Opinión Nacional

Ocho años no son nada

El otro día alguien afirmaba que el Presidente es un Hércules de la revolución. Ni modo, los argumentos para validar semejante adjetivo vienen escupiéndose desde hace buen rato: misiones, misiones, misiones. Según el lisonjero personaje, a la fecha los pobres son menos pobres, los desempleados también son menos, y los infelices un puñito ínfimo.

Hay quienes suponen que las misiones equivalen a una intervención de alta cirugía, a una jugada de estadista, a una muestra de eficiencia y amor por los semejantes, cuando en realidad existen gracias a un populista que no tiene techo, empinado sobre una carambola petrolera. Porque con un precio del barril, pongamos por caso, en ocho dólares, o en diez, ¿cómo inventar esas maromas?, ¿cómo cree usted que Chávez gobernaría?, ¿cómo mantendría el tren de demagogia visto a cada minuto? Ya llevaría tiempo de patitas en la calle. Resulta obvio que aquí, es decir en Venezuela y en Latinoamérica, la mayoría necesita con urgencia una mano que le sirva como trampolín económico para lograr su despegue, y ésa es una obligación del Estado. Pero de ahí a inventar mamotretos, impensables sin el chorro sideral de petrodólares que se vendrá abajo una vez cese la circunstancia del alza, existe un abismo conformado por la megalomanía, el disparate y la pésima gerencia.

El gobierno ataca con fuerza al sector privado, ni por asomo promueve empleos productivos, afirma sin empacho que ser rico es malo, estafa con sus propuestas educativas, voltea para otro lado ante una cifra horrorosa: más de catorce mil muertes anuales debidas a la delincuencia, mientras el sinvergüenza pide a la gente que cuide a los cubanos. Con un prontuario así las costuras de un discurso embaucador saltan a la vista, entre ellas una de importancia capital: el reparto de migajas.

Dar limosnas es una de las actividades preferidas por los autonombrados revolucionarios, es un factor vital de todo caudillo que se respete. La explicación es sencilla. A Chávez le interesa que exista pobreza, le importa mucho que la nación dependa del Estado, asunto que por sana lógica debería ser al revés, Chávez necesita que los niveles de educación se mantengan en cotas subsaharianas, y le es imprescindible, además, que el desempleo haga de las suyas, todo entremezclado con manejo discrecional de instituciones clave para la democracia, lo cual produce como consecuencia terrenos fértiles para ejercer el populismo, fuente inestimable de ganancias políticas en sociedades como las nuestras, sin contrapesos ni figuras a quienes rendir cuentas.

Repartir migajas, lanzar trozos de esperanza contenidos en una idea ficticia de superación gracias a la educación express, gracias a una beca que no es tal sino un vulgar anzuelo, o gracias a planes Barrio Adentro (que te dan una aspirina pero cuando vas al Uyapar te mueres porque está abandonado), digo, repartir migajas es el punto neurálgico del gobierno a la hora de entramar su tinglado de estadía eterna en el poder. El caso es que Chávez requiere una masa dependiente con la que practicar sus acrobacias, su poder extraordinario de encantador de serpientes, es decir, le urge mantener un interlocutor fiel, alguien ahí, doblegado y aplaudiendo, a quien decirle que otros lo engañaron, que otros, y no él en sus ocho años de gobierno, son los culpables de sus miserias. Que otros son los dispuestos a continuar mancillándolo, que otros son el diablo encarnado. Y que él es un ángel liberador, una fuente de bondad y de amor que se materializará en un futuro cargado de felicidad (la época dorada, ¿recuerdan?) erigido sobre los hombros de una etapa ineludible, absolutamente necesaria: esa entelequia llamada “Socialismo del Siglo XXI”.

En verdad, nadie sabe qué vaina es ésa. Las habladeras en torno a ella no pasan de ser un cóctel muy malo para el estómago, donde caben a sus anchas el comunismo, el militarismo, la demagogia y por supuesto el autoritarismo. Una soberana ensalada de ismos con proyección internacional: Hugo Chávez salvará a Venezuela, al continente, al mundo, al Sistema Solar y a la Vía Láctea. De allí a cobrar para sí el universo entero habrá un pasito. El Socialismo del Siglo XXI, que nadie sabe lo que es y que carece, pobrecito, de pies y de cabeza porque únicamente está hecho de retórica, lleva ocho años “en fragua”. Falta poco para su definitiva puesta en marcha, claro, para el salto total, que según los entendidos se acercará mucho más el año próximo, cuando se radicalice la revolución, cuando las promesas del 98, repetidas en el 2006, superen la fase inicial de un quinquenio más tres años de regalo, y cojan fuerza hasta las otras estaciones, por allá en el 2021, el 2050 o el 80.

De migaja en migaja se avanza a paso de vencedores. Ocho años no son nada. Es como para quedarse patitieso de tanta nadería, pero Chávez tiene la cara más dura que una roca. El enemigo a vencer es Bush, son los gringos, es Fox, es Toledo, es Blair, es García, es Calderón, es Uribe. Es el planeta mismo. Todos contra el David sabanetero, qué calamidad. El asunto es entre éstos y Chávez, es decir, entre éstos y el pueblo, porque el pueblo es Chávez y con Chávez manda el pueblo y dale que te dale y blablablá y ya, perdónenme el palabrerío. El peo se tiene que extender de la frontera para afuera, ni se te ocurra pensar que a quien es vital doblarle el pescuezo es al hambre, al hampa, a la corrupción o a la falta de trabajo estable, digno, bien remunerado. Para eso, repito, como al oxígeno, Chávez necesita de una galería creciente, de un auditorio a su medida puesto en su lugar a fuerza de pobreza. La anarquía le va muy bien, la ausencia de oportunidades le viene como anillo al dedo. Pero anda nervioso, la verdad. Le están sacudiendo el aparataje. No hay invasión, ni vienen los marines. El tipo ve al lobo cerca y por doquier, o sea, a un certero puntapié justo en las posaderas acostumbradas a la silleta presidencial, que no es eterna.

Supuso que estaría ahí por siempre. Gran error. No hay invasión, pues, ni cañoneras imperialistas prestas a sacarlo por la fuerza. Qué cosa tan mala. Es una cuestión de votos, de sencilla democracia. El asunto no va bien, el imperio tiene mejores cosas por hacer en Irak, cuestión que lo asusta, que le afloja las piernas, que le hace aumentar el litio, que lo enfrenta a su sombra, que le pone el espejo enfrente y lo obliga a contemplar su rostro, su soledad extrema, su fracaso, su delirio como burdo reflejo, como imagen ficticia, sin cuerpo, irreal. Nerviosismo redoblado: para futuros no lejanos, en vez de ejercer labor de trotamundos, podría rendir cuentas ante la justicia. Terror triplicado. El espejo le espanta el sueño. Pobre hombre. Pero ocho años no son nada, según su cuenta la revolución apenas va a comenzar. Ahora sí. En el 2007 la espada de Bolívar dará carreras por América Latina, de verdad verdad. El tres de diciembre votarás por la esperanza. En diciembre el futuro va a presentar nueva cara. Le dirás no al pasado. Le dirás no a los prometedores de oficio. Después de todo, ocho años no son nada.

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