública», de acallar las voces, de silenciar los medios.

No participan del debate sobre la transgresión sino que agregan una nueva, la de la censura; es entonces cuando el escándalo tiene a hacer «metástasis» e involucra, literalmente, muchos otros órganos.

No hay que ser muy ducho en sociología, ni haber leído a Durkheim, para entender por qué el escándalo funciona como una ceremonia que intenta restituir el orden transgredido.

Su función social es sanadora, dice una buena parte de los estudiosos. Es una forma de «control social», dicen otros que, absteniéndose de lo valorativo pero sin alejarse mucho de lo esencial, le otorgan un poder reconstructivo.

Por eso resulta tan incongruente la defensa que niega de plano los eventos y los efectos de la transgresión y apela automáticamente a invocar la «teoría de la conspiración». Buena parte de los ciudadanos está estupefacta ante la estrategia adoptada por los líderes e intelectuales del proceso bolivariano quienes, en lugar de abrir investigaciones probatorias que les deslinde de la ruindad confesada por el supermagistrado Aponte Aponte, han salido a respaldar a los señalados y a insistir en que se trata de un traidor, de la intervención de la DEA-imperialismo y de una conspiración desestabilizadora.

Como escribió Pedro Pablo Peñaloza en uno de sus ingeniosos tweets, acusan de todo al juez-coronel menos de mentir. Ni siquiera nos dicen que es una manzana podrida. No niegan que no hay separación constitucional de poderes, no niegan que toda sentencia es consultada al Ejecutivo, no niegan que hay juicios y presos políticos arbitrarios, no niegan que hubo intervención para exculpar militares incursos en delitos de narcotráfico, no niegan que hay un zar de la droga. Pero convocan eventos políticos para negarlo todo y respaldar a los nombrados. ¿Qué estrategia es esa?

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