Opinión Nacional

¿Para quién juegan?

Las primeras actuaciones de Chávez, el Plan Bolívar 2000, la colonización de la administración pública por los militares, leyes habilitantes para concentrar todo el poder, la extensión de la zona de desahogo a la guerrilla colombiana, los anuncios rimbombantes como el megaplan para el eje Orinoco-Apure, el inicio de una transición legislativa sin programa ni asomo de fecha de finalización, dieron lugar a severas críticas y en la medida que se presentaban otros hechos como el acoso a la educación privada, la persecución a los empresarios y las retaliaciones contra todo tipo de opositores, crecía el descontento en la opinión pública.

Algunas corrientes poderosas de oposición comenzaron a creer que quien demostrara ser más “antichavista” sería el líder y encarnaría la alternativa. Si alguien anunciaba que había que prepararse para salir de Chávez en las próximas elecciones, recibía por respuesta, no del chavismo, sino de algún otro personaje de oposición, que eso era muestra de poca conexión con las urgencias del pueblo y que lo que procedía era sacarlo a mitad de período mediante un referendo. No faltaban quienes entonces gritaban que esos planteamientos politiqueros de ir a elecciones no resolvían nada y que había que apelar al 350 y desconocer al gobierno.

Otros, escondidos en el anonimato y el rumor, regaban que era una lástima que ya no hubieran “hombres”, porque ese desgobierno se acababa dándole unos tiros a fulano y a mengano. Aunque nunca supimos quiénes fueron los detenidos ante las muchas denuncias de Chávez sobre atentados a su persona, lo cierto es que a unos cuantos en la oposición les gustaba esa idea y se relamían con sólo pensar en ella.

La dinámica era diabólica. Había que soltar algún anuncio tumbagobierno. De lo contrario, se perdía espacio en los medios sensacionalistas y en la carrera desenfrenada para ver quién era más “antichavista”. Sólo en eso pensaban. De poco valía analizar los hechos racionalmente. Proponer soluciones e internarse en el análisis de las decisiones del gobierno, ponderando lo bueno y condenando los errores y los excesos, era tomado como chavismo “light”. Tanto fue el desenfreno que hasta le mentaban la madre a Chávez por TV, declaraban con groserías asumiendo que así estarían más cerca del pueblo y que calificarían en la lucha por ver quién odiaba más al Presidente, creyendo que era el atajo para ganarse a las masas descontentas.

Fueron del 350 a las guarimbas. De la plaza Altamira al paro petrolero. Del salto de talanquera a la candidatura de Arias Cárdenas, como diciendo “también tenemos nuestro golpista”. Pedían la intervención extranjera, de la OEA o de USA. Las elecciones les parecían una estupidez y sus promotores eran acusados de ambiciosos, de personalistas “buscapuestos”, o de vendidos a Chávez.

Más que debilitar al gobierno, devaluaron las elecciones, desmotivaron al país, condenaron a la gente a la resignación, en especial después de haber fallado con ofertas engañosas como la plaza Altamira, el paro petrolero y el 350. Ahora tienen al CNE de chivo expiatorio. Pero no se detienen allí. Son incansables. Llaman a Borges, a Petkoff y a Rosales, los tres chiflados. A Smith le dicen sifrino bobo. Ya el tremendismo de Ojeda para nada les sirve. Promueven desenfrenadamente la abstención y juran que esos candidatos están financiados por el gobierno.

Es como si a la oposición la hubiera dirigido el chavismo en estos últimos años. O como en el hipismo, cuando “paran” a un caballo. Van pa´tras.

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