Opinión Nacional

¿Paraiso comunista?

En reciente carta a El Nacional, Jaime Barrón (a quien no tengo el gusto de conocer) comenta con inteligencia mi reciente artículo “El futuro del socialismo cubano”. Le llama la atención (no sin razón) mi afirmación de que el “hombre nuevo” libre de egoísmo “sólo existe en los mitos comunistas”, porque “ese hombre nuevo –dice Barrón-, que supera su egoísmo instintivo, dando paso a una conciencia que lo solidariza con su prójimo, es la esencia del cristianismo”. Quiero reflexionar sobre esa objeción.

Efectivamente, el cristianismo llama a revestirse con Jesús del hombre nuevo y hacer del amor de Dios y del prójimo el eje y el sentido de la vida. Es la tarea permanente en la vida de todo cristiano, ayer, hoy y mañana. Pero no creemos en una etapa histórica en que los hombres nacerán sin egoísmo.

Lo que dice Marx es totalmente distinto. Según él, las fuerzas productivas y la revolución proletaria traen un estadio de la humanidad donde los hombres dejarán de ser egoístas como fruto y efecto de un nuevo orden económico que se producirá al eliminar la apropiación privada de los medios de producción, fuente del egoísmo. En ese paraíso comunista, ya no habrá clases sociales, ni miseria y, en consecuencia, se “extinguirán” el Estado y la Religión, por innecesarios.

Marx, como racionalista ilustrado, creía en un nuevo orden nacido de la aplicación de una ley clave de la economía descubierta por él, que no la conocieron los pensadores idealistas: la raíz de la alienación está en la economía y el mal en la apropiación privada de los medios de producción. Una vez eliminada ésta, los nuevos hombres nacen sin egoísmo y la conciencia humana no tiene que luchar contra el mal, pues el amor natural (no la ética) sustituye al odio y la abundancia, sin mío ni tuyo, a las privaciones del pasado.

El cristianismo en cambio no es un programa sociopolítico, ni propone ningún paraíso en la tierra. Su esencia es el Dios-Amor que nos comunica su vida en Jesucristo, que afirma la dignidad de toda persona como lo único absoluto en la tierra y derriba las pretensiones absolutistas de los reinos de este mundo. Ese amor nos hace constructores responsables de sociedades y estructuras más humanas. Las semillas del “Reino de amor, de justicia y de paz” están presentes en la historia y dirigen la vida cristiana, pero la plenitud está en el amor de Dios más allá de los límites de la decena de años que vive cada uno de nosotros.

Barrón menciona la utopía. Cuando la Revolución Francesa quiso tomar por asalto el cielo de la utopía, la formuló como el Reino de la libertad, igualdad y fraternidad. La utopía siempre es un horizonte ideal de plenitud libre de mal, y su luz deja en evidencia lo negativo de la realidad existente; pero, por mucho que avancemos, siempre permanece como horizonte. Cuando una realidad histórica pretende eliminar la utopía (“El fin de la Utopía» de Fukuyama identificado con la “saciedad”capitalista) la sociedad se pudre; y si un régimen pretende ser la encarnación de la utopía, se convierte en una monstruosa tiranía totalitaria, no importa que sea teocrática o atea. La utopía es una luz en el horizonte e induce a la ilusión de que allá adelante el cielo y la tierra se unen. A medida que se avanza para llegar a ese punto de encuentro, el horizonte se aleja, pues la construcción humana en la tierra nunca será cielo completo. La plenitud de la libertad, fraternidad e igualdad son horizontes ideales, excelentes como inspiración y guía de los avances humanizadores, pero se convierte en tirano quien desde el poder pretenda ser su encarnación plena.

La ilusión de un paraíso definitivo en la tierra, es uno de los tantos ídolos que construimos los humanos en búsqueda de la plenitud sin Dios-Amor. Lamentablemente, todo régimen que se constituye en esa plenitud utópica (sea Revolución Francesa, Nazi, Estalinista, Castrista, o Teocrática) termina en un monstruo totalitario donde pensar distinto es ser delincuente, que va al manicomio, a la cadena perpetua, o al paredón.

El compromiso con la libertad, fraternidad e igualdad es central en la conciencia humana y clave para crear las “condiciones de posibilidad” de etapas más humanas (como superación de la esclavitud, del hambre, del analfabetismo, de la represión de la mujer, de la discriminación racial,…) Una vez logradas, aparecen otros problemas y horizontes y las nuevas generaciones tienen utopías que parten del cuestionamiento de las insuficiencias de lo ya alcanzado.

Los logros científicos, tecnológicos y sociales en la historia son medios para progresar en el bien, pero también incrementan las posibilidad del mal; así las sociedades más avanzadas del siglo XX llevaron a la humanidad a las dos guerras más destructivas con casi un centenar de millones de muertos y produjeron sistemas tan monstruosos y “definitivos” como el nazi y el estalinista. Está claro que el comienzo del siglo XXI no es ninguna entrada al paraíso: La conciencia humana y la ética decidirán si las inmensas posibilidades se usan más para la vida que para la destrucción.

Para el cristianismo ninguna realidad terrena es Dios, más bien El vive en el corazón humano y alienta nuestro sentido de fraternidad y humanización. La plenitud de cada humano no está en ningún orden económico ni paraíso terrenal, sino en el Amor que es más fuerte que la muerte.

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