Opinión Nacional

Nunca llegó

En los años 70 se corrió la voz, en el medio universitario parisino, de que cuando un intelectual visitaba la China de Mao durante una semana, regresaba a París y escribía un libro. Si se quedaba un mes, escribía seguramente un reportaje. Pero al que la recorría por más tiempo, tratando de aclarar aquel marxismo comunal mezclado con la tradición imperial, faro de la revolución proletaria, le costaba mucho dar conclusiones yprobablemente sólo atinaba a escribir algunas líneas. 

Recordé estas conversaciones de pasillo luego de leer el soberbio reportaje del periodista Jon Lee Anderson titulado «El poder y la torre», publicado recientemente en la revista New Yorker, pero ya traducido y corriendo sin descanso por la red. Siempre es difícil intentar reducir en algunas páginas lo que sucede en otro país. El periodista norteamericano no hace un ensayo histórico ni nos da un balance sobre los logros o fracasos de la llamada revolución bolivariana. Nos narra sólo parte de las impresiones que como periodista ha recogido en sus visitas al país, siendo la más reciente en noviembre del 2012.

Por supuesto que utilizar la llamada Torre de David en el centro de Caracas como metáfora central de su largo reportaje es un inmenso acierto. Además, su relato se sustenta en lo que vio y escuchó allí mismo, en este emporio de cemento y vidrios tomado por exconvictos, damnificados e invasores profesionales.

Resalta en este trabajo la ventaja que tiene un periodista de trayectoria internacional para ser atendido por la nomenclatura chavista, la oficial y la sobrevenida a la fuerza, que no acostumbra a dar entrevistas, ni codearse con periodistas venezolanos no afectos al régimen. 

Y aunque el denso reportaje está escrito principalmente para el público desconocedor del episodio venezolano, igualmente permite asomarnos por esa estrecha cerradura del periodismo profesional, a ese submundo del poder, sea en palacio, en los escombros arquitectónicos o en las viviendas de los mismos dirigentes.

Leyendo el texto de Anderson uno se pregunta si estamos hablando del mismo Juan Barreto que escribe en El Nacional, dictando cátedra de marxismo y de fe proletaria, al que entrevista en su propia casa, porque el de Anderson vive enrejado, con guardias armados y perros pastores alemanes en la puerta. También con dos camionetas blindadas obsequiadas por el Presidente. Toma escocés del bueno y sus guardaespaldas andan con ametralladoras belgas, y entre sus discípulos anda un exsicario que vocifera haber liquidado a unos 60.

Claro que no voy a contarles lo que Anderson supo hacer mejor, sólo quería recomendarles que no se vayan a loscarnavales sin haber leído este desgarrador testimonio. No tengo claro cuánto tiempo pasó el autor en el país, pero seguro el suficiente para confesar la certeza de que aquí la revolución nunca llegó y que lo más probable es que con él (Chávez) termine.

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