Opinión Nacional

Oligarquía y Oclocracia

El oficialismo pretende descalificar a sus opositores tildándolos de “oligarcas”. Para evitar confusiones, me ha parecido conveniente recurrir a las definiciones de “oligarquía” y “oligarca” que aparecen en el Diccionario de la Lengua Española Espasa-Calpe, Madrid, 2005. Veamos:

“Oligarquía:
1. Forma de gobierno según la cual el poder es ejercido por un reducido grupo de personas.

2. Por extensión, autoridad que ejercen en su provecho un pequeño número de personas.

3. Conjunto de poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio.

Oligarca:
Miembro de una oligarquía”

Al leer las líneas anteriores a uno no le queda otro recurso que aceptar que los miembros de la oposición no son precisamente los oligarcas. Queda claro quienes son los que hoy en día encajan perfectamente en tal definición. Nunca antes en la historia de Venezuela había existido una oligarquía tan poderosa como la actual.

Nuestros oligarcas de hoy constituyen ciertamente un “reducido grupo de personas” que ejercen la autoridad con un poder prácticamente ilimitado, ya que para nadie es un secreto que actualmente en Venezuela el equilibrio de los poderes públicos no pasa de ser una mera ficción. Tal concentración de poder sólo es concebible en una autocracia.

Los miembros de esta nueva oligarquía llegaron con hambre en momentos en que los precios del petróleo alcanzaron el nivel más alto de la historia. Los recursos son abundantes, los controles pocos y las limitaciones éticas inexistentes. Se trata de “un pequeño número de personas”, fácilmente identificables, que a juzgar por sus exuberantes signos de riqueza nueva, han ejercido la autoridad “en su provecho”.

A estos nuevos oligarcas les complace auto denominarse socialistas y revolucionarios. Lo que pasa es que esta es una revolución que se desplaza en rimbombantes camionetas Hummer y que ha desarrollado un gusto especial por el whisky de 21 años.

No se trata ni mucho menos de una forma de gobierno en la cual unos pocos, los mejores, ejercen el poder en beneficio de todos. Una forma así de gobierno hubiese sido calificada por Aristóteles como “aristocracia”. Por el contrario, cuando los intereses de la mayoría quedan subordinados a los intereses egoístas de los gobernantes, la teoría aristotélica calificaba esa forma de gobierno como “oligarquía”.

Aristóteles también planteaba el término “oclocracia” para describir una forma de gobierno donde la demagogia conducía hacia una degeneración de la democracia.

En medio de una orgía de demagogia, algunas migajas del festín petrolero son arrojadas al pueblo para mantenerlo apaciguado y a la vez aturdido con el discurso populista de un líder a quien se pretende endiosar en vida a niveles nunca antes vistos en nuestra patria. Mientras tanto, al amparo de ese discurso, la oligarquía se está conformando en grupos de poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio. A algunos de esos oligarcas un ministro los ha llamado “los empresarios del gobierno”.

Se pretende ahora imponer una modificación de la constitución, con el objetivo fundamental de que se establezcan mecanismo que de manera indefinida o continuada garanticen el predominio de esta nueva oligarquía encumbrada en el poder.

Lo que hasta ahora se ha podido conocer de esa constitución representaría, según la visión aristotélica, la consolidación de una oclocracia. Maquiavelo la definía como el peor de todos los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder.

Personajes tan variados como Pericles, Lope de Vega, Shakespeare, Ortega y Gasset y Tocqueville, entre otros, se referían a ella y señalaban que el objetivo en una oclocracia era mantener el poder de forma corrupta, buscando una ilusoria legitimidad en el sector más ignorante de la sociedad hacia el cual vuelcan todos sus esfuerzos propagandísticos y manipuladores. Su meta es el mantenimiento de un poder personal o de grupo, mediante la acción demagógica en sus múltiples formas, apelando a emociones irracionales mediante estrategias tales como la promoción de fanatismos, discriminaciones, odios y sentimientos nacionalistas exacerbados.

Para ganar el apoyo popular, en una oclocracia, se hace uso abundante de la oratoria y el control de la población por distintos medios. La apropiación de los medios de comunicación y los medios de educación por los sectores que controlan el poder, son objetivos claves para quienes procuran imponer esta estructura de poder.

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