Opinión Nacional

Ofensa Da Vinci

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Asunción (AIPE)- Algunas personas no creen en nada. Otras creen en todo, hasta en lo más absurdo. Un ejemplo es la cantidad de gente que toma en serio la novela de Dan Brown, “El Código Da Vinci”. Este éxito de librería, con más de 40 millones de ejemplares vendidos, se ha convertido ahora en una taquillera película que se estima verán 1.000 millones de personas. El argumento de la novela es que la Iglesia es una gran mentira, que Jesús se casó con Maria Magdalena, tuvo varios hijos y que no es divino. ¿Es posible que durante 2000 años la Iglesia se haya sustentado en una mentira?, se preguntan muchos. Pero la pregunta correcta debería ser, ¿en qué se sustenta realmente la Iglesia? En la fe. Sus cimientos están asentados, no sobre evidencias históricas, sino sobre la fe. Si no se tiene fe en la divinidad de Jesús, si solamente se lo ve como un buen profeta o maestro, como pretende Brown, el Cristianismo se derrumba.

La Biblia no es un libro histórico, sino más bien un diálogo entre el hombre y Dios, con una visión moral sobre la acción humana. Contiene escritos sagrados que los judíos recopilaron durante miles de años. En la historia, en cambio, la figura de Jesús es una de las más controvertidas. Poco o nada se sabe sobre su biografía. Algunos historiadores –incluso cristianos– piensan que pudo no haber existido, que es solo un mito. Pero si no existió, si solo fue un mito, ¿cómo surgió el Cristianismo?
“El Código Da Vinci” tampoco está basado en evidencias históricas, como quiere hacer creer su autor, sino en absurdas especulaciones. No existe evidencia alguna que Jesús se haya casado o que tuviera hijos. El emperador Constantino no impuso la divinidad de Jesús y los documentos bíblicos que menciona Brown– conocidos como evangelios gnósticos– no son más confiables que los evangelios del Nuevo Testamento, que incluyen los relatos más tempranos sobre la vida de Jesús. El Concilio de Nicea (año 325) lo que hizo es acabar con la herejía del obispo Arius que con otros sostenía que Jesús no era divino, ni parte de la Santísima Trinidad.

Pero lo que realmente importa no son las falsedades históricas de una simple novela de ficción que no pretende ser más que una trivial herejía gnóstica, como otras, con la diferencia que ésta ha vuelto inmensamente ricos a sus autores. Lo importante es qué hace la Iglesia respecto a ella. Muchos católicos se sienten ofendidos en sus creencias religiosas. ¿Utilizará la Iglesia este enojo para denostar contra la novela y el film, o para pedir a sus fieles un boicot? ¿Se repetirá la violenta reacción de los musulmanes que quemaron embajadas y asesinaron personas en protesta por las ofensivas caricaturas danesas?
¿No sería mejor aprovechar esta absurda historia para demostrar la tolerancia de la Iglesia y su vocación para el perdón, incluso a los que la insultan? La Iglesia podría utilizar la absurda novela, no solo para ilustrar más a los católicos sobre la Biblia y fortalecer su fe en Jesús, hijo de Dios, sino también para inculcarles sobre la tolerancia y el respeto por la libertad de las personas, especialmente, la libertad de expresar sus opiniones y hasta ofensas hacia nuestras creencias religiosas y valores morales.

Nadie tiene derecho a exigir que se respeten sus creencias e ideologías. Las personas solo pueden respetar aquello que realmente admiran o valoran. No tenemos obligación de respetar, por ejemplo, las creencias de los nazis sobre la supremacía racial. Si alguien no aprueba nuestras creencias y prácticas religiosas es libre de ofender a los que lo hacemos, denunciando las supuestas falsedades o errores, o inventando historias, sin censura o restricción alguna, como hace Brown en su libro.

“El Código Da Vinci”, como obra literaria, no me merece estima alguna, ni como pasatiempo. Pero eso no significa que tengamos que restringir el derecho de cada uno a expresar libremente sus opiniones, credos y hasta sus agravios. La bendición más grande de Jesús para los hombres ha sido la libertad individual, la libertad de creer o no en su divinidad, de seguir sus enseñanzas y valores, y, sobre todo, la libertad de crear, que nos hace a semejanza de Dios.

___* Corresponsal de AIPE y presidente del Foro Libertario.

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