Opinión Nacional

Nuncasegundas partes fueron buenas

El adagio castizo se cumple, una vez más. Lo más difícil en la vida es “parecerse” a quien no se es. Cuando nuestra voluntad y nuestro pensamiento están circunscriptos a la sombra de un segundo que ya no existe, no sólo estamos en el “limbo”, sino que aún cuando acertemos, nuestras acciones siempre estarán sometidas a un protocolo de comparación riesgosa. Si no somos “auténticos”, estamos perdidos. Al “no ser Chávez”, Maduro no podrá jamás triunfar, pese a tener bajo su mando todas las herramientas del poder, intactas, tal cual como las poseyó quien hizo a Maduro a su imagen y semejanza. Nunca tendrá ideas propias; nunca saltará los muros de la opinión proponiendo su nombre y olvidando su origen. Nunca “madurará”. La historia se lo llevará por delante y los acontecimientos lo arrasarán. Es la maldición del “hijo pródigo”.

La muerte anticipada de Chávez fue una derrota para la revolución y una estrepitosa e indetenible caída para sus adláteres. Los obligó a mentir. A engañarse a sí mismos para ganar tiempo. El 10 de Enero fue “un nuevo Trafalgar”, donde y cuando el rumbo del poder tuvo que alterar la bitácora y poner al sur en el lugar del norte. La aventura de la “continuidad administrativa” hizo sucumbir los restos de legitimidad a un régimen que a pesar de todo se empeñó –y lo logró mientras Chávez se mantuvo vivo– en aparecer ante el mundo como un “totalitarismo democrático” o como un “socialismo capitalista”. Fue la agenda que le diseñó Fidel Castro a su más aventajado pupilo revolucionario. Pero no estaba previsto que sucedieran los hechos como los vividos, aparatosamente, por los “bolivarianos”, en los meses que van del presente año. Demasiada carga para un solo hombre. Vice-presidente de un gobierno sin dueño; candidato de un partido sin líder; Presidente “electo” por un pueblo ausente, son demasiado para quien ni siquiera pasó por las aulas del “cuartel de la montaña” y nunca lució glamorosas charreteras.

Maduro perdió las elecciones. El 14 de abril, un pueblo acostumbrado a rebelarse, se rebeló. Ya lo había hecho en sucesivos eventos electorales en los cuales dijo a su “líder” que no le aceptaba sus ideas, aún cuando le respetaba su verbo, su gracia, sus payasadas y sus bondadosas aproximaciones al mundo de la pobreza. Pero en todas estas ocasiones, casi sin excepción, desde el 2004, el pueblo fue engañado, irrespetado y confundido por una falange organizada que ha tomado por asalto la burocracia estatal, bajo la falsa égida de una revolución. Sin embargo, porque nunca hubo quien lo guiara hacia un protesta seria, “el pueblo” aceptó, cada vez, que le desconocieran su decisión y dejó que las cosas continuaran su marcha hacia un fin que tampoco preveían catastrófico. La diferencia ahora es que las circunstancias le dieron un sentido de cambio a la desaparición del caudillo, cuyos restos reposan, mientras tanto y no para siempre, en el nuevo museo militar bolivariano. A Chávez no le sucedió Maduro; quien hace sus veces, ahora, es Capriles. “Nunca segundas partes fueron buenas”.

Veremos cómo se van a desarrollar los acontecimientos, encaminados al entierro de una causa, ya perdida. El poder electoral luce descalificado, por decir lo menos. Sus instrumentos operativos ya no van a ser sujeto más nunca, de la confianza popular. Podríamos pronosticar, incluso, que si no cambian “todo”, en Venezuela no habrá más elecciones. Esta vez la estrategia de la oposición y de su nuevo líder, nos lucen correctas y oportunas. El CNE no aceptará ser revisado “por dentro”, por lo cual nunca permitirá la “lectura” de los famosos cuadernos en los cuales nos obligan a estampar la huella y la firma nuestra. Se impugnarán las elecciones, recurriendo a otro de los frentes capturados para sí por el mismo régimen: el Tribunal Supremo de Justicia, para que a su vez, la revolución gane tiempo y siga viviendo de una ilusión. No hay continuidad garantizada. Pero, ¿cuál será el final de este proceso?

Venezuela es un país miembro de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), así como de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Si algo hoy se cuida, con extremado celo en las múltiples derivaciones de estos organismos mundiales, son los Derechos Humanos y la transparencia del voto, como esencia de la democracia. Las pruebas que no quiere verificar ni auditar el CNE, están en manos de la gente de Capriles y tanto su existencia como su contundencia pasan de ser una hipotética suposición a una demostración palpable, reflejada en el temor del régimen a ir a un “recuento de los votos”, tal como ha ocurrido en muchos países del continente, en eventos que revelaron una verdad mal escondida. El camino de la impugnación no se quedará tan sólo en las salas Electoral y Constitucional del TSJ. Cuando esta máxima instancia, como lo presume cualquier analista medianamente informado, esquive el bulto de la confrontación jurídico-constitucional y en un “ping-pong” al cual ya estamos acostumbrados, renuncie a pronunciarse en beneficio del respeto a la competencia jurisdiccional del Poder Electoral, Capriles recurrirá a la opinión y a la acción de los organismos internacionales. Allí, hace algunos años, terminó el régimen arbitrario de Alberto Fujimori en el Perú; allí, igualmente, se corrigió el rumbo de la “Revolución Sandinista” en Nicaragua lustros atrás y allí pudo haber recurrido, más recientemente, en México, el derrotado López Obrador, si la instancia electoral del vecino país no hubiese acordado, como se hizo, un inescrupuloso recuento de los votos del pueblo azteca, bajo la supervisión de los citados organismos. Si no hay la suficiente amplitud en la conducta de nuestros medios institucionales y se resuelve nuestro conflicto, mediante una auditoría que despeje hasta la menor duda y a satisfacción de las partes, Venezuela caerá en la observación internacional y el peso de sus presiones provocará el surgimiento de fenómenos internos que clarificarán nuestro actualmente enturbiado panorama político. Ya estamos siendo objeto de una aguda observación mundial y mucho más allá del importantísimo sentimiento nacional, ese mundo tiene una destacada injerencia en nuestra realidad económico-social, tanto más en cuanto somos la principal reserva de hidrocarburos, materia prima no renovable y ante cuyo efecto sobre el comercio nadie deja de advertir. Hasta los chinos pondrán su grano de arena para que le encontremos una salida a la controversia de hoy y para que le recordemos a los que les competa que “nunca segundas partes fueron buenas”.

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