Opinión Nacional

No hay suficientes ricos

(%=Image(2293154,»L»)%)Ciudad de Guatemala (AIPE)- El problema de los países pobres no es que haya algunos ricos ni tampoco es la brecha entre ricos y pobres. El problema es que no hay suficientes ricos, pues el día que todos lleguen a ser ricos, ya no habrá pobres. Entonces, ¿no es un contrasentido tanta crítica a los ricos?
La riqueza resulta de un proceso necesariamente disparejo en el cual los ricos, aunque no sea ese su propósito, en una economía de mercado inexorablemente ponen su riqueza a servir a la sociedad. Las fortunas no se tienen bajo el colchón sino en fábricas, fincas, comercios, transportes, etc. y está invertida a través del sistema financiero con el fin de obtener un rendimiento. El capital se invertirá, ya sea en su propio país cuando hay oportunidades competitivas o en países foráneos que ofrecen mejores condiciones de seguridad y rendimiento. Para que se den inversiones en países pobres se necesita dar seguridad jurídica a la propiedad, evitar excesiva reglamentación y darle pronta resolución a los conflictos.

¿En qué invierten los ricos? ¿Acaso le preguntan al brujo de la montaña o al cura de la parroquia o al representante de los derechos humanos? No. Le preguntan a todo el pueblo mediante prueba y error o hacen un estudio de mercado para averiguar qué es lo que la gente puede y quiere comprar con el fruto de su trabajo convertido en dinero. Una vez el rico inversionista averigua qué quiere la gente, ya sabrá en qué invertir. Si acierta, gana; si no acierta, pierde, pero pierde sólo lo propio.

Así, toda la gente aporta para dirigir las inversiones y cada inversionista se esmerará en satisfacer mejor a los consumidores, para ser quien recibe sus favores. Quien manda es el consumidor y el mandatario es el inversionista. La competencia entre inversionistas para satisfacer mejor a toda la sociedad determinará quiénes pierden su fortuna y quiénes la acrecientan. El inversionista que tiene más éxito en un mercado es el que mejor satisface los deseos de la sociedad, según la sociedad misma y no según algún autonombrado representante de los intereses sociales.

La competencia no es necesariamente entre quienes producen lo mismo o sustitutos, sino entre empresarios que están tratando de anticipar cuáles satisfacciones merecerán la prioridad entre la gente; por ejemplo, compite el que vende automóviles con quien vende excursiones tratando de convencer a la gente para que compre el carro y postergue su viaje y, al contrario, quien vende viajes sugerirá que postergue la compra del carro. Igual competencia habrá entre quien vende comida más fina y más cara, con quienes venden atracciones cinematográficas, etc.

Es así que quien más se enriquece en una sociedad libre es quien aporta más a los demás, según las preferencias y gustos de los demás, dentro del poder adquisitivo de los demás y no del criterio, prioridades y gustos propios. En una economía de mercado quien se enriquece no empobrece a otros sino los enriquece mejorándoles el nivel de vida. Entonces, ¿cual es el problema? ¿Se puede usted imaginar un sistema más orientado al bien común, que no sólo enrole a «los buenos» sino a todos en el afán de beneficiar a los demás miembros de la sociedad? ¿Habrá acaso un sistema más social que el mercado? Nunca he oído de uno. Lo único que oigo es sobre los defectos que tiene el mercado, pues los que ganan dinero no son «los buenos», ni «los nuestros» guiados por su corazoncito, sino los que anticipan mejor las necesidades egoístas de los demás. Por supuesto, cuando el gobierno interviene para obligar a la gente a pagar un subsidio a productores, en forma de un precio mayor al del mercado, todo lo anterior deja de ser cierto.

(*): Ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.

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