Opinión Nacional

Palo, puños y bofeta´a

Llego el momento para que definamos el papel de la oposición en la próxima Asamblea Nacional. Precisemos si se tratará de una oposición antagónica o, por el contrario, negociadora, pues el Parlamento continúa siendo el lugar privilegiado de la negociación o de la recomposición política de los conflictos socio-económicos. 

Advertimos que, en ninguna democracia el gobierno le dice a la oposición como debe ser. La oposición tiene el deber de contender con el gobierno demostrando ser un gobierno alternativo. Al fin y al cabo, democracia es confrontación-enfrentamiento entre gobierno y oposición bajo un conjunto de reglas, normas y leyes. 

La oposición resulta eficaz si convierte en alternativa concreta, cuando consigue una presencia social, una difusión cultural y un papel político consolidados. La oposición consiste en representar y proteger, individual y colectivamente, a los electores que le han dado su voto; en defender las reglas del juego político-institucional, pero también en reformarlas con el objetivo de mantener abierta la competitividad política y promover los intereses de los grupos a los que se dirige para transformarse en mayoría, es decir, para ganar las elecciones. 

Una oposición que se respete, que tenga la voluntad de crecer y, por eso mismo, de convertirse en gobierno y mantenerse en él, valorará su función de intermediaria entre la sociedad y el parlamento; siendo así deberá cumplir un doble papel: oposición política y oposición social. 

De modo tal que su fuerza social deberá y podrá traducirse luego en consenso político-electoral, capaz de garantizar y reforzar el papel de oposición parlamentaria, aunque no únicamente tal. Su fuerza político-parlamentaria permitirá la explicación de un papel de control, de dirección y contrapropuesta, incluso de acceso a recursos que, por el contrario, permitirán un enlace eficaz, estrecho y provechoso con aquellos sectores de la sociedad que ya representa o pretende representar. En síntesis, el arraigo social de la oposición constituye la condición previa para su arraigo institucional; y, a su vez, el arraigo institucional refuerza el de índole social. 

Si la oposición pretende competir para sustituir al gobierno será posible extraer de sus pronunciamientos una estrategia quizás coherente, unos objetivos probablemente alternativos y una posición “sistémica” claramente antagónica. Entonces, una oposición achantada en tiempos de cambio o, en cualquier caso, en tiempos en que el gobierno se inclina al exceso y atropello, se arriesga a reducir su fuerza y, por eso mismo, su propia representatividad. Sólo una oposición que se arriesgue a salir a mar abierto podrá, aun antes de ganar elecciones, parecer y ser representativa y representante de muchos de aquellos grupos cuyos intereses se agreden, cuyos ideales se olvidan y cuyos valores se pisotean. 

Nuestra oposición debe tomar conciencia de que debe ser al mismo tiempo, aunque no necesariamente del mismo modo y simétricamente, parlamentaria y social. Las opciones son únicamente dos, o ser una oposición antagónica que quiere transformar y, en cualquier caso, derribar el sistema (chavista), o ser una oposición negociadora que quiere prosperar dentro de éste. La primera pretende destruir las reglas, la segunda quiere adquirir recursos. 

Entonces, ante este régimen autoritario y militar-militarista, dispuesto a eliminar la democracia, sus instituciones, principios y valores, la oposición en la Asamblea Nacional debe ser inquebrantablemente antagónica. Ese Parlamento no puede  ser nunca un remanso de paz sino, como entonaban Willy Colón y Rubén Blades, “casa de palo, puños y bofeta’a”.

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