Opinión Nacional

¡Oligarcas temblad…!

La verdadera manera de definir al chavismo duro (a la cúpula oligarca que ha asaltado el tesoro nacional), es simplemente como una conglomeración de vulgares asaltantes de camino con ínfulas de ser los administradores de supuestos herederos de “derechos inalienables de orden genético” (en primera instancia- y a la mejor manera de Mugabe).

Revivir y tergiversar los conflictos históricos entre los godos (aristócratas, hispanos- los empresarios de antaño) y los oligarcas de hoy (autócratas, caciques- el régimen de hoy), aunque mítico, es condición esencial de su peligrosa y necesaria estrategia manipulativa.

Chávez es el único presidente venezolano totalmente representativo de la mezcla étnica de Venezuela (pero en su caso, como mal entendedor de toda identidad nacional y universal, se nos presenta como un gran desconocedor de su propia historia) y arremete, con la rentable manipulación de argumentos racistas, contra todo lo que muchos otros, el gran crisol multirracial y multicultural de la otra mitad de Venezuela, ha superado durante el proceso democrático de los últimos cuarenta años (las limitaciones de progreso que entorpece el no-pluralismo).

El instigar a odiar a sus hermanos, a sus amigos y a sus conciudadanos en general, es una condición fundamental de la tácita ideología fascista que se esconde tras el manto de la bondad revolucionaria. Es simplemente el revanchismo y la frustración (de haberse quedado atrás), lo que mueve el motor del odio institucionalizado que se impone desde la oligarquía actual. Golpea, aporrea, saquea y mata al “enemigo” (patria, socialismo o muerte) son sus valores “sacros” (funestos valores de los hijos del oprobio y la desesperación).

La equivocación del régimen chavista está en creer, y querer hacer creer, que existe una auténtica Venezuela secuestrada por enemigos exógenos, ajenos a su “verdadera” identidad. Creer también que quinientos años de mezcla racial y cultural no han creado a ese “hombre nuevo” que ahora pretenden desenterrar de una historia mitificada por una recalcitrante y reiterada retórica de muerte, trampa y confusión. Asimismo, insistir en no querer reconocer que ese hombre nuevo del que hablan ya existe en el país y que es precisamente el resultado de una evolución (gracias a la democracia) hacia un hombre venezolano cada vez más moderno, sofisticado y profesional, al margen de su credo o su color (hombres modernos que, por pensantes, necesitan acallar sin misericordia, extirpar de nuestra sociedad para poder reinar en el mar de la mediocridad).

Venezuela es un crisol de razas, un matrimonio de culturas, un campo de esperanza contra la segregación natural que caracteriza a ciertos animales. Venezuela, en especial, así como el resto de Latinoamérica, pueblos mixtos de toda diversidad, tiene la responsabilidad universal de trascender los nacionalismos rebuscados que legitiman la infamia racial y coadyuvar a mantener una identidad libre del sufrimiento de las influencias étnicas (genéticas) que caracterizan al fascismo más elemental (aunque no se sufre menos de un simple fascismo cultural).

El orden democrático se contrapone de manera natural a los enemigos de la pluralidad y representa el gran molino de viento, el gran dragón (nuestros hombres modernos) que los San Jorges y Quijotes bolivarianos necesitan subyugar para poder existir.

Chávez (un desarraigado de toda universalidad) y la caterva de delincuentes que lo secundan respiran por la herida étnica, y pretenden ser defensores (provechosos administradores) de supuestos expropiados, o desheredados, no sólo de una geografía fortuita sino de todo un proceso de evolución.

Y es cierto que han logrado, soterradamente, captar una siniestra debilidad existencial de carácter racista (recuerden La Huella Perenne, de Herrera Luque) que ha hecho mella en individuos que se creen “herederos vernáculos” (sin habérselo ganado) de todas las riquezas de la república. Y todo esto, posiblemente se ha hecho realidad a causa de nuestra abismal falta de conocimiento de la evolución (no revolución) de las sociedades en general; sobre todo en esta vorágine de este siglo XXI, que para todos nosotros, bien podría llegar a convertirse en un antónimo siglo de la oscuridad.

Pretender matar a hierro y sangre la idiosincrasia, buena o mala (en vez de ayudar a cambiar la parte retrógrada), que caracteriza nuestra multitudinaria conformación, es tan criminal como el pretender extirpar, forzosamente, las necesidades existenciales que alimentan la emocionalidad de los seres humanos estables (instaurando sin ningún tipo de consideración, disciplinas y marcos morales hasta ahora ajenos o nacidos de los “facilismos retóricos” del nacional socialismo o de cualquier otro fascismo devoto).

Mala hora esta donde, en manos de “herederos frustrados”, nos encontramos ante la misma segregación sistemática que le dio fuerza y vida a las ideas del superhombre (hoy diezmado) de la otrora Alemania (Nacional Socialista) nazi.

Casi por misma causa, aún lloramos la temprana y triste muerte de Bolívar.

¡…Viva la libertad!

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