Opinión Nacional

Oda al reino de la hipocresía

Sospechase que en el mundo de los ciegos el tuerto es rey, pero ni los ciegos aceptan un rey tuerto fuera de la ley. Quizá sea por ello que algunos entran a leer estas crónicas, donde el Rey Cotorra sufre autopsias necrológicas, por culpa de sus necrosis psicóticas, esperando encontrar simples ñemeos sucintos, en vez de parásitos nemaltelmintos, y se alebrestan en protestataria reacción, desdeñando las sutilezas de composición sobre tan degenerada descomposición. Lanzando vientos de fororo hasta por los poros enfororecidos, no hacen las paces con sus ases fugaces y clavan uno y otro alfileri ajenos al infierno de Alighieri, diciéndonos nanay-nanay al buscar lo que no hay y decirnos bye-bye. Dura cosa es la pelona cuando deja de ser simplona, como lo es también la pasta de coca cuando al coco descoca. Pero, viva el canto no oda, porque queda ahí en la realidad el llanto, lo que permuta el espanto, una risa que de prisa pasa sobre tan Cotorrocuica raza; menos, aceptémoslo, que el Sublime Arquitecto, pero más que el Atrofiado Insurrecto. Y esto se hace una potestad divina, algo más que una libertad supina, que quizá sería, sin altanería, un guiño de ojos a la sabiduría, una concepción de la moral contra lo irracional, y algo que no se cansa de mantener la esperanza, en vez del rasque de panza que sí amansa.

Metrodoro Chio y otros desconocidos decían, como cosa averiguada y tanto más fundamentada, que no se sabe nada, sin más, y que todos somos ignorantes. Pero…de saberse esto como cierto, ya se supiera algo. Entonces sospechemos. Esto es muy útil en el universo mundo del infierno Cotorrocuica en que nos hallamos y que corren muy enjuiciadamente con acusatorias y sapeos en la más alta Cosa Nostra, y cuya reacción intelectual ha sido el muy latino Nihil scitur (no se sabe nada). Para los Cortesanos, Testaferrondinis, Parlachitas y Candydachurrios del Reino, grandes estudiosos del no saber nada para no atender a la verdad ni estudiar para saber, como les ordena el Buana Cotorra, a veces es bueno tener buenos deseos, a sabiendas de que siempre terminan vanos en cuanto a su ejecución, porque al hacer esfuerzos para cualquier actividad psíquica o física, que los dejan tuertos por la costumbre que tienen de cerrar los ojos y taparse los oídos, la verdad del know-how queda ignorada.

Y mientras más arriba se va en la jerarquía Cotorrácua, más se confirma lo estratégico del no saber nada, que tiene además de la bondad de no requerir de estudio ni de jorobadurías, que tanto pesan sobre sus espaldas. En esto también reciben la agitada inspiración reaccionaria de la Gran Guacamaya, quien les acentúa la necesidad táctica de no saber nada, ya que, a la hora de la chiquita, ellos lo saben todo. Tanto es esto último así, que ningún sapeo los sorprende. Y los enanitos responden: «Sí, Vuesaexcremencia, lo sabemos todo sin saber nada. Y que viva la pepa.» Son déstos muchos irremediables, aunque se les envidia el ocio y el goce, y se les llore por el seso, donde permanece en calma flotando la arepa mojada. Otros hay que realmente no saben nada, y lo dicen con docta sapiencia porque piensan que saben algo de verdad, sin saber nada, y a éstos debe hablárseles de castigar la hipocresía con creerles la confesión.

Los Candydachurrios, sospechase, son los peores confesores del no saber nada, porque no quieren saber nada ni creen que se sepa nada, y mucho menos quieren que se sepa algo de la nada, razón por la cual no saben nada, excepto cuando lo saben todo, de ellos mismos y de los demás, Testaferrondinis de por medio, ya que de tal manera es que el universo mundo comprende que tampoco sabe nada, que ellos no mienten y sólo dicen mentiras los que saben algo que ellos, obviamente, no saben que los otros saben. Sospechase así, con ergo incluido, que la Cotorrocuica es la gran filosofía del palo encebado, que se ceba a palos y que filosóficamente es cui-cui cotorrario. Y como gente que en cosas de letras y ciencia tiene tan poco que perder, se atreven a imprimir y sacar a la luz cuanto paquetazo de castración sueñan, incluyendo la circuncisión bolífera con cortauñas, con lo cual dan que hacer a las imprentas, a los programas de opinión y a los escribientes de curiosidad mandinguera que sirven al catálogo pusplúsico de las especies en extinción. Así es que sueñan con las pesadillas del Juicio, de los Alguaciles y del Infierno sin saber nada, aunque en su mundo de por dentro bailen al son que les toquen, sea con el Grupo Rafta de Palacio o con Los Rocanroleros Mayameros. Y como tal les agradare y pareciere bien, agradecen lo poco que saben y se contentan, inculpando de su ignorancia al que escribe sobre sí, sin dormirse, libre de prólogos y de epítetos chambones.

De tal manera, Cotorrín y sus Candydachurrios andan peregrinos enchinchurriando la vida, con vanas solicitudes y promesas que no hallan patria ni descanso. Alimentándose de la variedad y diviértanse con ella, ejercitando el voraz apetito que nace de la ignorancia de las cosas, desconociendo la codicia y el desaliento que buscan, sin arrepentimiento en cuanto a no aborrecer lo que dicen que desprecian. Y es de considerar boquiabiertos la fuerza grande que tienen para los guisos, prometiendo y persuadiendo tanta hermosura en los deleites y gustos que duran sólo en la pretensión de ellos, porque de llegar algo a ser una buena nueva realidad cumplida, el impacto de la sorpresa les causaría descontento, exaltándose nuevamente el verismo de su no saber nada, además de la anomalía que es para ellos tener éxito en algo. Porque el mundo Cotorrácuo cree saber lisonjear y es mutante y vario, cree en afeites de novedad y diferencia para atraer y acariciar los deseos ajenos, esperando que así los sigan sumisamente encadenados hacia el abismo, donde no hay novedad, diferencia, atracción, caricias ni deseos propios, sólo cadenas, bolsa negras forensicas y el mareo fétido de una misma Cotorra.

El propio Rey Cotorra considera que cuanto más apurado está por desconocer las cosas que conoce, o por conocer de las que desconoce, más se halla en las garras de la confusión psicotomimetica, y se deja poseer por una vanidad virola que en la gran población del mundo -perdido ya- corre tras cualquier tipo de entelequia mitológica, con los ojos desorbitados, de una calle a otra, de una cotorrita a un cotorrón, hecho fábula y farsa de todos. Y en lugar de desear la salida del laberinto, procura que se alargue el engaño hasta el infinito y más allá. Ya por la calle de la ira, descompuesto, sigue las pendencias pisando sangre y heridas, y como por gula responde con brindis turbados. ¡Brindo por tu silencio, inhabilitado! ¡Brindo por ti, expulsado! ¡Invadiremos a Groenlandia! Cada infinita calle es de tal manera confusa, que la admiración por si mismo aún no deja sentido para el cansancio, y mascapastando descompone más la cabeza que la voz, mal tratado y por mil partes roto el ser pret-a-porter, ridículo, pisado, en la severidad indigna del irrespeto. Y dice:

-¿Quién sois que os confesáis envidioso de mis gustos? ¡Dejadme, que vosotros siempre aborrecéis en mozos como yo los placeres y deleites, que no dejáis por vuestra voluntad sino que yo os los quito conjuntamente con vuestro tiempo! ¡Vosotros vais cuando yo vengo, así es que dejadme gozar y ver el mundo!

Cotorrín, como los animadores y lectores plácidos que gustan de las cosas más sencillas, siente que los otros lo estorban y le envidian los deseos de su infierno. Y se va a dormir con lástima porque nadie sabe lo que vale un día para él, ni siquiera el precio de una hora; sólo él ha examinado el valor del tiempo, y por eso es que lo deja pasar, hurtado, fugitivo, en secreto, como un preciosísimo robo. ¿Quién te ha dicho que lo que fue volverá cuando lo hayas menester si lo llamares? ¿Has visto algunas pisadas de los días? No, ellos sólo vuelven la cabeza para reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete, oh Cotorra, que la muerte y ellos están eslabonados y en una cadena, y que cuanto más caminan los días que están delante de ti y se acercan a la muerte -que quizá la aguardas y ya es llegada-, antes será pasada que creída.

Por necio se tiene al que toda la vida se muere de miedo porque se ha de morir, y por malo al que vive como si no muriese, ya que éste la viene a temer cuando la padece; embarazado con el temor no haya remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es sólo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir. Pero el Rey Cotorra vive muriendo ajeno a su descomposición, entregado a lo que no sabe que es, incapaz de reconocer el hábito y el traje de quien es hombre de bien y amigo de decir verdades en lo roto y poco medrado, siendo lo peor que en su vida tiene no haber visto bien la cara del Desengaño, a quien le rasgan la ropa quienes lo quieren bien, y que trae moretones, golpes y coces en llegando porque vino y porque se vaya. Porque en este submundo perdido todos decís que queréis Desengaño, y cuando lo tenéis, unos os desesperáis; otros maldecís a quien os lo dio, y los más ignorantes corteses no lo creéis. Pero es en el Desengaño que se llega a la calle mayor, que es donde salen todas las figuras, donde veréis juntos a los que aquí van divididos, sin cansarse. Con el Desengaño es que se ve el mundo como es, y no como quien sólo alcanza a ver lo que parece.

Y ese mundo, caros Cotorrocuicas, llamase Hipocresía; calle que se ha asentado en nuestro mundo y que acabará con él, porque no hay nadie de vosotros que no tenga casas, cuartos y aposentos en ella. Unos sois vecinos y otros paseantes, porque hay diferentes tipos de hipócritas, y todos cuantos vemos en primera página y prime time lo son. ¿Veis aquellos que ganan de comer como escribas y escribientes y viven como hidalgos? Son hipócritas que pasan lisos con terciopelos, cintillos y cadenas de oro desfigurándoles la suerte, que ya ni les conocen la pluma, el papel, la tinta y mucho menos el texto digital. ¿Y aquél otro grupito de Cortesanos, Testaferrondinis y Succionadores del Principado de Oro Negro que parecen exquisitos caballeros? Se miden por sus haciendas, van solos como hijos hipócritas, pareciendo lo que no son, que arrebatan lo ajeno para sustentar un lacayo, pero que no sustentan lo que dicen ni lo que hacen, ni lo cumplen ni lo pagan, pero que andan dispensando casamientos de las deudas, más casados con ellas que con sus mujeres. Por ser caballeros de señoría no hay diligencia que no hagan, fabricando todo tipo de papelillos, y se fundan en el viento y vuelan por los aires, cazando halcones que matan a los verdaderos dueños de sus costos, porque no son lo que parecen. Por ser grandes y tener grandes acciones, se empeñan, arrellanándose en los banquetes dionisíacos del Rey.

A un lado de la bacanal están los comunicadores que estancan sus caras aciagas olvidándose hasta de la discreción. Por parecer discretos y ser tenidos por tales se les sale el mentecato alabándose por su pobre memoria, quejarse de melancolías, viven del descontento oculto sin preciarse como mal regidos; no hay nada más hipócrita que el mentecato tratando de pasar por entendido. ¿Y qué me decís de los hipócritas queriendo pasar por muchachos, o de los muchachos queriendo pasar al envejecimiento de la hipocresía? ¿Qué hay tras esos mancebos presumiéndose de cuerdos? El zapatero viejo se llama entretenedor de calzados; el borracho, sastre del vino que lo viste; el cogeburras, gentilhombre del camino; el bodegón, estado; el escribano, secretario; el bodegonero, contador; el verdugo, miembro de la justicia; el alguacil, criado; el fullero, diestro; el vendelotodo, huésped; la taberna, ermita; a toda pícara, señora hermosa; la putería, casa; a las putas, damas; las alcagüetas, dueñas; los cornudos, honrados. Amistad llaman al amancebamiento, trato a la usura, burla a la estafa, gracia a la mentira, donaire la malicia, descuido la bellaquería, valiente al desvergonzado, cortesano al vagabundo, señor maestro al soldado y señor doctor al cotorrero. Ni son lo que parecen ni lo que hacen; hipócritas de nombre y de hecho. Todos son hipocresía, creación de apariencias, en ella empiezan y acaban, y de ella nacen y se alimentan la ira, la gula, la soberbia, la avaricia, la lujuria, la pereza, el homicidio y mil maldiciones más.

Esforzando la hipocresía para aparecer diferentes y distintos, creen espantar con ignorancia lo que saben pocos. Apeteciendo la maldad debajo de alguna razón de bien, confiesan que los pecados son malos a medida de su conveniencia, pero para pecar no basta la representación de la ira ni el conocimiento de la lujuria sin el consentimiento de la voluntad. Así es que ya vienen enfermos antes de pecar, porque su voluntad lo consiente y lo quiere, y les apetece más cuando visten con la apariencia de bien su hipocresía y así matar con el engaño. ¿Qué esperanza es la del hipócrita?, pregunta Job. Ninguna, pues ni la tiene por lo malo que es ni por lo que parece ser, pareciendo siempre lo que no es. Y sólo toman a Dios como instrumento para dañar. De ahí que Cristo diera a sus discípulos un solo precepto negativo: «No queráis ser como los hipócritas tristes.» Y con muchos preceptos y comparaciones, los enseñó a ser como la luz, como sal, como convidado, como el talento, advirtiendo que en no ser hipócritas está el no ser en ninguna manera indignos, porque el hipócrita es malo de todas maneras.

Así es que el Desengaño registra lo que pasa en el Reino Cotorrocuica. Y lo que pasa es un entierro donde vienen envainados pícaros en unos sayos grandes colorados, haciendo una taracea de mullidores, esponjando y agüecando con rellenos de incienso y campanitas doctrinales a los muchachos para que sean meninos de la muerte y lacayuelos del ataúd, chirriando la calavera, gritando letanías, galopando responsos, abreviando para que se derritan las velas y ganar tiempo haciendo a todos galloferos, hipócritas mendigando en la pobreza con hachas, y deformando más el cuerpo al hombrear falazmente testifican el peso del Difunto. Esta es una larga procesión de aláteres en tristeza y luto viudo, anegado en capuz de bayeta devanado en una chía, perdiendo el rostro en la falda de un sombrero, con los ojos perdidos, los pasos corvos e impedidos por el peso de diez arrobas de cola que arrastra, tardo y perezoso. ¡Ay, Cotorra dichosa, si lo puedes ser en la muerte sin fe y sin amor, más allá de la vida y la sepultura! ¡Por dentro y por fuera, el motor de búsqueda te da «Desvergonzado» como resultado! ¡Con cuánta verdad el ser desmiente a las apariencias!

Con quienes te acompañan, Cotorrácuo, ¿quién no juzgara que unos alumbran algo y que otros no es algo lo que acompañan sino pompa? Lo que allí va no es nada, ciertamente, porque aun en vida lo era y en muerte dejó ya de ser, y que no le sirva de nada todo, es evidencia de una vanidad y soberbia que muere. Allí va tierra de menos fruto y más espantosa que la que pisas, por sí no merecedora de alguna honra, ni aun de ser cultivada con arado y azadón. ¿Y esos con las hachas? No las atizan para que atizadas alumbren más, sino porque, atizadas a menudo, se derriten más y ellos hurtan más cera para vender, mordisquean la sepultura para arrancarle el valor de la limosna. ¿Ves la tristeza en los convidados al entierro dados al diablo con los que convidaron, paseándose en los negocios? Tanto amigos de la mano en el entierro y a misacantanos, un convite sin fiesta ninguna donde se lamenta haber entrado en semejante barahúnda, gastos de cofradía, muertes de repente sin médicos pero con jarabes y pócimas, enviudando a diario, fiados en su mala condición y endemoniada vida. ¡Qué diferentes son las cosas del mundo de como las vemos! Ya pierden contigo todo el crédito de tus ojos y nada creerás menos de lo que vieres.

Con toda hipocresía, pasa frente a nosotros el entierro lento y decadente del Infernal Reino Cotorrocuica, como si hubiera de pasar por nosotros eternamente, y como si el Difunto Cotorrín fuera enseñándonos y dirigiendo el camino hacia las profundidades más oscuras. Pero mudo va, pese a los gritos, y diciéndonos: «Delante voy, donde aguardo a los que quedéis, acompañando a otros que yo vi. pasar con el mismo propio descuido.» Porque este es un llanto muy autorizado, aunque poco provechoso para el Difunto. Y suenan palmadas de rato en rato, un palmeado de disciplinantes junto a sollozos estirados, embutidos en suspiros, pujados por falta de gana, en la casa despojada y paredes desnudas, con el Cuitado en un aposento oscuro sin luz alguna, llorando a tiento y a cántaros porque el espejo se ha roto y los Testaferrondinis andan en una sonadera de narices que hunde la cuadra, purgándose en un pésame donde las lenguas, las narices y los ojos echan cuanto mal tienen…

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